Al ver las noticias, uno tiene la sensación de que el cambio climático está haciendo que el planeta sea invivible. Nos bombardean con imágenes de inundaciones, sequías, tormentas e incendios forestales. No vemos solo los sucesos letales cercanos, sino también catástrofes lejanas cuando las imágenes son suficientemente aterradoras.
Sin embargo, la impresión que nos da este aluvión de catástrofes es muy engañosa y dificulta la adopción de una política correcta en materia de cambio climático. Los datos muestran que los fenómenos relacionados con el clima, como inundaciones, sequías, tormentas e incendios forestales, no están matando a más gente. Las muertes se han reducido drásticamente. En la última década, los desastres relacionados con el clima han matado a 98% menos de personas que hace un siglo.
Esto no debería sorprender, porque la tendencia es obvia desde hace muchas décadas, aunque rara vez se informa sobre ella. Hace un siglo, en la década de 1920, el promedio de muertes por desastres climáticos era de 485.000 al año. En 1921, el “New York Herald” titulaba a toda página su cobertura de las sequías y hambrunas en Europa: “Millones de muertos en la ola de calor récord en 1921″. Desde entonces, casi todas las décadas han registrado menos muertes, con una media de 168.000 muertos al año en la década de 1960 y menos de 9.000 muertos al año en la década más reciente, 2014-2023.
El descenso del 98% en las muertes relacionadas con el clima lo revela la base de datos internacional más respetada sobre catástrofes, que es el estándar de oro para medir estos impactos. Es confiable, porque se han documentado catástrofes muy letales de forma bastante constante a lo largo del siglo.
Es cierto, por supuesto, que es mucho más probable que en el pasado se pasaran por alto sucesos de menor magnitud, a menudo con muchas menos víctimas o ninguna, porque había menos gente y una tecnología menos avanzada. Por eso, algunos medios de comunicación y activistas del clima señalan cada vez más el aumento de los sucesos registrados (en lugar de la disminución del número de víctimas mortales) como prueba de que el cambio climático está devastando el planeta.
Pero todo el aumento se ha producido en sucesos menos graves, mientras que los más letales son pocos y están disminuyendo. El “aumento” se debe a la tecnología y a la interconexión mundial, que permite informar mucho mejor sobre casos cada vez más pequeños, dondequiera que tengan lugar. Esto está claro porque el aumento se observa en todas las categorías de catástrofes medidas, no solo las meteorológicas, sino también las geofísicas, como volcanes y terremotos, y las tecnológicas, como la caída de trenes. Ni siquiera los activistas climáticos radicales afirman que el cambio climático provocará el descarrilamiento de más trenes o la explosión de más volcanes.
Por este motivo, las fatalidades constituyen una medida mucho más consistente. Estas se reducen drásticamente porque las sociedades más ricas y resilientes protegen mucho mejor a sus ciudadanos que las más pobres y vulnerables. Más recursos e innovación significan más vidas salvadas. Las investigaciones lo demuestran sistemáticamente en casi todas las catástrofes, incluidas tormentas, olas de frío e inundaciones.
Un estudio muy citado muestra que, a principios de este siglo, un promedio de 3,4 millones de personas sufrió inundaciones costeras, con US$11.000 millones en daños anuales. Alrededor de US$13.000 millones, o el 0,05% del Producto Bruto Interno (PBI) global, se gastaron en defensas costeras.
A finales de este siglo, habrá más gente en peligro y el cambio climático hará que el nivel del mar aumente hasta un metro. Si no hacemos nada y nos limitamos a mantener las defensas costeras como hasta ahora, vastas zonas del planeta se inundarán de forma rutinaria, anegando a 187 millones de personas y causando daños por valor de US$55 billones anuales, con un costo superior al 5% del PBI mundial.
Pero las sociedades más ricas se adaptarán antes de que las cosas se pongan tan feas, sobre todo porque el costo de la adaptación es muy bajo en comparación con el daño potencial, apenas un 0,005% del PBI. Esta adaptación sensata significa que, a pesar del aumento del nivel del mar, menos personas se verán inundadas. En el 2100, solo se inundarán 15.000 personas al año. Incluso el costo combinado de la adaptación y los daños climáticos disminuirá a solamente el 0,008% del PBI.
Estos hechos demuestran por qué es importante tener una visión más amplia, de conjunto. Vincular todas las catástrofes al cambio climático y sugerir erróneamente que las cosas están empeorando mucho hace que ignoremos soluciones prácticas y rentables, mientras los medios de comunicación centran nuestra atención en costosas políticas climáticas que ayudan poco.
Unas políticas climáticas enormemente ambiciosas que cuestan cientos de billones de dólares reducirían el número de personas inundadas a finales de siglo de 15.000 a unas 10.000 al año. Mientras que la adaptación salva a casi todos los 3,4 millones de personas inundadas hoy en día, la política climática puede, en el mejor de los casos, salvar solo a 0,005 millones.
El cálculo es aún más crudo para los países pobres, que cuentan con pocos recursos y escasa resiliencia ante las catástrofes. Bangladesh (por entonces Pakistán Oriental) sufrió en 1970 el mayor número de víctimas mortales registrado en el mundo, 300.000, a causa de un huracán. Desde entonces, ha desarrollado y mejorado los sistemas de alerta y los refugios. En la última década, la media de muertes por huracanes ha sido de solo 160, casi dos mil veces menos. Para ayudar a los países a conseguir menos muertes por catástrofes, debemos promover la prosperidad, la adaptación y la resiliencia.
Por supuesto, las catástrofes meteorológicas no son más que un aspecto del cambio climático, que es un verdadero reto global que debemos solucionar con inteligencia. Pero cuando pasamos por alto el hecho de que las muertes han descendido precipitadamente, acabamos centrándonos primero en las políticas menos eficaces.