(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Jorge Sánchez-Pérez

Desde la nacionalización de industrias claves, pasando por la eliminación de monopolios legales, esta parece una competencia de promesas más que de políticas públicas. Todas estas promesas tienen algo en común: pueden ser calificadas como populistas. Apelan a aquello que los o las candidatas afirman que “el pueblo” quiere. Debo aclarar, que “el pueblo” quiera X no implica que ese X sea bueno o malo. Simplemente se manifiesta un deseo colectivo que de una u otra manera aquellas personas que actualmente aspiran a la presidencia dicen entender y que buscarán implementar o manifestar de llegar al poder.

Creo que sería útil entender el como una forma de legitimidad. No la única, ni la más importante, pero sin duda es una forma de legitimar una acción. En paralelo tenemos la legitimidad moral y la legitimidad legal. Hablar de legitimidad en términos morales es abrir una caja de Pandora. Tener legitimidad moral implica justificar acciones en base a ciertas visiones de lo bueno y lo malo y cualquier persona que haya tenido acceso a educación en teoría moral sabe que hasta hoy hay competencia entre escuelas consecuencialistas, deontológicas, de la ética de la virtud, del cuidado, etc. sobre qué es o no moral. Por otro lado, la legitimidad legal suele ser más sencilla de identificar. Usualmente se refiere a lo que el sistema legal indique qué está permitido o qué se debe hacer y eso suele bastar. Sin embargo, la legitimidad legal de una acción puede y ha colisionado en más de una ocasión con la legitimidad moral de la misma. Recordemos que la creación de campos de concentración de judíos y la esclavitud de personas negras fueron ambas legales. Y aunque ambas fueron consideradas legalmente legítimas, no podrían ser consideradas moralmente legítimas a menos que alguien esté dispuesto a hacer malabarismos mentales.

Idealmente en una república, las instituciones políticas podrían articular un diálogo entre todas las legitimidades. Donde diferentes posturas se puedan moderar entre sí y encontrar un compromiso que promueva lo mejor para la sociedad respetando los derechos de todos. Lamentablemente, en el Perú no hay aún aquella institucionalidad que pueda promover esos diálogos de legitimidad. Quizás es por ello que aquellas personas que aspiran a la presidencia del Perú, o incluso aquellas que han sido electas para esa posición, deben apelar al populismo o legitimidad social para mantenerse en el puesto. Quizás para evitar caer en estas recurrentes elecciones donde lo que prima son las promesas grandilocuentes y poco viables, debemos esforzarnos en construir las instituciones que permitan articular legitimidades. Mientras tanto solo queda reconocer que nuestras elecciones no son lo que deben, sino lo que pueden ser.

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