En estas fechas de conmemoración de los 143 años de las batallas de San Juan y Miraflores, el 13 y el 15 de enero de 1881, evocamos el inmenso sacrificio de los defensores de Lima en la guerra de Chile contra el Perú. Primero fue el turno del Ejército de Línea en San Juan y la tenaz resistencia en el Morro Solar, una adversidad que culminó en el incendio y la destrucción de Chorrillos y Barranco. Luego llegó el turno de los restos del ejército y la reserva compuesta por divisiones de todos los estratos sociales que combatieron en Miraflores. Allí estuvieron abogados, comerciantes, profesionales, profesores, universitarios, artesanos, obreros, etc., la civilidad armada de prisa, quienes acudieron a la batalla, juntos, en aquellos reductos donde todas las almas son iguales.
En la cruda realidad de la guerra, el número de peruanos muertos llegó a ser extraordinario, solo comparable con el inmenso heroísmo desplegado por los valerosos hombres que acudieron al llamado de la defensa de la patria. Qué dura resultó la afligida tarea de las familias que tuvieron que ir a las arenas de combate en búsqueda de sus seres queridos, llorando por sus amados deudos al recoger los destrozados cuerpos del esposo y del hijo, del padre y del hermano, del amigo, para llevarlos en silencioso cortejo fúnebre hasta su última morada, acompañados solo por la fidelidad de los suyos, en circunspecto luto en cuerpo y alma. Pero mayor aun resultó el sacrificio que realizó la nación al ofrendar su mayor tesoro: su juventud y su futuro.
Entre estos, estuvieron los niños combatientes provenientes de la Escuela de Clases, otros del Colegio Guadalupe, niños civiles que se incorporaron directamente a las unidades del Ejército de Línea y a la reserva, jóvenes sanmarquinos de la Legión Carolino-Militar y tantos que se inmolaron por el Perú. En esta ocasión, en deber patriótico y memoria de la nación, dedicamos las siguientes líneas a los legendarios Cabitos.
¿Quiénes fueron los Cabitos? Fueron alumnos de la Escuela de Clases, una legión de niños combatientes que lucharon heroicamente en la guerra de Chile contra el Perú.
Para conocer su participación en el cuerpo militar, es necesario precisar que en siglo XIX, luego de la Independencia, los gobiernos de turno crearon escuelas o colegios militares con el propósito de impartir la instrucción castrense que permitiese la formación y la profesionalización de los efectivos militares para el ejército y la marina. Algunas de estas escuelas tuvieron poco tiempo de duración, entrando en receso o siendo desactivadas debido a las vicisitudes políticas de las primeras décadas del Perú republicano. En este contexto, tenemos los antecedentes de las escuelas militares que funcionaron en los años previos a la guerra con Chile, y que son predecesoras de la actual Escuela Militar de Chorrillos, alma máter del Ejército del Perú.
Entre estos centros de formación militar, destacó la Escuela de Clases, creada durante el gobierno de Manuel Pardo en 1873. Esta escuela, llamada comúnmente “de Cabitos”, tenía por finalidad proveer de clases debidamente instruidas; es decir, de cabos y sargentos, para su empleo en las diferentes armas del Ejército de Línea.
La Escuela de Clases estaba destinada a la formación militar de niños de entre los 14 y los 16 años que deseaban seguir la carrera de las armas, pero que, al no haber culminado su instrucción primaria, no podían presentarse al Colegio Militar para cadetes.
Su primer director fue el coronel Antonio Bazo, quien se encargó de acondicionar el local anexo al Cuartel de Chorrillos –instalaciones que posteriormente ocupó la Escuela Militar–, donde en febrero de 1874 se dio inicio a la instrucción de los primeros 90 alumnos, seleccionados entre los 154 jóvenes que el general Buendía, siendo prefecto del Cusco, envió desde ese departamento.
Para el año 1876, la Escuela de Clases contaba con 400 alumnos organizados en seis compañías: cuatro de ellas se preparaban para el arma de infantería, una para el arma de caballería y otra para el arma de artillería. Además, de acuerdo con el reglamento para la enseñanza y régimen de esta escuela, se establecieron dos secciones: una denominada preparatoria, con la finalidad de impartir las nociones militares comunes a todas las armas, y otra denominada de aplicación, en la que se impartía la instrucción especializada de cada arma que no debía exceder los dos años para infantería y caballería, y los tres años para artillería. Asimismo, para el entrenamiento del tiro, contaba con armamento individual compuesto por 316 fusiles Winchester, aunque no todos disponían de su respectiva bayoneta.
