Hay que tener coraje para dirigirse al mundo mientras se recibe un Premio Nobel, y reclamarle a Estados Unidos que pague sus cuotas. El 10 de diciembre de 1988, en Oslo, Javier Pérez de Cuellar lanzaba un dardo a ese y otros países que no habían cumplido con sus obligaciones financieras con las Fuerzas de Paz de las Naciones Unidas. El futuro del grupo internacional dependía de su apoyo.
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