Durante años han venido creciendo los temores de un “cisne negro” que pusiera a prueba las capacidades de gestión de crisis de la Unión Europea (UE). Con el brote del coronavirus, esos temores se han hecho realidad, y no resulta del todo claro si la UE podrá sobrellevarlo.
Esta no es una prueba cualquiera. Para empezar, es probable que afecte a todo el mundo y que conduzca a una desaceleración sincronizada del crecimiento o, inclusive, a una recesión. Las recesiones sincronizadas casi siempre son más profundas y más duraderas que las crisis que afectan a economías individuales, y golpean particularmente fuerte a economías abiertas (como la UE).
Para colmo de males, como todos los estados miembros de la UE enfrentan un golpe duro, tendrán muchas menos posibilidades de ayudarse mutuamente que durante la crisis de la Eurozona (2010). Sin duda, Italia es el país que más ha sufrido hasta el momento. Pero los patrones de transmisión del virus sugieren que este seguirá propagándose por Europa, sometiendo a todos los países a una creciente tensión.
El virus ya ha alterado las cadenas de suministro y desacelerado el comercio global, con efectos predeciblemente negativos en las ganancias corporativas y el empleo. Los sectores de turismo y transporte se han visto particularmente afectados no solo por las restricciones de viaje, sino también por el “distanciamiento social” voluntario. Como resultado de ello, la demanda general está decayendo, y esto se refleja en el desplome de los precios del petróleo (por lo general, un presagio de recesión global).
Y si bien China parece haber logrado controlar el virus, la cantidad de casos sigue aumentando en otras partes. A menos que esto cambie rápido, es poco probable que los efectos económicos sean temporales.
Un escenario más probable es que el COVID-19 ponga a prueba la resiliencia de los sistemas de salud pública, las relaciones laborales y los mecanismos de solidaridad formales e informales en la UE. Y si a la pandemia no se responde con políticas agresivas y oportunas, sus efectos probablemente sean perdurables, especialmente si se activan los mecanismos de amplificación.
Estos mecanismos, por lo general, funcionan a través del sector financiero. La buena noticia es que, gracias a una mejor regulación, los bancos están mejor capitalizados que en el 2008, cuando estalló la última crisis financiera global. Pero algunos países continúan arrastrando serias deficiencias, y la resiliencia de las pequeñas y medianas empresas (pymes) sigue siendo dudosa.
En la UE, la capacidad de montar una respuesta efectiva varía entre los estados miembros. Pero aun en países relativamente bien equipados, las medidas unilaterales solo tienen un potencial limitado. Una acción coordinada sería mucho más efectiva.
La política monetaria puede ayudar de diferentes maneras. Sin embargo, lo que la UE realmente necesita es un estímulo fiscal coordinado que saque provecho de su poder de financiamiento conjunto. Pero, actualmente, no hay un instrumento en vigencia que respalde a los países miembros cuando se producen grandes sacudidas comunes. El Mecanismo Europeo de Estabilidad podría activarse en un escenario extremo, pero utilizarlo como herramienta de gestión de la demanda sería inapropiado. Y el Fondo Europeo de Solidaridad es demasiado pequeño para cumplir este objetivo.
La pandemia del COVID-19 representa una oportunidad para que la UE cree un mecanismo de gestión de crisis poderoso, que reúna los recursos de los estados miembros y los canalice hacia una política fiscal coordinada. La idea de un “fondo de seguro” de este tipo no es nueva: varios economistas defendieron la idea después de la última crisis.
La UE ha tendido a hacer mayores progresos en tiempos difíciles. Y, como pueden confirmar los millones de personas que hoy están aisladas en Italia, el brote del COVID-19 es un tiempo muy difícil. Ahora es el momento de que la UE emprenda una acción coordinada rápida y capitalice el impulso para construir las instituciones que necesita a fin de facilitar una acción aún más efectiva la próxima vez.
El contexto geopolítico actual debería reforzar la motivación de Europa para impulsar su capacidad de gestión de crisis. En el 2008 predominaba la cooperación internacional y Estados Unidos era un socio confiable para Europa. Cuando los bancos europeos necesitaron desesperadamente dólares estadounidenses, se crearon rápidamente mecanismos de canje de monedas para salvaguardar la estabilidad financiera.
Hoy, en cambio, el aislacionismo está en aumento y Estados Unidos lleva la delantera. La Reserva Federal estadounidense no consultó a nadie antes de recortar la tasa de interés de emergencia. Da escalofríos pensar qué sucedería si los bancos europeos necesitaran con urgencia financiamiento en dólares en este contexto.
El COVID-19 debería servir como una poderosa advertencia para los gobiernos en todo el mundo. La combinación de degradación ambiental y profunda interconexión económica ha hecho que el mundo sea más vulnerable que nunca a las sacudidas repentinas y de gran escala. La UE tiene la obligación ante sus ciudadanos de garantizar que puede dar respuesta.
–Glosado y editado–