Este jueves se cumplen 89 años de la muerte de Melitón Carvajal, héroe de los combates de Dos de Mayo y Angamos, defensor incansable de nuestro territorio. Mientras lo recordamos con nostalgia, el país se consume en llamas y nuestros líderes parecen no notar la ironía.
La presidenta Dina Boluarte, con su habitual reacción a destiempo, acaba de declarar el estado de emergencia en Amazonas, San Martín y Ucayali. Una medida que, como siempre, llega tarde.
Después de minimizar el problema durante días, la mandataria ha asegurado que el Gobierno respondió “desde el primer minuto con todo lo que tenía”. Pero, claro, las llamas avanzaron como si nadie se hubiera enterado. Mientras tanto, Gustavo Adrianzén, presidente del Consejo de Ministros, seguía repitiendo que no era “tan grave”, como si las hectáreas arrasadas y las vidas perdidas fueran simples números en un informe. Qué gran análisis, una pena que la realidad no le haya dado la razón.
El momento más revelador de esta desconexión llegó cuando el periodista de Panamericana Televisión, Luis Chuqui, le dijo: “presidenta, mis lágrimas han recorrido a nivel internacional para pedir su presencia”. La respuesta de la jefa del Estado, durante su viaje a Amazonas, no dejó margen para las dudas: “No necesito sus lágrimas, señor”. Y sí, lo que quedó claro es que ella no necesita lágrimas, ni súplicas, ni realidades que la incomoden.
El estado de emergencia finalmente se decretó, pero cuando el daño ya es irreversible. No es solo la falta de planificación lo que preocupa, sino la dejadez institucional. Los incendios, muchos de ellos provocados, no son novedad, pero la lentitud y el desinterés con los que este Gobierno ha actuado agravan la situación hasta un punto crítico.
Por si fuera poco, ahí está la Ley 31973, un regalo de los congresistas a los intereses privados. Bajo el pretexto de “recuperar” terrenos devastados, los entregan al mejor postor, en clara contradicción con la Constitución, que dice proteger nuestros recursos naturales. En la práctica, la única protección que se ve es la de los bolsillos de unos pocos.
Y, en un acto de fingida oposición, el Congreso le negó a Boluarte el permiso para viajar a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Un gesto simbólico que no sirve de nada, salvo para distraer la atención de lo que realmente importa: la devastación ambiental y la falta de soluciones reales. Es más fácil montar un espectáculo político que enfrentar el desastre que avanza imparable.
No son solo árboles los que arden en estos incendios. Con ellos se consume también nuestra economía, golpeada sin remedio. El turismo se disipa como el humo, la agricultura se asfixia, y el daño a nuestros bosques y selvas es irreparable. Mientras tanto, quienes ostentan el poder siguen de espaldas a lo primordial. Las leyes o las acciones que podrían proteger lo poco que nos queda ni siquiera se discuten. Porque es más fácil esquivar responsabilidades que enfrentar la devastación que arrasa con el país.
Si Melitón Carvajal viviera hoy, no se quedaría de brazos cruzados. Él, que defendió con valentía al Perú, exigiría acciones, no discursos vacíos. Porque, al final, lo que importa no es lo que decimos, sino lo que hacemos. Y si no cuidamos lo que tenemos, pronto no quedará nada: ni tierras, ni héroes, ni un país que recordar.