Desde el asesinato de George Floyd, Estados Unidos ha emprendido un notable reconocimiento de la injusticia racial. Pero muchos estadounidenses están exigiendo más: que finalmente reparemos el racismo sistémico que persiste.
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Este momento decisivo tiene el potencial de transformar el país en uno mucho más justo. Sin embargo, este movimiento incipiente también corre el riesgo de verse reducido a un instante fugaz.
Gran parte del progreso hasta la fecha, aunque bienvenido, ha sido simbólico o superficial. Instituciones antes renuentes, desde Nascar hasta la Legislatura de Mississippi y el ejército, ahora prohíben la exhibición de la bandera confederada, por ejemplo.
En el mundo corporativo, los ejecutivos se esfuerzan por diversificar, para obtener más productos de proveedores afroamericanos y donar a organizaciones sin fines de lucro que apoyan a comunidades de color.
A nivel municipal, algunas ciudades están revisando sus presupuestos para redirigir recursos de la aplicación de la ley a los servicios sociales para reimaginar la naturaleza de la policía.
Pero donde más importa, el Congreso nuevamente ha desperdiciado el momento. La Cámara aprobó la Ley George Floyd de Justicia en la Policía, que instituiría reformas cuidadosamente calibradas, pero fue bloqueada en el Senado controlado por los republicanos. Después de no aprobar un pálido sustituto del proyecto de ley, el líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell, parece ansioso por seguir adelante. Mientras tanto, se niega a permitir que se considere una nueva ley de derechos de voto y fondos para garantizar una votación segura durante la pandemia, sabiendo que las comunidades de color sufren desproporcionadamente por el coronavirus.
Y como era previsible, Trump se ha reafirmado en su plataforma de división y fanatismo. Casi a diario, arroja carne roja racista a su base, con la esperanza de que aumenten sus cifras en las encuestas.
Trump retuitea videos de partidarios que gritan “poder blanco” y ciudadanos blancos que blandieron armas a manifestantes pacíficos. Repite engañosamente que la policía mata a más personas blancas que negras.
En este contexto de medidas a medias y hostilidad absoluta, es fácil imaginar que el impulso para el progreso en la justicia racial se agote pronto. Pero no tiene por qué ser así.
Para corregir el racismo sistémico, hay que crear las condiciones para una reforma sistémica.
El cambio implicaría una nueva agenda. El gobierno federal, en colaboración con el sector privado y las ONG, debe invertir atención sostenida, creatividad y recursos suficientes en iniciativas de base amplia para abordar las desigualdades que impregnan, no solo el sistema de justicia penal, sino también la educación, las oportunidades económicas y de salud, vivienda y calidad ambiental.
En cada sector, los remedios deben ser integrales. Para ampliar el acceso a la educación superior, por ejemplo, es hora de proporcionar acceso sin deudas a los colegios comunitarios, ampliar las prácticas y las becas, y hacer que la matrícula sea gratuita en las universidades públicas para todas las familias que ganen menos de US$125.000 al año.
Las instituciones que históricamente han servido a las minorías son incubadoras indispensables de talento y emprendimiento que merecen apoyo, al igual que los jóvenes graduados necesitan tutoría y acceso al capital para generar riqueza y estimular la movilidad económica.
El gobierno por sí solo no es la solución, pero puede desempeñar un papel crítico en el desmantelamiento de barreras estructurales. Por lo tanto, puede acercarnos mucho más a cumplir nuestro credo fundador: que todos somos creados iguales.
Si bien esta visión está ahora a nuestro alcance, comprenderla requiere líderes comprometidos con su realización. Trump, junto con la política racial divisiva que alimenta, debe ser derrotado en las urnas en noviembre.
El legado de este movimiento por la justicia racial debe ser más que simbólico. Al abrazar lo que el gran John Lewis llamó “buenos problemas”, al emplear el activismo, podemos hacer que Estados Unidos sea mucho más justo y esperanzador para todos.
–Glosado y editado–
© The New York Times