A tres semanas de la segunda vuelta electoral que determinará quién será el próximo presidente de Argentina, el panorama de los candidatos ya está claro y ahora solo falta ver si las alianzas formadas a último momento alcanzan el resultado esperado.
El actual ministro de Economía, Sergio Massa, fue el ganador de la primera vuelta electoral con el 36,68% de los votos, mientras el excéntrico economista Javier Milei, representante de la ultraderecha, quedó segundo con el 29,98% de los votos.
Hasta antes del domingo 22 de octubre en que se celebró la primera vuelta, Milei asomaba como un vendaval electoral dispuesto a romper todos los esquemas posibles de la política argentina, con un grandilocuente discurso en el que atacaba a lo que denomina la “casta” –los políticos tradicionales, sobre todo los kirchneristas– y subrayaba una propuesta de cambios estructurales en el país, en los que predominaba la dolarización de la economía.
Sin duda, el triunfo de Sergio Massa y, sobre todo, la posibilidad de que se convierta en el próximo presidente argentino, es una sorpresa que rompe con todo tipo de análisis y vaticinios que pudieron hacerse en las semanas previas a la elección. Un ministro de Economía de un país con unas cifras magras en todo sentido (inflación de 148% anual, 40% de pobreza y una economía estancada en la que el valor de un dólar es de 1.100 pesos) estaría inequívocamente condenado a una derrota como candidato presidencial en cualquier país de Latinoamérica. Menos en Argentina.
En primer lugar, el triunfo de Massa se explica por la activación de la maquinaria peronista, representada por el sector progresista del kirchenirsmo, en el poder desde hace 20 años. Primero Néstor Kirchner, que fue presidente del 2003 al 2007; luego su esposa Cristina Fernández de Kirchner, mandataria del 2007 al 2015; y ahora Alberto Fernández, actual presidente desde el 2019 hasta el 10 de diciembre próximo, fecha en la que entregará el poder a su sucesor.
Solo del 2015 al 2019 se dio una pausa con el gobierno derechista de Mauricio Macri, que buscó la reelección, pero fue derrotado por Alberto Fernández.
El peronismo es un fenómeno que está en el ADN de la política argentina. Inspirado en el exmandatario Juan Domingo Perón, se trata de un fenómeno populista en el que se promovió la producción nacional, con una gran ampliación del mercado interno y el fortalecimiento de empresas estatales subsidiadas por el Estado.
El espíritu del peronismo explica la enorme presencia del Estado en distintos campos de la economía argentina, con subsidios y programas sociales que, a diferencia de otros países de la región, son defendidos por fuertes sindicatos que defienden a ultranza los derechos laborales, intocables mientras los peronistas conserven el poder.
Entre los principales beneficios sociales se cuentan el subsidio al transporte, a los combustibles, el apoyo a la educación pública, salud y educación gratuitos.
Y gran parte de este apoyo social es el que Milei amenazó con retirar si era elegido presidente, lo que disparó las alarmas y explica su estancamiento en el número de votos obtenidos.
En segundo lugar, Massa gana y Milei se estanca porque el primero apela a un discurso de fácil entendimiento para la población, en el que con simpleza desbarata los argumentos técnicos de Milei. Simplemente apela a una estrategia del miedo, con un lenguaje sencillo, alejado de tecnicismo, que conecta con el sentir de la población. Por ejemplo, dice que el precio del pasaje de tren pasará de 56 pesos a 1.100 pesos si es que gana Milei. En épocas de posverdad, en las que pesa más lo emotivo que lo objetivo, un mensaje como este tiene el efecto de una bomba contra el adversario político.
Lo que se viene en las próximas semanas es una cacería por los votos de Patricia Bullrich, la candidata de Juntos por el Cambio, una alianza de centro derecha que, si bien fue la gran perdedora de estas elecciones (se ubicó tercera con el 23,8% de los votos), recibió el apoyo de más de seis millones personas.
Bullrich ya dijo que apoyaría a Milei, pese a que este le dijo de todo −durísimas frases− durante la campaña de primera vuelta. Sin embargo, la evidente división de Juntos por el Cambio impide garantizar el endose de los votos de Bullrich hacia Milei.
Quedan tres semanas para ver el desenlace de este partido que seguramente tendrá un final de fotografía, en el que se enfrentan dos conceptos. Seguir con más de lo mismo, pero conocido; o ejecutar un cambio total en la estructura de gobierno con agresivas medidas que sinceren la economía de este país muy golpeado en las últimas décadas.