El terror no abandona Afganistán. Quince meses después de que los talibanes recuperaran el poder, la tan prometida seguridad no ha llegado para los afganos. En otro atentado más, unas 19 personas murieron el miércoles, la mayoría menores de edad, en un atentado contra una escuela religiosa en la ciudad de Aybak, en el norte del país.
Aunque ningún grupo se ha reivindicado la autoría, todo apunta a que se trataría del Estado Islámico-Khorasan (EI-K), organización archienemiga de los talibanes y que en el último año se ha dedicado a atacar incesantemente mezquitas y centros religiosos en Afganistán, sobre todo de la minoría chiíta y hazara.
Como ocurrió el pasado 23 de setiembre, cuando un coche-bomba mató a siete personas en una mezquita de Kabul, o en octubre del 2021 cuando un suicida se hizo explotar en un templo en Kunduz, matando a casi 100 personas durante las oraciones del viernes.
Según un médico de Aybak consultado por AFP, las víctimas presentaban heridas en el cuerpo y el rostro y fracturas en manos y piernas.
“Nuestros investigadores y fuerzas de seguridad están trabajando rápidamente para identificar a los autores de este crimen imperdonable y castigarlos por sus acciones”, señaló el portavoz del ministerio del Interior, Abdul Nafay Takor.
Radicales versus radicales
La rivalidad entre el EI-K y los talibanes no es nueva, pero se ha afianzado más desde que estos últimos se hicieran del gobierno afgano en agosto del 2021.
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Y esto quedó evidenciado cuando unos días después de que los talibanes tomaran Kabul, y cuando aún las fuerzas militares estadounidenses no habían abandonado el país, el EI-K perpetró un horrendo atentado en el aeropuerto de la ciudad, que entonces estaba abarrotado de personas que peleaban por huir. El resultado: 183 fallecidos y la advertencia a los talibanes de que no tendrían paz.
Pero para entender su rivalidad, es necesario conocer el origen de EI-K. En el 2014, poco después de que el Estado Islámico (EI) estableciera su califato en Iraq y Siria, un grupos de talibanes paquistaníes se separó y se unió a otros milicianos afganos. Juntos formaron una filial regional y juraron lealtad al EI.
La organización se estableció en el noreste de Afganistán y desde entonces también opera en algunas zonas de Pakistán.
Aunque los talibanes y el EI-K son fundamentalistas sunitas, se enfrentan por ser los verdaderos estandartes del islamismo. Para el Khorasan, los talibanes son traidores por haber negociado con los occidentales y son, hasta el momento, su mayor amenaza.
“El principal rival del grupo han sido los talibanes, a los que acusan de abandonar la yihad y el campo de batalla en favor de un acuerdo de paz negociado con el mundo occidental y de ser un grupo apóstata. Según la retorcida interpretación de la ley islámica del Estado Islámico del Khorasan, los apóstatas pueden y deben ser asesinados”, explica el doctor Mahmut Cengiz, profesor asociado e investigador en terrorismo y crimen transnacional de la Universidad George Mason, en Washington DC, a la revista “Homeland Security Today”.
El hecho que los talibanes se hayan convertido en gobierno ha hecho las cosas más fáciles para el EI-K, pues les ha sido sencillo venderse ante la población como el grupo que quiere derrotarlos, pese a la estela de muerte que siguen dejando.
Así, en el último año el número de combatientes se ha duplicado hasta alcanzar los 4 mil individuos y ha ampliado su presencia en casi todas las 34 provincias del país.
“El mal gobierno de los talibanes en Afganistán, donde el 97% de la población vive en la pobreza y sufre una hambruna persistente, podría engendrar la simpatía del público hacia el EI-K y, a su vez, permitirle reclutar más miembros”, agrega Cengiz.
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