Mahmud al Astal, uno de los muchos médicos que atienden a las víctimas que inundan los hospitales de Gaza, descubrió un día con horror a su hermana y a toda su familia entre los muertos.
“Fui al depósito de cadáveres y la encontré carbonizada y hecha pedazos”, declaró a la AFP este médico de 34 años desde el principal hospital de Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza.
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“El tercer día de la guerra, mientras trabajaba en la unidad de urgencias del hospital Naser, descubrí que mi hermana había sido abatida junto a su marido y sus hijos”, añadió.
Esos ataques arrasaron edificios enteros, entre ellos uno donde murió Sadafah, la hermana de Astal, de 40 años, junto a su marido Husein, también de 40, y sus hijos Fadwa, Azar, Ahmad y Suleiman, de entre seis y 13 años.
Israel comenzó a atacar la Franja de Gaza tras el atentado perpetrado por Hamás el 7 de octubre, en el que hombres armados irrumpieron a través de la frontera y asesinaron a 1.400 personas, en su mayoría civiles, y tomaron 229 rehenes según las autoridades israelíes.
La feroz campaña aérea y de artillería se cobró hasta ahora la vida de más de 7.700 personas, entre ellas más de 3.500 niños, en el empobrecido enclave, según el ministerio de Sanidad de la Franja de Gaza, gobernada por Hamás.
“Desde que mataron a mi hermana las pesadillas no me abandonan. Imagino que mis hijos llegan destrozados al hospital”, explica Astal. “Sueñan con viajar pero no sé si saldrán vivos de esta guerra”, añade.
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No hay suficientes médicos
A pesar de la tragedia, está decidido a continuar su vital labor. “No nos queda más remedio que trabajar para ayudar a los heridos”, detalla.
Usando un chaleco médico rojo, examina a una joven que sangra por una lesión en la cabeza en la sala de emergencias. “No tengas miedo,” la consuela.
Walaa Abu Mustafa, de 33 años, también trabaja como médico en la unidad de emergencias del hospital. También se sorprendió al encontrar a su tía Samira y a su esposo Tawfik y su hijo de 15 años Sharif entre “docenas” de víctimas de un ataque israelí que llegaron al hospital el viernes.
Samira y Sharif ya estaban muertos a su llegada, y Tawfik sucumbió a sus heridas poco después, explica.
“El cuerpo desgarrado de mi primo llegó envuelto en una sábana. Mi tía era como una madre para mí”, continúa. “No puedo hablar, estoy en shock por lo que pasó”, asegura.
Pero también promete “continuar con el trabajo, porque es mi deber y no hay suficientes médicos”.
Su compañero, el médico respiratorio Raed Al Astal, estaba en el hospital el lunes cuando recibió una llamada de pánico de su esposa diciendo que una bomba había golpeado el edificio frente al suyo.
Se apresuró a la unidad de emergencia donde las víctimas habían sido llevadas, y encontró a familiares entre los muertos.
“Mi tía, su marido y sus hijos, así como la esposa de mi primo murieron. El hedor de la muerte está en todas partes, en cada barrio, cada calle y cada casa”, subraya.
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