Para el año 1878, de esta histórica escuela habían egresado los Cuadros de Clases destinados a las unidades que se indican: en 1875, 232 alumnos al Batallón “Cazadores del Cusco” Nº 5; en 1876, 50 alumnos al Regimiento de “Guías”; en 1877, 110 alumnos al Batallón “Puno” Nº 6 y en 1878, 220 alumnos al Batallón “Cazadores de la Guardia” Nº 7.
En 1879, cuando Chile declara la guerra al Perú, se tuvo que interrumpir el curso de instrucción, en vista de que los alumnos de la Escuela de Clases tuvieron que incorporarse a las unidades del Ejército de Línea que se organizaban para las operaciones en el sur del país. Así, entre abril y mayo de ese año, numerosos alumnos, casi niños, los legendarios Cabitos, integraron el Batallón “Lima” Nº 8 y el Batallón “Lima” Nº 9 y, con su director a la cabeza, el coronel Bazo, marcharon a la campaña del Sur, asistiendo a las contiendas desde Pisagua hasta Arica.
Los Cabitos dieron las mayores pruebas de patriotismo y entusiasmo en los cuerpos de tropa que desarrollaron las difíciles jornadas de combate en los calurosos arenales del sur; más aún, con parte de su contingente se formó también el Batallón “Huáscar” Nº 9, proveniente del Cusco para la defensa del litoral en Ite, donde se preveía el desembarco del ejército chileno. Desde entonces, afrontaron disciplinadamente la rudeza de la guerra en las sangrientas batallas por venir.
El 18 de noviembre de 1879, los Cabitos pasaron lista de revista en las unidades peruanas acantonadas en Iquique y Pisagua, formando parte de los siguientes contingentes: Batallón “Puno” Nº 6, Batallón “Lima” Nº 8, Batallón “Cazadores del Cusco” Nº 5, Batallón “Cazadores de la Guardia” Nº 7 y Regimiento “Guías” Nº 2.
Así, los Cabitos participaron distribuidos en distintas unidades y, desde el inicio de las operaciones, estuvieron presentes a la vanguardia con el Batallón “Lima” Nº 8 y su jefe, el teniente coronel Remigio Morales Bermúdez, siendo parte del infortunio de la batalla de San Francisco, donde su arrojo los llevó a trepar el cerro siguiendo a su comandante, para acortar las distancias con el enemigo, hasta batirse en nutridos fuegos con las tropas chilenas, con resultados de fatalidad que diezmaron este batallón. Sin embargo, ello no fue impedimento para que el 27 de noviembre de 1879 experimentaran los laureles del triunfo en la batalla de Tarapacá, integrando el Batallón “Puno” Nº 6, al mando del coronel Manuel Chamorro; es más, en esta épica jornada, también encontramos a estos valerosos muchachos componiendo la 1ª. División que se había adelantado a Pachica, desde donde acuden presurosamente al campo de batalla, formando parte del Batallón “Cazadores del Cusco” Nº 5 al mando del Coronel Víctor Fajardo, llegando oportunamente para tomar parte decisiva en la trascendental victoria de Tarapacá.
Luego participaron en la feroz batalla de Tacna (Alto de la Alianza) el 26 de mayo de 1880, en los arenales de la meseta del cerro Intiorco, integrando el Batallón “Huáscar” Nº 9 al mando del coronel Belisario Barriga, que ocupa el ala izquierda de las fuerzas aliadas, conjuntamente con otro batallón peruano y uno boliviano; pero al desbandarse este último desde el inicio de las acciones, queda el “Huáscar” expuesto al enemigo, que lo envuelve y ataca vigorosamente, hasta ocasionarle el mayor número de bajas, cayendo muerto en combate el coronel Barriga y los demás jefes del batallón, dieciocho oficiales y sus cuadros de clases. Además, los bravos Cabitos se batieron hasta el sacrificio en el campo de batalla integrando el Batallón “Lima” Nº 8 y el Batallón “Cazadores del Cusco” Nº 5, el segundo Batallón “Lima” al mando del coronel N. Díaz y el escuadrón “Guías” al mando del coronel Pedro Pablo Nieto.
Sobre los Cabitos, relata el coronel Manuel Velarde un pasaje luego de la infausta batalla de San Francisco:
“La división que yo comandaba la formaban dos pequeños batallones de la Escuela de Clases y, por consiguiente, en su mayor parte se componía de niños. Haría media hora que lleno de dolor estaba viéndolos soportar todos sus sufrimientos, cuando alguien me trajo de la oficina salitrera que estaba delante del cerro de San Francisco dos botellas de a litro de vino, diciéndome: está un poco agrio, pero es vino”.
