El actual Congreso de la República –es decir, el que aún está en funciones– se ha empeñado en introducir modificaciones a la Constitución, so pretexto de impulsar el regreso a la bicameralidad y regular lo relativo a la cuestión de confianza. Para esta “noble causa”, el presidente de la Comisión de Constitución emprendió una cruzada para dividir la legislatura que estaba en vigencia y, de manera forzada, introducir una cuarta legislatura de solo un mes.
Los importantísimos temas que tanto interesan ahora no fueron abordados antes de las elecciones presidenciales del 11 de abril, porque claramente se sabía que no gozaban de preferencia popular. Incluso los partidos en disputa para la segunda vuelta se pronunciaron en contra y las bancadas que, formal o informalmente, responden a ellos no apoyaron el planteamiento (los congresistas de Fuerza Popular, Frente Amplio y Partido Morado votaron en contra); por lo que todo hacía suponer que las propuestas que se querían aprobar no llegarían a los 87 votos que se necesitan.
Sin embargo, pasada la elección de segunda vuelta, el presidente de la Comisión de Constitución nos sorprende desempolvando proyectos formulados hace más de un año por los congresistas de izquierda, que plantean la reforma de la Constitución a través de la convocatoria a una asamblea constituyente, y prioriza su debate en este momento tan oportuno para quien, al día de hoy, encabeza el cómputo electoral.
Cabría preguntarnos, ¿qué busca este guiño, en la hora nona, a Pedro Castillo y sus hoy ya aliados políticos?
Digo esto, pues debo advertir que, de aprobarse en la famosa cuarta legislatura, la modificación que se plantea en los proyectos puestos a debate el pasado 8 de junio en la Comisión de Constitución –para lo cual bastan 66 votos–, quedaría el tema expedito para que se convoque a un referéndum, que ha sido el ansiado ofrecimiento de campaña del candidato del lápiz. Y es bueno precisar que, con la actual composición parlamentaria, los 66 votos se pueden obtener aun cuando el presidente de la Comisión y su bancada no apoyen la propuesta. No vale por tanto que luego nos digan: “nosotros votamos en contra”.
No seamos ingenuos. ¿Ese guiño solo busca conseguir más votos para aprobar la ansiada reforma de retorno a la bicameralidad o es una “ayudita” al candidato Castillo? ¿Es acaso una reconciliación con quien probablemente sea el próximo presidente de la República, después que el grupo político de quien preside la Comisión de Constitución se jugó por la opción contraria en la segunda vuelta?
Resulta inaceptable que, a estas alturas, los actuales congresistas introduzcan temas que por su envergadura e importancia requieren ser abordados con amplia reflexión y participación, y no por quienes parece no perciben que ya están de salida.
Es probable que lo que formulo aquí se niegue, pero el empecinamiento y la tozudez con que se actúa –ese querer imponer los cambios a troche y moche–, son los que motivan y validan toda especulación.
La democracia y la Constitución se defienden denunciando estas maniobras, por más que se impulsen “con la mejor intención”. No hacerlo es caer en complicidad por omisión.
Hoy, cuando muchos hablan de institucionalidad, habría que recordarles que callaron –cuando no apoyaron– todas las tropelías jurídico-políticas que, por ejemplo, se hicieron el año pasado. Debemos, de una vez por todas, aprender la lección.
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