Luego de 15 años de crecimiento sostenido, durante los cuales la pobreza disminuyó de 59% a 23% y la clase media urbana se expandió de 29% a 44% de la población, en el siguiente quinquenio el Perú debe continuar creciendo y resolver los grandes déficits sociales e institucionales. Con una economía mundial cuya recuperación es incierta, nuestro desempeño dependerá principalmente de lo que hagamos o dejemos de hacer. No será fácil, pues en los últimos años nos hemos encargado de hacerlo todo más complicado: hoy es más difícil construir un edificio, conseguir un permiso sanitario, distribuir vacunas, licitar una carretera o explotar una mina.
Lo primero es recuperar el crecimiento. La actual velocidad de 3% sencillamente no alcanza para crear empleo y recaudar los recursos fiscales necesarios para cubrir las brechas de infraestructura y de servicios para la población. El próximo gobierno deberá generar condiciones que nos permitan una expansión del 4,5%, que es el crecimiento potencial estimado para el Perú. Significa reanimar la inversión privada, que hace dos años viene desplomándose. No hay que ir a descubrir la pólvora para eso, pues lo que el Estado debe hacer para alentar la inversión es sabido en todo el mundo: generar confianza en la estabilidad de las reglas de juego; desregular y simplificar el marco normativo que afecta la competitividad; flexibilizar el mercado laboral; y desempeñar activamente un rol facilitador de las inversiones.
En segundo lugar, será necesario transformar nuestro ineficiente Estado para ponerlo al servicio de los ciudadanos y no al servicio de sí mismo. En esta inmensa tarea se necesita emprender las siempre postergadas reformas: desburocratización de los sistemas administrativos que ahogan el sector público; revisión del proceso de descentralización; flexibilización de la Ley de Servicio Civil para hacerla más acorde con los tiempos; y muchas otras, todas muy complejas y que requieren ideas claras y firme voluntad política.
La lectura de los planes de gobierno presentados por los candidatos no ofrece respuestas a estos formidables retos, como lo mostró recientemente en estas páginas Roberto Abusada, en su artículo “Anemia programática”. O son evasivos y timoratos, o contienen muy malas ideas, como es el caso del Frente Amplio, que pretende tirarse abajo todo lo logrado en materia económica al plantear una nueva Constitución –con toda la incertidumbre que su discusión acarrearía–, una revisión de los TLC, propuestas que invaden la autonomía del BCR y de los organismos reguladores, y un no rotundo a la minería porque se pretende “diversificar la producción” –como si fueran dos eventos excluyentes–.
Lo paradójico es que estos planteamientos vienen acompañados de una promesa de crecimiento del 6%, imposible de lograr, de manera sostenida, con políticas hostiles a la inversión privada. Los avances del país en estas dos décadas se construyeron sobre pilares que precisamente ese plan pretende derrumbar: el capítulo económico de la Constitución de 1993, la sólida institucionalidad de las entidades responsables del manejo de la economía, basada en la autonomía y profesionalismo del BCR, SBS y organismos reguladores, el liderazgo del MEF para la aplicación de políticas económicas sensatas; y tratados de libre comercio que abrieron mercados y desarrollaron capítulos de protección a la inversión.
Vistos los planes de gobierno y los discursos y declaraciones de los candidatos, en una campaña donde las tachas y exclusiones han primado sobre las ideas, es muy probable que, una vez más, quien sea elegido en junio próximo llegue al gobierno “a pelo”, es decir, sin un plan ejecutable a partir del 28 de julio.
Entonces, nuevamente la capacidad de hacer esas profundas reformas que requerimos para crecer y generar bienestar a los ciudadanos dependerá de la convicción que tenga quien sea elegido para llevarlas a cabo; su liderazgo y capacidad de operación política para marcar la agenda y lograr convencer a los congresistas y opinión pública de su necesidad; y la capacidad de gestión de los ministros que convoque. Sin el viento a favor de la economía mundial, elegir a quien no tenga las ideas ni la convicción para enfrentar estos desafíos –o, peor aun, a quien tenga malas ideas y el convencimiento para ejecutarlas– nos puede hacer, dentro no mucho, añorar el mediocre gobierno del presidente Humala.