Con la reciente discusión sobre la agroindustria, resurgió en el Perú la pregunta sobre la desigualdad económica. Pregunta que, además, es una de las más importantes de la política. Todos los planes de gobierno de los partidos políticos deberían responderla.
Básicamente, hay en el mundo cuatro miradas sobre este problema:
Los liberales de mercado, llamados también libertarios, creen que la distribución de ingresos que resulta del juego de la oferta y la demanda es la más justa. No solo la más eficiente, sino la única justa, porque resulta de las decisiones libres de las personas. Mario Vargas Llosa se considera un libertario pero, lamentablemente, en su reciente libro sobre el liberalismo no incluyó a los pensadores libertarios más significativos. Tampoco discutió los argumentos que presenta el liberalismo de izquierda, la corriente en filosofía política más exitosa del siglo XX que proclama que la libertad es un ideal colectivo y necesariamente solidario.
En la otra orilla del espectro, está la izquierda que, en el Perú, responde más a un ánimo antiempresarial que a un espíritu de solidaridad. Es una izquierda que tiene más habilidad para detectar y combatir el lucro que para promover políticas públicas, por lo que resulta difícil definir con precisión sus posturas. A veces, suenan como si endosaran el reformismo de Lula Da Silva o el de Evo Morales, pero otras, traslucen una visión más cercana al modelo cubano. Lo más claro de esta izquierda es su crítica a la clase empresarial del Perú, a la que considera “dominante pero no dirigente”, “rentista y especuladora”, “primario exportadora”, “extractivista” y cosas así. Es un argumento curioso que implica que quienes lo proponen no serían, en países con una clase empresarial sin estos defectos, de izquierda. Lo que es un absurdo.
Entre el libertarismo y la izquierda radical, están las propuestas más interesantes y, a mi entender, más justas. En este espacio de centro hay, por lo menos, dos matices. En la centroizquierda más igualitaria, la creencia principal es que el incentivo a los empresarios es necesario porque así se generan puestos de trabajo, además de los impuestos que deben sostener los servicios públicos que posibilitan una vida digna a todos los ciudadanos. Las desigualdades económicas, por lo tanto, se justifican porque mejoran la situación de los más vulnerables. Las socialdemocracias europeas del tipo escandinavo han seguido un camino así.
Otra posición centrista, menos inclinada hacia la igualdad, afirma que tener un negocio propio es un derecho como tantos otros. Sostiene, además, que debe existir una relación entre las decisiones que una persona ha tomado en su vida y su posición económica. Defiende que, aunque es responsabilidad de todos que nadie caiga por debajo de cierta línea de dignidad, es también una cuestión de justicia que los que se esfuercen más, ganen más.
Estos cuatro principios son la raíz de las diferentes ideologías en el asunto de la desigualdad económica. Es difícil tener una postura sobre, digamos, la cuestión de la agroindustria o sobre los sistemas previsionales sin usar alguno de ellos. No son recomendaciones técnicas elaboradas por economistas, sino fundamentos morales sobre los que en algún momento todos, unos más detenidamente que otros, hemos pensado. Eso es la ideología.
Y discusión ideológica es lo que nos falta en el Perú para combatir la nefasta tendencia de entender la política como un asunto de oportunistas que pertenecen a diferentes partidos pero que son casi todos iguales ideológicamente. Porque casi todos, excepto unos cuantos, quieren un capitalismo al champazo, como el que tenemos ahora.
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