Solo un gran esfuerzo de concertación política (congresal y extracongresal) podría derivar en unas elecciones adelantadas para el 2024. Concretarlas este año es una quimera.
Mientras tanto, el Ejecutivo intenta acomodarse en el asiento como para un viaje más largo que el que pudo haber proyectado en enero pasado (punto álgido de las protestas). Y el Legislativo retoma su agenda prevista para circunstancias de “normalidad”, que incluye la fiscalización y la crítica a los desatinos del Gobierno.
¿Qué alienta esta sensación? Una sensible reducción del alcance de las protestas (salvo la focalización en Puno con el saldo terrible de las recientes muertes de seis soldados), un reenfoque en temas de suma urgencia como el posible fenómeno de El Niño costero, el retorno a clases en medio de una infraestructura educativa severamente afectada y la necesidad de impulsar el aparato productivo y el empleo, así como la atención en los precios de varios productos de primera necesidad.
Una de las víctimas directas de la conflictividad social y política que alentó por meses el gobierno de Castillo, Torres, Chávez y compañía, desbordada a inicios de año, fue precisamente la economía, y principalmente las perspectivas de la inversión privada para el 2023. Julio Velarde lo acaba de confirmar hace poco desde Canadá.
La última encuesta de Datum, en la que Dina Boluarte aparece con tres puntos de crecimiento en su aprobación, si bien no muestra (aún) una tendencia de evolución positiva, al menos sí permite proyectar cierta estabilización en el rango de los 20 puntos que, aunque baja y precaria, le otorga algo de capital político para acometer la tarea gubernativa básica.
¿De qué va a depender que la agenda adelantista retorne como punto uno de la agenda? A mi juicio, mucho más del éxito o fracaso de las urgencias de corto plazo arriba mencionadas (respuesta eficiente o no frente a retos como El Niño, vuelta a clases y reactivación económica en pos de cierta normalidad) que de las nuevas o eventuales futuras protestas. Si el Gabinete Otárola es el indicado para afrontar con éxito esta nueva etapa, lo sabremos más pronto que tarde.
Aunque algunos consideran que el actual primer ministro es una mochila demasiado pesada para la presidenta por el drama de las muertes de civiles y militares tras las protestas, y por una casi imperceptible vocación de diálogo político, por ejemplo, con gobernadores y alcaldes de zonas en conflicto, lo cierto es que la citada agenda crítica de corto plazo será su prueba ácida.
Si el Gabinete y su director logran afianzar un buen equipo de trabajo, con resultados evidenciables, lo más probable es que los cambios se posterguen. El escenario contrario haría imprescindible un refresco no solo en la PCM, sino en varias otras carteras.
Finalmente, los resultados mandan. Veremos.