(Ilustración: Víctor Aguilar Rua)
(Ilustración: Víctor Aguilar Rua)
Gonzalo Banda

Tu candidato presidencial no te está diciendo que pasará a segunda vuelta con el porcentaje de votación más bajo de los últimos 30 años. Su luna de miel durará una noche de boda y al día siguiente puede que ya esté firmando los papeles de divorcio. No te cuenta que, salvo tal vez dos partidos políticos, tendrá que sobrevivir en el Congreso, con la navaja en el cuello, protegido por 15 o menos congresistas, que ya no harán de escuderos eventuales sino de guardia pretoriana a tiempo completo. Un mercado persa tendría menos diversidad que nuestro futuro Congreso. El Perú es así de diverso. No te está advirtiendo que muchas de las promesas infinitas que ha vertido en campaña van a incumplirse, y que los sueños que contagió terminarán rápidamente en pesadillas cuando aparezca la primera llanta quemada que bloquee la Panamericana.

Esta recta final es la batalla por las migajas. Los candidatos que luchan por pasar a segunda vuelta se han ido arranchando los votos entre ellos. Son los carteristas del voto. Lo único que no ha cambiado es el sólido indeciso. Se alimentan de las sobras de sus opositores. Son Lázaro comiendo de la mesa del rico Epulón. Se emocionan y envanecen porque crecieron uno o dos puntos en una encuesta y ya se sienten casi en segunda vuelta. Cuando lo único cierto en la campaña han sido las infidelidades y los candidatos que pertenecen a partidos políticos más sólidos han sobrevivido más por resiliencia partidaria que por méritos propios. De políticos persistentes hemos pasado a políticos resistentes. De coaliciones de independientes hemos pasado demoliciones de independientes.

Hacia el final de la campaña, han aparecido candidatos en los extremos de la derecha y la izquierda que han canibalizado a sus rivales más moderados. No tenemos la más peregrina idea de qué harán estos actores radicales que, aunque no ganen la elección, van a ingresar al debate público y van a conseguir una representación en el Congreso. Es mejor que tengan un lugar en la política formal antes que los condenemos al destierro y a las sombras. Tu candidato no te está contando que por primera vez va a tener que lidiar con estos políticos en el Congreso, cuando antes solo los encararía en protestas esporádicas.

Tu candidato no te está diciendo que más que por honesto y valiente, le esté alcanzando por ser obstinado y grandilocuente. Más que mano dura, lo que está funcionándole es la muñeca y las habilidades blandas. Al inicio quiso cambiarlo todo, y ahora cambiará lo que le dejen cambiar. Más que capitalismo popular lo que enfrentará es un desborde popular. No necesitará un gabinete de guerra, sino un gabinete de supervivencia.

¿Cómo pretendíamos que los populismos no tuvieran un papel fundamental en esta campaña tras la peor crisis sanitaria y económica de nuestra historia reciente? ¿Cómo no iban a tener una gran oportunidad los candidatos que acercaran su propuesta política en lenguaje sencillo a las necesidades de los desempleados y endeudados del país? Los populistas peruanos de la derecha y la izquierda brillan claramente ante la apatía de los candidatos tecnocráticos que no tienen alma para apaciguar un incendio de reclamos ciudadanos. Han forjado una oportunidad política en una arena de combate donde antes jamás hubieran podido pelear para llegar a la segunda vuelta y solo se hubieran conformado con disputar los votos más radicales.

Sin embargo, lo que hoy provoca una gran ilusión, puede despertar en unos meses la más cruel decepción. Tu candidato no te está diciendo que más que apasionarte por él, lo más conveniente es que no lo idolatres ni lo defiendas fanáticamente. Modera tus expectativas porque recibirá un país en cuidados intensivos y a los pocos meses de gobierno es probable que enfrente una creciente impopularidad en las calles y, tal vez, antes que cante el gallo, lo habrás negado tres veces.

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