“En el acto destapé una de ellas y, como era natural, con ansia, tomé algunos tragos: me devoraba la sed y jamás había saboreado un néctar más reparador y valioso. Volví la cara y los muchachos del “5″ a cuya cabeza me encontraba, me miraron de tal modo que sentí el remordimiento de haber bebido antes que ellos y, para reparar mi falta, saqué el pequeño vaso de mi seca cantimplora y principié a repartirles el vino contando las gotas; casi estoy seguro de que los dos litros alcanzaron para humedecer los labios de todos los muchachos del “5″.
Esos muchachos sedientos eran los componentes del Batallón “Cazadores del Cusco” Nº 5, aquellos que, estando en Pachica, acudieron al llamado de urgencia, arribando a las alturas de la refriega para sumar sus fuegos y alcanzar la gloria en la Batalla de Tarapacá.
Las intensas jornadas de lucha libradas en la campaña del sur son clara evidencia del fulgurante valor y patriotismo de estos jóvenes combatientes, que en sus años mozos no dudaron en batirse ante el invasor y que, a pesar de las adversidades y los agobiantes arenales de combate, cumplieron estoicamente su deber. Más aún, el destino de la guerra les tenía reservado otras misiones por cumplir y estos bravos niños de las armas, luego de más de 20 meses de campaña, llegaron a Lima con sus uniformes hechos andrajos y con aliento aún para incorporarse a las unidades que organizaban la defensa de Lima.
De esta manera los Cabitos participaron en las batallas de San Juan y Miraflores, el 13 y el 15 de enero de 1881, respectivamente, distribuidos entre las unidades organizadas para la defensa de la capital. Así los tenemos integrando el Batallón “Lima” que en la Batalla de San Juan actuó como parte del Cuarto Cuerpo del Ejército con su comandante general, el coronel Andrés A. Cáceres; luego, en la Batalla de Miraflores, este batallón integró el Primer Cuerpo del Ejército de Línea, siguiendo al mando del coronel Cáceres. En estas cruentas batallas, nuevamente participaron los Cabitos, peleando como bravos soldados, y se llenaron de heroicidad ofrendando sus noveles vidas en defensa de la Patria.
Símbolo de los Cabitos es Braulio Suarez Bandini, egresado de la Escuela de Clases, quien partió de Lima a la campaña del sur con la jineta de sargento, participando desde la primera contienda en todas las acciones de combate, regresando gravemente herido. Luego participó como subteniente, integrando el Batallón “Canta” en la Batalla de San Juan, donde nuevamente fue herido; no obstante ello, llegó a batirse una vez más en la Batalla de Miraflores, donde perdió la vida. Los restos de Braulio Suarez Bandini reposan en el nicho 8-C de la Cripta de los Héroes de la Guerra de 1879. Es más, otros Cabitos continuaron la guerra al lado de Cáceres hasta llegar a la Batalla de Huamachuco.
Los Cabitos son una legión de héroes. Ellos ingresaron a la inmortalidad de la gloria, ganando con su sangre el color de la honra para los suyos y para quienes tenemos el deber de recordar su estela. Sus rostros permanecerán en nuestra memoria a través del tiempo, siempre firmes y jóvenes, lúcidos en el destello del bronce y como ejemplo imperecedero para todos los peruanos de que quien muere por su patria, nunca muere.
Ellos representan la pureza de la juventud que se yergue sobre la naturaleza humana hasta convertirse en héroes legendarios que, en la lozanía de su vida, se inmolan hasta el sacrificio, legándonos un imperecedero ejemplo de inmarchitable amor a la patria. En el Ejército del Perú, la 86ª. Promoción de Oficiales egresados de la Escuela Militar de Chorrillos “De los Héroes de San Juan y Miraflores” (1982) es llamada también “Los Cabitos”, cuyos integrantes, con legítimo orgullo, recogen la memoria de estos valerosos niños soldados que constituyeron el mayor tesoro de la patria.
Finalmente, con justa razón y recogiendo las palabras de Alfredo Muñoz, podemos denominar a la “Escuela de Clases” (1873-1879) una verdadera “Escuela de Heroísmo y del Sacrificio”, que cumplió con creces en las horas más aciagas de nuestra historia, superando las pruebas de fuego con su juventud, patriotismo y heroicidad.
¡Loor y gloria inmarcesible a los legendarios cabitos!