Abu Ibrahim al Hashimi al Qurashi, el líder del grupo yihadista Estado Islámico (EI) que sucedió a Abu Bakr al Bagdadi, ha sido un completo misterio. Después de ser proclamado hace dos años “califa” del califato ya derrotado, fue asesinado esta madrugada sin que se haya conocido su rostro ni escuchado su voz.
Nacido en octubre de 1976 cerca de Mosul (ciudad que en 2014 se convirtió en la capital de facto del Estado Islámico en Irak), con el nombre de Mohamed Said Abdelrahmán al Maula, fue uno de los ulemas de Al Qaeda en Irak y posteriormente se unió al Estado Islámico, ascendiendo rápidamente en sus filas hasta convertirse en “viceemir” y hombre de confianza de Al Bagdadi.
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Tras la muerte del líder en una operación estadounidense en octubre de 2019 en la provincia siria de Idlib, muy similar a la que esta madrugada acabó con su vida, Al Qurashi tomó las riendas de una de las organizaciones terroristas más temidas de las últimas décadas que tiene filiales en países de todo el mundo.
Ahora se plantea la incógnita de quién sucederá a un líder que ha permanecido completamente en la sombra, mientras su organización ha seguido operando pese a haber perdido sus dominios territoriales en Irak, a finales de 2017, y en Siria, a principios de 2019.
UN LÍDER CUESTIONADO
Desde que fuera nombrado como sucesor de Al Bagdadi, la identidad y biografía de Al Qurashi han sido un verdadero quebradero de cabeza para los servicios de Inteligencia, empezando por su origen.
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Al Qurashi nació en la aldea de Al Mahalabiyah, en el norte de Irak y habitada por la minoría étnica de los turcomanos, lo que llevó a varios Estados miembros del Consejo de Seguridad de la ONU a considerar que su posición de líder era solo “temporal” porque no tendría los suficientes legitimidad y apoyo entre los combatientes del EI al no descender de la tribu de Quraish.
Uno de los tantos nombres con los que se le conocía a este terrorista iraquí era Abu Omar al Turkmani (Abu Omar el turcomano).
El propio Consejo de Seguridad dijo en uno de los últimos informes en el que se hace referencia a Al Qurashi, en febrero de 2021, que el líder del Estado Islámico “permanece invisible, evitando la comunicación directa, presuntamente para evitar el destino de su predecesor de ser rastreado y asesinado”.
De hecho, Al Qurashi pagó un precio muy alto por esa invisibilidad: el decaimiento del ánimo de los partidarios del Estado Islámico, cuyas operaciones en territorio europeo, por ejemplo, se vieron muy reducidas respecto al periodo en el que Al Bagdadi lideró el grupo extremista.
Según recoge la ONU, el portavoz del Estado Islámico, Abu Hamza al Qurashi, es quien ha actuado de “sustituto del califa” en los medios de la otrora poderosa maquinaria de propaganda del grupo, aunque solo ha difundido cuatro mensajes de voz a través de la productora afín, Al Furqan, desde su nombramiento en octubre de 2019.
10 MILLONES POR SU CABEZA
Al Qurashi ya era un hombre conocido por las fuerzas estadounidenses, que lo detuvieron en 2008 en Irak y lo llevaron a Camp Bucca, el mayor centro de detención de Estados Unidos en ese país, donde fue sometido a numerosos interrogatorios.
Pero poco después, fue liberado bajo circunstancias desconocidas y se unió a Al Bagdadi, que también estuvo en ese campamento, para ser nombrado posteriormente líder religioso en la provincia de Nínive (norte), cuya capital es Mosul.
De acuerdo a documentos publicados el año pasado por el Centro de Lucha contra el Terrorismo de la Academia Militar de EE.UU. en West Point (Nueva York), Al Qurashi llegó a revelar durante los interrogatorios el paradero y diferentes detalles sobre terroristas en Irak, mostrando un grado de cooperación con los estadounidenses, aunque luego se retractó de algunos comentarios, según esos informes.
En 2019, el Departamento del Tesoro estadounidense ofreció 5 millones de dólares como recompensa por cualquier información relacionada con Al Qurashi, cantidad que dobló al año siguiente y que seguía estando en vigor hasta su muerte hoy.
Esa cifra se debe a que, según Washington, Al Qurashi ayudó a impulsar y justificar el secuestro, matanza y tráfico de minorías étnicas, como la yazidí en el noroeste de Irak, y supervisó las operaciones globales del grupo yihadista, que siempre ha tenido como objetivo preferente al enemigo americano.
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