El proceso de elección de la Mesa Directiva supone desafíos notables para los grupos parlamentarios. Conformar alianzas, definir listas y líderes y, finalmente, la elección misma son los tres hitos claves que envuelven este proceso. Cada uno de estos pasos involucra una serie de acciones guiadas por los intereses de cada grupo parlamentario, encapsulados en propuestas que, cual péndulos, oscilan en el hemiciclo buscando sumar votos uno a uno.
Anteriormente, la elección de la Mesa Directiva se desarrollaba con una cierta predecibilidad. Se apoyaba en la confianza en los voceros de la bancada y en el líder de la organización política, que trabajaba en paralelo con sus similares de otros grupos. El grupo político oficialista, al ser gobierno, solía tener una mejor posición para proponer y generar consensos. Sin embargo, todo cambió con la crisis institucional durante la presidencia de Martín Vizcarra y su disolución del Congreso, llevando a un Parlamento fragmentado y a un Ejecutivo sin bancada oficialista.
En la actualidad, las elecciones de la Mesa Directiva están marcadas por la controversia y el debate. Ya no son los voceros los que se reúnen y terminan decidiendo directamente los consensos. Ahora se buscan de a uno, o a través de audaces movimientos.
La fragmentación de los grupos políticos que han dado como resultado 12 bancadas en la actualidad, dificulta el encuentro de intereses en común. En este contexto, se han formulado estrategias orientadas a tomar el control, imponer una agenda o, en el extremo, facilitar el camino hacia candidaturas en un escenario de posibles elecciones (¿complementarias?). Pero más allá de estas aspiraciones, la precariedad de nuestra institucionalidad política hace que, si bien cualquier plan puede verse como posible, nada garantiza que sea viable.
Solo quedan dos listas en la carrera. La lista 1, respaldada por cinco grupos parlamentarios, luego de un audaz movimiento representa 63 votos posibles, y es la que parece tener ventaja. La lista 2, también apoyada por cinco grupos, solo acumula 49 votos. El verdadero desafío, entonces, parecería ser cómo atraer a los indecisos para lograr los 66 votos necesarios en una primera votación, o cómo arrebatarle algunos votos a la otra lista. Llegar hasta este momento ha sido, quizá, lo más desgastante que han tenido que enfrentar los grupos políticos, enajenándose de sí mismo, de sus promesas, de sus antagonismos y hasta de sus propias antipatías. A pocas horas de la elección, este proceso nos deja con una sensación de desorientación, más que de desorden, en los grupos parlamentarios.
¿Qué está en juego? La distribución y funcionamiento de las comisiones, que influirá en la elección de las presidencias, el nombramiento de asesores y personal de apoyo, la conformación de grupos de trabajo y la aprobación de dictámenes. Los 63 votos potenciales de la lista 1 implican también el control de 12 de las 24 comisiones que sumarían las cinco bancadas, facilitando no solo la decisión sobre la conformación de las comisiones, sino también la posibilidad de alcanzar mayorías en las votaciones. Los integrantes de la lista 2 suman nueve comisiones, minoritarias por representar un menor número de votos en cada una de ellas.
Controlar la Mesa Directiva permite además influir en la agenda del pleno (qué se vota y cuándo) y de los demás órganos de gestión del Congreso. Además, conlleva a un control administrativo que incluye las funciones delegadas a cada vicepresidencia. Por ejemplo, la primera vicepresidencia tiene la responsabilidad de calificar y enviar proyectos a las comisiones, tramitar mociones y pedidos de informes, además de gestionar la Oficina de Participación Ciudadana y el Fondo Editorial. La segunda vicepresidencia tiene a su cargo las relaciones internacionales e interparlamentarias del Congreso (invitaciones al exterior que aprueba la Mesa Directiva), mientras que la tercera supervisa la Oficina de Enlace con el Ciudadano, que es la que los asiste en su semana de representación, además de procesar los informes de dicha función.
Por último, la alineación política de los gobiernos regionales y municipales también puede desempeñar un papel importante en la elección. El apoyo tácito del Gobierno a la lista 1 podría ser un factor para tener en cuenta, capaz de atraer algunos votos. Tres de los cinco grupos que integran la lista 1 –Somos Perú, APP y Avanza País– suman entre ellos 10 gobiernos regionales, 55 alcaldías provinciales y 412 alcaldías distritales. Esta conexión con gobiernos locales y regionales podría ser una ventaja.
Así, puede apreciarse que detrás de una elección de la Mesa Directiva hay mucho más que simpatías o antipatías políticas. Las alianzas y compromisos que se forjen en este proceso –particularmente hoy– podrían tener un impacto más allá de la elección misma, pudiendo no solo definir la agenda legislativa hasta el 2026 (“nos quedamos todos”), si todo sucede como lo habrían conversado, sino también plantear reformas serias (algo sumamente difícil de pensar). La gran interrogante no es por qué se aliaron Fuerza Popular y Perú Libre, sino cuánto tiempo durará esta alianza, y si funcionará. Esta sería una elección donde podría haber no solo perdedores, sino también perdidos.