La Alianza del Pacífico 12 años después

José Antonio García Belaunde

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José Antonio García Belaunde

La Alianza del Pacífico está congelada

J. Eduardo Ponce Vivanco

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J. Eduardo Ponce Vivanco

“El ridículo gesto de no entregar la presidencia pro témpore no opaca lo logrado, tampoco daña al Perú”.

Ha querido la presidenta Dina Boluarte recordar cómo y para qué se creó la , ahora que el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador () la ha convertido en rehén de sus rencillas ideológicas. Lo ha hecho convocando a los que firmaron la Declaración de Lima, los expresidentes Felipe Calderón (), Juan Manuel Santos () y los excancilleres Alfredo Moreno en representación del expresidente Sebastián Piñera () y yo en representación del expresidente Alan García, inspirador y artífice de este grupo, como se lo reconociera, hace unos años en Medellín, el expresidente Santos.

La Alianza del Pacífico se planteó en el contexto de crisis de la integración por la salida de Venezuela de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el colapso de la Comunidad Sudamericana de Naciones, lanzada en Cusco en el 2004 y sepultada por Hugo Chávez para crear la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) que tenía mucho de cooperación política, poco de integración física y nada de integración económica y comercial.

Con Alan García, que no olvidaba el programa máximo del Partido Aprista Peruano que apostaba por la unidad de América Latina, llegamos a la conclusión de que, para hacer una “integración profunda”, debía realizarse con nuevos planteamientos. El primero sería privilegiar las afinidades en materia de políticas económicas y comerciales sobre el simple criterio de vecindad. La vecindad no es suficiente. Ello explica que esté México –lejano geográficamente– y no Ecuador –que en aquel momento tenía a Rafael Correa como presidente–, pese a ser vecino de dos países de la Alianza del Pacífico.

El segundo sería privilegiar el pragmatismo sobre la teoría o la ideología. Habíamos imitado sin suerte otros esquemas, había que hacer integración “a la carta”. Ahí donde es posible hacerla en términos económicos y comerciales, hagámosla. De tal manera que, si la prioridad de las naciones en cuestión es por el desarrollo de infraestructura, conectividad, entre otras, debíamos hacerlo de esa manera. Como decía Goethe: “Gris es toda teoría, verde es el árbol de la vida”.

El tercer planteamiento establece una membresía, al principio restringida, para que su umbral de ambición sea mayor, pues a mayor número de participantes, menores los comunes denominadores. De tal manera que la alianza crecerá a medida que se consolide y profundice.

Mirado desde la actualidad, que es el punto en el que se unen el pasado y el futuro –como diría Michel de Montaigne–, se puede afirmar que el proceso ha sido muy exitoso, goza de buena fama y tiene países en espera para incorporarse.

El ridículo gesto de no entregar la presidencia pro témpore no opaca lo logrado, tampoco daña al . Afea, sí, la imagen de la Alianza del Pacífico cuando un miembro decide violar su tratado constitutivo. Más grave aún, afecta la unidad latinoamericana y su proyección internacional.

Es penoso que a una iniciativa integradora que no es ni fue política se le brinde un uso político. Penoso es también que encapsulen su dinámica de crecimiento. Pero el proceso no morirá, recuperará más pronto que tarde su dinamismo. Quizá sea necesario volver a ejercer el pluralismo ideológico en nuestras relaciones –como lo hiciéramos en los 70– y que tanto bien le hizo a América Latina.

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