La muerte de 60 palestinos por disparos del Ejército de Israel recientemente en la franja de Gaza no es solo resultado de las protestas por el traslado de la Embajada de Estados Unidos a Jerusalén, sino que muestra el lado más trágico de un conflicto que, por diversas circunstancias, se ha invisibilizado en la agenda internacional en los últimos años.
Que Israel reclame Jerusalén como su capital eterna e indivisible es algo a lo que los israelíes no renunciarán nunca. Pero cuando un país como Estados Unidos rompe el statu quo vigente y traslada su embajada de Tel Aviv a Jerusalén solo por el hecho de reivindicarse con un gobierno amigo, entonces se cae en la provocación populista al más fiel estilo impuesto por el presidente Donald Trump, a quien poco le importan los resultados de sus vaivenes en lo que se refiere a política internacional.
Los palestinos viven en dos territorios inconexos entre sí. Uno es Cisjordania, un sector conectado al territorio israelí, en el que gobierna el presidente Mahmud Abbas. El otro es la franja de Gaza, el sector más densamente poblado en el mundo con más de 1’500.000 habitantes en apenas 365 kilómetros cuadrados. Ese vapuleado y deprimido sector está bajo el mando del grupo fundamentalista Hamas, acusado de prácticas terroristas.
Las protestas de los palestinos de Gaza no solo se debieron al traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén, sino a un cúmulo de frustraciones en una fecha clave en la que los israelíes celebran el aniversario 70 de su independencia. Para los palestinos, en cambio, esta fecha significa la Nakba, el día de la catástrofe, debido a que marcó el inicio de un éxodo que involucra a más de tres millones de personas.
Desde el 30 de marzo último se inició una serie de marchas que llamaban al retorno de los refugiados palestinos que dejaron sus lugares de origen en 1948, tras la independencia de Israel, y nunca pudieron volver.
Con el paso de los años, los israelíes se fueron asentando en la región con la creación de su Estado, amparados en una serie de leyes que fueron cobrando fuerza y siempre con el invalorable apoyo de Estados Unidos. Los palestinos, a su vez, se convirtieron en una suerte de ciudadanos parias hasta comienzos de la década de 1990, cuando se iniciaron las negociaciones directas que, lamentablemente, no pudieron materializarse en la ansiada paz.
Para Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel y un representante del derechista partido Likud, negociar con los palestinos un acuerdo no es una posibilidad mientras estos no garanticen la paz. De esa forma, cualquier protesta palestina –con razón o sin ella, violenta o pacífica– es vista como una directa amenaza a la seguridad de los israelíes.
Las acciones del Ejército de Israel para reprimir a los palestinos han sido criticadas por el editorial del influyente diario israelí “Haaretz”. El texto dice: “Un mes y medio de manifestaciones de personas que estaban desarmadas en su mayoría han provocado docenas de muertes y miles de palestinos heridos. Durante estas semanas de protesta, Hamas y otros movimientos de resistencia en Gaza se abstuvieron de lanzar cohetes contra Israel. Ningún soldado o residente israelí resultó herido. Israel, por otro lado, actuó contra los manifestantes desarmados con disparos de francotiradores, fuego vivo que mató y mutiló”.
El problema de los palestinos es real y debe seguir viéndose en el contexto internacional. El Gobierno de Israel tiene todo el derecho de defenderse y velar por la seguridad de sus ciudadanos, pero sin caer en los excesos que ahora, inclusive, se ven respaldados con la arrogancia del discurso grandilocuente del presidente estadounidense, Donald Trump, quien no midió las consecuencias de trasladar su embajada a Jerusalén en esta complicada coyuntura.
El Medio Oriente es una región en permanente tensión. Israel es un pequeño país de 7 millones de habitantes que vive en medio de países árabes musulmanes con los que siempre ha estado en conflicto. La principal preocupación de los israelíes actualmente es la amenaza fundamentalista iraní. Es por eso que el problema con los palestinos no puede ser soslayado y la comunidad internacional siempre debe estar atenta a lo que ocurra para evitar mayores baños de sangre.