Abderahman solo tiene 8 años, pero ya sabe cómo se mata. "Me enseñaron a degollar". ¿Con muñecos? "No, con libros. Tenían dibujos que explicaban cómo se hace", cuenta.
Estado Islámico (EI) tenía una escuela de matar en su pequeña ciudad, Qayyara, liberada hace unos días por la coalición internacional. Con libros de texto de EI, incluida la asignatura "cómo cortar cabezas"; con profesores; con chicos de la edad de Abderahman. Este joven perdió el brazo derecho durante los bombardeos norteamericanos, que eran parte de la ofensiva internacional de desalojo de los terroristas de la vecina Mosul, aún en marcha. De un lado o de otro, los civiles de la histórica región de Nínive están expuestos a la violencia, obligados a llevar a cuestas estos traumas y amputaciones, en el cuerpo y en el alma.
El chico está sentado sin remera. Lleva en el muñón una venda blanca recién puesta que le llega casi hasta el hombro. Mira a su padre antes de seguir hablando. "Nos enseñaban a cargar armas y a poner bombas. No quería estar allí, pero cuando dije que me iba, dijeron que me matarían", señala. Su padre interviene para explicar que en cuanto se enteró, sacó al niño de la escuela. Según él, solo recibió adoctrinamiento durante dos semanas. Imposible verificar qué pasó en este lugar bajo los dos años de ocupación de Estado Islámico. Pero uno puede hacerse una idea cuando ve la fosa común hallada en Hamam al-Alil, cerca de aquí, con más de un centenar de cuerpos, todos decapitados. Una buena razón para persuadirlos de "ir a la escuela".
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Las mujeres están en una habitación contigua. La madre del chico no quiere fotos. "Estado Islámico se llevó a mi familia para usarlos como escudos humanos. No puedo contar nada. Los van a matar". Su ciudad, Qayyara, está a 60 kilómetros al sur de Mosul, una urbe de un millón y medio de habitantes donde EI se atrinchera y reina un caos mortífero. "Sabés, esos terroristas agarraron a un chico de los vecinos, de la edad de éste -dice señalando a uno de cuatro años- y le dispararon una bala en la cabeza." ¿Por qué? "Porque estaba agitando una bandera iraquí. ¿Te imaginás?"
Abderahman está tenso. ¿Qué querés ser cuando seas grande? "Profesor". Le gusta Ronaldo y el Real Madrid. Al decirlo, sonríe. Cuando se va a vestir, toma una camiseta donde no se distinguen los colores. Todo el pueblo está cubierto por una ceniza espesa y tóxica. Procede de los pozos de petróleo que Estado Islámico quemó hace dos meses para evitar los bombardeos con aviones. Los nubarrones negros se extienden sobre toda la ciudad, creando una atmósfera apocalíptica. Los bomberos trabajan a destajo para apagarlos del todo.
"Los chicos, sobre todo, tendrán problemas respiratorios de por vida", explica un médico del antiguo hospital de la ciudad, ahora destrozado por la batalla.
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Los menores son una prioridad para EI y el futuro de su califato. La prueba son los videos de propaganda grabados en las escuelas que hasta ahora se sabía que existían en su bastión, Raqqa, y en otras ciudades sirias. En ellas los reclutan y reciben adoctrinamiento ideológico y militar. Los convencen o los obligan a convertirse en kamikazes. Vulnerables, manipulables, se convierten en un perfecto blanco para los terroristas. En la pantalla aparecen felices, abrazando a los guerreros del grupo, cocinando, rezando y participando en entrenamientos físicos y de manejo de armas. En muchas otras ocasiones, los menores ejecutan a prisioneros en propagandas salvajes, no aptas para audiencias sensibles.
Ahora que Estado Islámico está en retirada, el sufrimiento de los niños no ha terminado. Desde que comenzó la escalada de violencia, más de 2,67 millones de personas debieron dejar sus casas en esta zona, según Save the Children. La mitad, chicos. La mayoría de las familias huyeron a campos relativamente seguros, en la zona bajo control kurdo. La mayoría están a rebosar. Pero en el norte y centro de Iraq, miles de personas buscan aún refugio en mezquitas, escuelas, parques o iglesias. Cientos de chicos ya no van al colegio, o porque no están en su ciudad, o porque sus aulas se han convertido en dormitorios improvisados.
Unicef asegura que, desde que comenzó la operación de reconquista de Mosul, 52 chicos murieron o resultaron heridos. Muchos están expuestos a las minas sorpresas sembradas por Estado Islámico en las ciudades liberadas como Qayyara, donde ya desactivaron unas 600 en la calle y 20 dentro de casas, escondidas en perversas trampas, según una fuente del ejército iraquí.
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Además, tras dos años de opresión y terror, los chicos no están mentalmente bien. Más de la mitad de los menores que llegaron a los campos de refugiados debieron recibir asistencia psicológica inmediata. Para ayudarlos, la agencia abrió los llamados "espacios amigables para chicos" dentro de varios campos, donde pueden jugar y estar por unas horas. "Allí, mientras se distraen, identificamos si los niños tienen un comportamiento extraño", señala un responsable del programa que no quiere dar su nombre.
Usados como escudos humanos, los chicos no escapan a la suerte de morir por accidente. Ya son muchas las voces que acusan a la coalición de haber dejado caer bombas por error en casas donde había civiles inocentes.
La guerra se está librando en una ciudad enorme, la segunda de Iraq. La mayoría de la población está atrapada y no puede siquiera huir. Un futuro no muy apacible para la infancia, principal víctima de los tiempos difíciles que le esperan a Medio Oriente.
Fuente: La Nación, GDA
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