El año que cierra mañana nos enseña que las instituciones importan mucho. Una tasa de inflación anual que bordea en 4%, aunque incumple la palabra empeñada (2%), no es una tragedia. Las cifras anualizadas a noviembre contrastan que no hemos caído aún en los desastres inflacionarios de otros países sudamericanos, como Argentina (con una inflación anual de 28,1%, según estimados privados), Brasil (9,62%) o Venezuela (236,3%).
Otra lección implica que la hemorragia de divisas incurrida para mantener el dólar (alrededor de US$13.000 millones) no es sostenible. Y lo que es más interesante, el reajuste incipiente del tipo de cambio a lo largo del 2015 no ha enervado una espiral inflacionaria. Esto último, gracias a la elevación de los requerimientos de encaje a los depósitos en moneda extranjera (su tasa implícita saltó 13% de diciembre del 2014 a octubre del 2015). Con esta elevación se moderó el incremento de la oferta monetaria y la inflación anual resultó cuatro veces menor a la devaluación.
En los hechos, el BCR no solo dejó sin piso la creencia de que la devaluación causa inflación, sino que además facilitó la reducción del riesgo cambiario en los portafolios bancarios. Un detalle de la mayor importancia en la evolución económica del país.
Otra enseñanza es constatar que depender pasivamente de lo externo no es una buena idea. Por más de una década apostamos a no hacer reformas y a que la captación de inversiones externas, el crecimiento chino e indio, y las farras financieras estadounidenses y europeas no se detendrían. Pensamos que ello nos asegurarían un crecimiento alto. En la práctica, controlamos el dólar, retrocedimos y tratamos de redistribuir y diversificar la economía desde el Estado. Craso error. Por ello, cuando cayeron los precios externos, nos encontró con una economía repleta de trabas, impuestos y regulaciones.
Además, tomamos conciencia de que lo educativo es clave. Aunque no hayamos avanzado gran cosa.Aquí vale la pena ponderar además que ser consciente de la importancia de educar no basta. El meollo implica reconocer que ha sido un severo error entregar al Estado la gestión y la oferta de educación pública.
Con una burocracia magisterial poco capitalizada y no pocas veces corrupta, no tenemos hoy nada parecido a una gestión educativa impecable. Es más, dados nuestros niveles de producto por habitante y el creciente costo de la educación de calidad (una que te enseñe lo que no sabes), hoy no existen los recursos fiscales suficientes para enfrentar los retos.
Nos guste aceptarlo o no, el 2015 descubre también que urge la ulterior depuración de planillas magisteriales y atraer un mucho mayor ingreso de recursos privados y extranjeros a la educación pública.
Quizá el 2015 ha sido un año mediocre, pero ¡qué buenas lecciones nos ha dejado!
Libertad para los presos políticos en Venezuela.