En julio, el líder mercenario ruso Yevgeny Prigozhin publicó un video desde su nueva base en Bielorrusia, dando la bienvenida a sus combatientes a su país de exilio tras el fallido motín del grupo Wagner en Moscú. También les dijo que se prepararan para “un nuevo viaje a África”. Días más tarde, después de que un golpe de Estado en Níger derrocara al presidente electo democráticamente Mohamed Bazoum, Prigozhin no tardó en ofrecer sus servicios al nuevo líder de la junta. Un golpista viajó a Mali para reunirse con personal de Wagner en Bamako, donde el grupo mercenario proporciona seguridad al gobierno de esa junta.
Los acontecimientos alimentaron inmediatamente la especulación de que Moscú había urdido el golpe, una idea alentada por los videos que mostraban a nigerinos ondeando banderas rusas en la capital, Niamey. Estados Unidos insiste en que “no hay indicios” de que Prigozhin o el presidente de Rusia, Vladimir Putin, estuvieran implicados, mientras que un periodista de la BBC informó que un medio de comunicación estatal ruso describió los acontecimientos como un ejemplo de “revolución anticolonial” dirigida por Rusia.
En cualquier caso, la destitución de Bazoum por el ejército nigerino ha supuesto una importante oportunidad para Prigozhin y Putin. Les ha permitido superar la vergüenza mutua del fallido motín de junio y demostrar que Wagner se está fortaleciendo en África al mismo tiempo que la presencia militar de Occidente se desvanece. A medida que los grupos terroristas cobran fuerza en la vecindad, ese retroceso podría convertirse en una importante amenaza para la seguridad.
En la última década, el Sahel, una vasta región semiárida de África occidental y norcentral, se ha convertido en una maraña de grupos terroristas transnacionales, como el Estado Islámico en el Gran Sahara, Boko Haram y Jama’at Nusrat al-Islam wal-Muslimin. La campaña militar francesa de ocho años destinada a estabilizar la región, denominada Operación Barkhane, terminó en fracaso en el 2022, dejando un vacío de seguridad que rápidamente llenaron los yihadistas y los mercenarios de Wagner.
Los diplomáticos estadounidenses y los funcionarios de África Occidental están intentando negociar la vuelta al poder de Bazoum. Si ese esfuerzo fracasa, y Washington pierde el acceso a la base de aviones no tripulados que tiene allí y a otras actividades de inteligencia y vigilancia en la zona, su conocimiento de lo que traman los grupos insurgentes en el Sahel se verá gravemente limitado.
Wagner estará preparado. Sus fuerzas ya están desplegadas en Mali y Libia, ambos países fronterizos con Níger, así como en la República Centroafricana y Sudán. Desde que envió tropas por primera vez a África en el 2017, el grupo se ha incrustado en estos frágiles Estados y ha desviado valiosos recursos; ofrecen músculo militar a cambio de contratos mineros que permiten a las filiales de Wagner extraer oro, diamantes y otras materias primas que llenan las arcas rusas. Los golpistas africanos necesitan la seguridad que puede proporcionarles Wagner, y el Kremlin necesita el flujo de financiación para suavizar el golpe de las mordaces sanciones occidentales.
Y aunque varios Estados emplean a Wagner para combatir y debilitar a los grupos yihadistas en el Sahel, su creciente presencia y su reputación de brutalidad están teniendo el efecto contrario. Las organizaciones terroristas han aprovechado el creciente resentimiento por las tácticas de tierra quemada de Wagner para reclutar nuevos miembros, ofreciéndoles tanto protección como una oportunidad de venganza. A medida que la amenaza militante cobra fuerza, crece la preocupación legítima por la expansión de los grupos hacia la costa de África Occidental.
Si el golpe acaba permitiendo que se abra un corredor entre las dos ramas del Estado Islámico en la región, por ejemplo, el grupo podría traer miembros de Nigeria. El escenario de pesadilla para Estados Unidos sería quedar fuera de Níger, que Wagner entrara y que los grupos yihadistas se hicieran tan poderosos que transformaran el Sahel en una versión de Afganistán en la era anterior al 11-S que acabara reuniendo la fuerza organizativa necesaria para lanzar ataques internacionales. Para Wagner y Rusia, significaría más dinero en el banco y más influencia en la región.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times