“Para no ser mudos, hay que empezar por no ser sordos”. Cuánta razón tenía el escritor uruguayo Eduardo Galeano con esta frase. Escuchar debiera ser una cualidad intrínseca a un gobernante y, en general, a cualquier representante elegido por el voto popular. Sin embargo, en nuestro país ocurre lo opuesto. Los elegidos por el pueblo no escuchan y se quedan mudos frente a lo realmente importante. Ignoran el grito desesperado de la ciudadanía y se olvidan de resolver los problemas más urgentes que tenemos como país. No han sido capaces de entender la magnitud de la crisis económica que sufrimos y que se agudiza con el paso de los días. Sus egos, sus intereses, sus agendas y su provecho personal son la brújula que, lamentablemente, marca el destino de este país.
Desde que Pedro Castillo asumió la presidencia, el desgobierno desborda los límites de lo tolerable. Nuestro presidente se ha convertido en el principal desarticulador del aparato estatal. Sus errores, tan recurrentes, son alarmantes. Castillo se hunde en su incapacidad y arrastra al país con él. Por más que insiste en su lucha por el pueblo, usurpando las voces más olvidadas, ha quedado claro que solo es un político que llegó al poder para servirse y servir a sus allegados. Es un suicidio nacional esperar cinco años de desgobierno solo para comprobar como tira por la borda la poca institucionalidad que nos queda.
La salida más responsable con el país es su renuncia. A estas alturas, es contraproducente insistir con su permanencia en un contexto en el que el país necesita estabilidad y decisiones sensatas para enfrentar una crisis profunda. Sin embargo, del otro lado, hay un mal igual de dañino: el Congreso. Con absoluta desfachatez, los legisladores responden a agendas propias y se mueven en función de acuerdos bajo la mesa. Llegaron al poder solo para usarlo a su favor, mientras montan un circo semana tras semana. Ellos también deben asumir su responsabilidad y dar un paso al costado. Que no pretenda el Congreso que se pasará por alto su vergonzoso papel.
Nuestros representantes, hoy cómodos en los cargos que ocupan, parecen olvidar que el poder lo detenta el pueblo. Así como el pueblo los elije, también puede sacarlos. En una democracia, lo ciudadanos no deben verse presos de un ejercicio abusivo e imprudente del cargo que ostentan sus representantes. En una democracia sólida no hay espacio para autoritarismos, corrupción, desarticulación del aparato estatal, políticas antirreformas, afectación de libertades fundamentales y violación del orden jurídico.
No hay razón para mantener a políticos irresponsables solo porque ganaron una elección. ¡Qué se vayan todos! Castillo y el actual Congreso. Defender la democracia, entendida más allá de un proceso electoral, implica exigir un desempeño eficiente y ético en la función pública delegada a través del voto. Pero también implica asumir nuestra responsabilidad en este entrampamiento político que vivimos, pues si abundan los mercenarios políticos es porque existe una ciudadanía que se rehúsa a hacer política. El escenario político actual es nocivo, pero justamente por eso necesitamos involucrarnos. Esta crisis debe llevarnos a la acción. A dejar de ser un pueblo donde, como menciona Carlos Meléndez, predomina “una masa de populistas gobernados por populistas”, para convertirnos en un pueblo de ciudadanos republicanos. Seamos claros en esto: al país no lo va a salvar ni una derecha vacadora, ni una izquierda oportunista, ni tampoco un centro sin norte. Requiere de ciudadanos que ejerzan activamente sus derechos políticos y sean capaces de dejar a un lado su inclinación política y pensar un poco más en el país.
El entrampamiento político en el que estamos sumidos necesita una ciudadanía organizada que haga frente a la irresponsabilidad funcional de quienes elegimos y le devuelva la esperanza a la Nación, sentando un precedente y recordatorio para los futuros gobernantes de que el pueblo no es dócil. La ciudadanía organizada debe exigir la renuncia de Castillo e impulsar un acuerdo nacional para el adelanto de elecciones generales y la reforma política pospuesta. Debemos romper el círculo pernicioso de inestabilidad que nos impide progresar. La política en el país tiene que ejercerse con preparación, responsabilidad y honestidad. ¡Hagámonos responsables!