"Pero quizá el problema, precisamente, consiste en pensar la fe separada de la generosidad y la compasión". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Pero quizá el problema, precisamente, consiste en pensar la fe separada de la generosidad y la compasión". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Raúl Zegarra

“En tiempos recios, amigos fuertes de Dios”, escribe Santa Teresa de Ávila en su autobiografía espiritual, “Libro de la vida” (1562). No cabe duda de que nos encontramos en tiempos recios, tiempos de imprevisible dificultad y crisis de sentido producidos por la fulminante presencia del ¿Pero qué hay de aquello de ser “amigos fuertes de Dios”?

La pregunta parece especialmente pertinente al inicio de las festividades religiosas más importantes para las tradiciones cristiana y judía. Pertinente, además, dado que el COVID-19 ha creado un contexto religioso fundamentalmente nuevo. Pues a la eterna pregunta por el lugar de Dios en el medio del sufrimiento humano se suma ahora la imposibilidad de reunirse para discernir en oración y celebración su respuesta.

En este contexto de aislamiento y perplejidad espiritual, el Arzobispado de Lima ha hecho algo impresionante. Lo ha hecho, además, virtualmente, usando su canal de You Tube. Recordándonos así, a través de este mismo acto, la dramática novedad de la situación en la que nos encontramos.

En un clip titulado “¿Quién ha dicho que Cristo este año no sale?”, el arzobispo de Lima procede a leer un poema de una belleza espiritual y profundidad teológica conmovedoras. Se trata de un mensaje de esperanza religiosa, muy católico en sus referencias e imágenes. Y, sin embargo, se trata de un texto que nos revela un mensaje de profunda humanidad que supera las particularidades que a menudo dividen a las tradiciones de fe.

La primera estrofa, al ritmo de una voz pausada y de violines que estremecen la calma, plantea sin ambages la naturaleza del mensaje: “¿Quién ha dicho esas historias, que el Cristo este año no sale, si está vestido de blanco, de azul o de verde, en los hospitales? ¿Quién dice que el Nazareno no puede hacer penitencia, si están todos atendiendo a enfermos en las urgencias?”.

La fe cristiana, propiamente entendida, no es solo materia de procesiones o penitentes rituales. Se trata, más bien, de una fe encarnada en la historia. Una fe que se manifiesta en el coraje cotidiano de mujeres y hombres al servicio de los que sufren enfermedad y desamparo.

Pero no se trata solo del carácter activo de la fe. La propuesta teológica del poema es mucho más radical, aunque profundamente bíblica. Sigue el texto: “¿Cómo que Jesús Caído no saldrá el Miércoles Santo? Mírale tú en nuestros médicos que caen rendidos, exhaustos, como humildes cireneos ayudando a cada paso: celadores, enfermeras, administradoras, codo a codo, sin descanso”.

El poema propone la identidad de Jesús con cada uno de los personajes mencionados, a los que añade camioneros, policías, cajeras de supermercado, pescadores, y tantos y tantas otras que mantienen al país caminando, arriesgando su salud, en medio de una crisis abrumadora.

Lo fascinante del texto es que no se pronuncia sobre la fe de estos otros Cristos. ¿Son cristianos? ¿Van a misa? ¿Hacen penitencia, atienden procesiones? No lo sabemos. Su identidad con Jesús no parece depender de estas formas habituales de concebir la fe; estriba, en cambio, en su hacerse prójimos de aquellos que experimentan necesidad. Ellas y ellos son como el buen samaritano de la parábola bíblica: conocidos solo por su compasión y generosidad, no por su fe.

Pero quizá el problema, precisamente, consiste en pensar la fe separada de la generosidad y la compasión; en concebir la amistad con Dios desconectada del amor humano. Quizá en el corazón del cristianismo y de toda religión se albergue algo más simple, aunque no desprovisto de radicalidad.

La atrevida idea de que ponerse al servicio de los demás, especialmente de los que más sufren, es el deseo más profundo de cualquier dios que merezca el nombre. La noción osada de que así, amando a los demás con entrega y sacrificio, “el amor salta las tapias, el corazón no se encierra”. La excepcional convicción de que de esta manera quizá nos volvamos amigos fuertes de Dios y hagamos de esta, como dice el poema, “una Semana Santa, más que nunca, verdadera”.

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