Marlene Molero

El es un problema que sucede mucho, del que se conoce poco y se habla menos. Hace dos años una encuesta de Ipsos encontró que, en opinión de mujeres y hombres, este es el principal problema que enfrentan las mujeres en nuestra sociedad. Y cómo podría no serlo, si está presente en la cotidianidad de los espacios públicos, de los lugares donde estudiamos y en los que trabajamos. La encuesta Elsa (2021) encontró que 4 de cada 10 mujeres experimentan alguna expresión de este en sus espacios de trabajo y el diagnóstico sobre la violencia de género en la PUCP (2020) reveló que el 60% de las y los estudiantes fue víctima de alguna forma de violencia de género –entre las que está el acoso sexual– en los últimos 12 meses.

¿Si sucede tanto, por qué lo vemos tan poco? Porque dependemos de la denuncia y esta es la última opción de las personas que pasan por acoso sexual o por cualquier otra expresión de violencia de género. De hecho, solo 1 de cada 10 lo llega a denunciar en sus espacios de trabajo y 2% lo denuncia en la universidad. La gran mayoría lo vive en solitario y en silencio.

¿Quisiéramos que fuera distinto? ¡Sin duda! Pero para lograrlo tenemos que abordar aquello que genera el silencio. Y esto es el miedo. El miedo a ser vista como una persona problemática o a sufrir represalias explica más de la mitad de los casos en los que se elige no hacer la denuncia en los espacios de trabajo. En la universidad supera el 80%.

La pregunta es entonces cómo diseñar procedimientos que respondan a estos miedos y en los que las víctimas tengan una opción real para denunciar. En las que su principal miedo no sea que no se les crea o en los que su mayor preocupación no sea enfrentar una demanda penal por difamación y poner su libertad y economía en riesgo.

Las sentencias favorables por difamación logradas en el caso de Johnny Depp en Estados Unidos y de manera más local en el caso del arqueólogo Luis Jaime Castillo en el Perú parecen haber generado en la opinión pública la paranoia de las falsas a la que poco le falta para plantear el paso de la era del ‘MeToo’ a la del ‘MenToo’. Y solo para ponerle un número por delante, porque los hay, las denuncias falsas llegan en el peor de los casos al 2%. Y es que, nuevamente, el problema de la violencia basada en género y del acoso sexual no es la mentira, es el silencio.

¿Y qué hace ese 2%? ¿No merece protección? Por supuesto y ese es el rol de los procedimientos e instancias de investigación que en nuestro país además están normados desde el 2004. Sin duda pasar por una investigación de este tipo no es grato, pero para quien se piensa o sabe inocente es la oportunidad de ejercer su derecho de defensa y como tal debería ser la parte más interesada en someterse a ellos e incluso pedir su apertura. ¿Y si aun así el resultado es adverso? Pues para eso están las instancias judiciales, para su revisión.

¿Qué es lo que no debe pasar con ese 2% de denuncias falsas? Que se intente hacer la regla de lo que claramente es la excepción. Que se convierta en una estrategia más de revictimización. Que se utilice para construir víctimas donde hay victimarios. Que sirva para pedir la revisión de cualquier investigación que se haya hecho sobre el tema como si de una comisión de la verdad se tratara.

Una comisión de la verdad debe dar voz, no callarla.

Marlene Molero Suárez CEO & Founder GenderLab

Contenido Sugerido

Contenido GEC