El género paisajista insinuado apenas en las líneas escuetas de los cronistas, como grabadas al buril, iniciado como curiosidad botánica y geográfica en los naturalistas del siglo XVI, ahondado en la investigación científica del siglo XVIII, ignorado por los románticos, no tuvo en el Perú, como se ha visto, grandes cultivadores. Las notas más auténticas y originales las dieron Juan de Arona, recogiendo el ambiente de la hacienda costeña, Carlos G. Amézaga en su realista y fúlgida descripción de la selva, y José Santos Chocano, en sus magistrales sonetos descriptivos de la flora y en algunas evocaciones del paisaje urbano indoespañol, pero, sobre todo, en el esplendor tropical de sus metáforas, paisaje hecho verso caliginoso y exuberante. En la manera paisajista de Riva Agüero se dan todas las notas esenciales para una cabal comprensión del paisaje peruano. Es el primer peruano que ve la sierra con emoción vernácula y patriótica.
—El paisaje vegetal—
Asombra, en un medio tan frívolo y desaprensivo como el peruano y de una cultura media, tan a la violeta, el conocimiento profundo de Riva Agüero sobre la geografía vegetal y la geología de nuestro territorio. “Parece –dice acertadamente F. García Calderón– que hubiera estudiado Botánica y Geología con alma de poeta”. Uno de los placeres peculiares de su viaje es ir reconociendo las plantas distintivas de cada región, en perspectiva poética y no erudita, engarzando sus colores y formas con la orografía y el temple con una gana pictórica de color, hasta que las coordina, con mágico y gallardo poder de síntesis, en la geopoética del paisaje peruano que ofrece en sus impresiones finales.
—La técnica del color y del sonido—
Riva Agüero es también un maestro en el manejo del color. En las notas relativas a su itinerario, han surgido ya algunas de las primicias de su vigorosa técnica pictórica. Se adivina en esta maestría la influencia literaria romántica y francesa, no solo la de Chateaubriand y de Fromentin, como se ha señalado, sino quizás mucho más poderosa y sugestiva la de Gautier en su viaje a España y la de los Goncourt. De ellos aprendió Riva Agüero la seducción por los matices intermedios e imperceptibles para el ojo vulgar y su asociación o analogía con otras tonalidades desapercibidas de la naturaleza, en plan de metáfora o de irónico paralelismo. Esa técnica pictórica es la usada por Riva Agüero para dar la sensación de cada uno de los complicados juegos de luces y colores de los paisajes andinos.
—El paisaje sonoro—
Riva Agüero es maestro en la descripción del paisaje sonoro. A lo largo de su viaje, marcado por el paso rítmico y el campanilleo de las mulas, reclaman al viajero las múltiples ondas en que vibra la vida del paisaje: el ladrido de un perro en la puna desierta y ventosa, el ruido torrentoso del Apurímac, “como el rugir de una fiera herida”, la clarinada de los gallos, el balido de las ovejas, el grito de un arriero, el chasquido de un látigo o el sollozo de las antaras. “En este aire tan seco –anota en Ayacucho–, en esta completa calma, cualquier sonido se destaca con inusitada claridad cantarina”.
–Glosado y editado–
Texto originalmente publicado el 1 de enero de 1956.