A medida que avanzaba la crisis del coronavirus, los niveles de contagio han fluctuado y proliferado las restricciones. Pero ha estado siempre presente la idea de que poder diferenciar los países que la gestionan bien y los que no podría servir para sacar conclusiones.
Y es que seguramente los historiadores del futuro tendrán difícil saber por qué países de la Europa occidental con economías similares han producido hasta el momento resultados tan drásticamente diferentes.
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Usamos las comparaciones internacionales constantemente, por supuesto. Son una manera de medir cómo lo están haciendo los gobiernos. Pero incluso la comparación de los datos más simples puede resultar compleja.
Puede haber diferencias en cómo y cuándo se comunican las muertes, cómo se reflejan las causas de los fallecimientos en los certificados de defunción, y cuánto tiempo debe pasar desde un test positivo hasta que murió el enfermo para considerar la covid como causa de muerte. Todos esos factores influirán en los resultados de un país en cualquier momento en el que se quiera evaluarlo.
Hasta ahora, las diferencias entre unos y otros países parecen ser sorprendentes.
La tasa de mortalidad en Alemania se sitúa en torno a 11,5 muertes por cada 100.000 personas, mientras que en la vecina Bélgica es 7 veces más alta (87 por cada 100.000). Francia se sitúa en un nivel intermedio, con alrededor de 48 por cada 100.000, mientras que el Reino Unido se acerca a lo más alto de la tabal europea con 63,3 por cada 100.000.
Todos son países prósperos y cuentan con sistemas sanitarios capaces, y todos han aplicado medidas similares para combatir al virus, con una combinación de cierres, distancia social y consejos para mejorar el higiene de manos. En algunas localidades se ha llegado a reforzar todo esto con toques de queda.
Pero cuanto más se observan los datos, más difícil se hace explicar las diferencias.
Por ejemplo, Lombardía y Véneto son dos regiones vecinas en el norte de Italia, pero presentan diferencias impactantes. La tasa de mortalidad en Lombardía llega a 167 por cada 100.00 personas, mientras que la del Véneto es 43.
Quizá por esa dificultad para explicarse los números, la visión en Alemania sobre si lo está haciendo mejor que otros países es bastante más prudente de lo que pudieran imaginar. Un factor, se reconoce, puede ser la oportunidad: cuán rápido se toman medidas puede ser tan importante como las medidas adoptadas.
El prestigioso científico alemán Christian Drosten lo expresó así en los días previos a la cumbre de la Organización Mundial de la Salud celebrada este mes en Berlín: “Ya hay discursos celebrando el éxito alemán, pero no está muy claro en qué se basan. Nos hemos movido exactamente con las mismas medidas que otros. No hemos hecho nada especialmente bien; simplemente lo hicimos antes”.
Alemania cuenta con un extenso sistema de pruebas diagnósticas, un sistema público de rastreo bien asentado y dotado de funcionarios, y más camas de cuidados intensivos que la mayoría de países.
Pero es posible que haya sido igual de importante el hecho de que la canciller Angela Merkel, uno de los pocos líderes mundiales con formación en ciencia, pueda interpretar los datos por sí misma. En una rueda de prensa tras reunirse con los jefes de los gobiernos de los estados federales que conforman Alemania, inició así una de sus respuestas: “Simplemente, llevo a cabo un modelo de cálculo”.
A continuación siguió hablando de la lógica matemática que explica el crecimiento exponencial de una pandemia, para concluir con la advertencia de que su país podría necesitar tomar medidas adicionales. Tuvo cuidado en describir la situación como “urgente”, pero no dramática.
Drosten afirma que una población que se siente bien informada se mostrará más inclinada a cumplir con las instrucciones del gobierno.
“Estoy leyendo sobre un nivel de apoyo a las medidas del 85 o 90%; es un logro enorme. Todo el mundo conoce a alguien en su propio círculo que no acepta las medidas, pero se puede hablar con ellos, y es lo que deberíamos estar haciendo. Creo que es una de las mayores ventajas que tenemos en Alemania”.
El profesor Drosten subraya que la cuestión es si la ciencia confluye con la sociedad. En otras palabras, no se trata de las herramientas con las que cuenta el gobierno, sino de cómo reacciona el país cuando el gobierno hace uso de ellas.
Le planteamos esta cuestión al profesor Yves Van Laethem, asesor del gobierno belga, y dijo que es posible que este haya confundido al público al cambiar sus mensajes demasiado rápido y con excesiva frecuencia.
“La gente se pregunta por qué”
Van Laethem afirmó que hacían falta medidas sostenibles y estables a medida que se acerca el invierno pero había bajado la disposición de los belgas a aceptar más cambios en las reglas, un fenómeno que se detecta también en Reino Unido y otros países.
“El gobierno propone algo y de inmediato hay una disputa...en marzo y abril la gente estaba tan asustada que cumplía las reglas sin protestar tanto. Pero ahora la gente ve que, mientras los casos suben, la tasa de mortalidad se mantiene baja y se pregunta por qué tienen que hacer todas esas cosas”.
Quizá sea eso lo que explica que Bélgica se convirtiera en uno de los pocos países en relajar las restricciones justo cuando crecía el temor a una segunda ola en otoño.
Desde finales de julio, el uso de mascarilla en los espacios públicos abiertos y cerrados era obligatorio en Bélgica. Tendrías que llevarla incluso si caminaras solo por un parque desierto en mitad de la noche.
Desde el 1 de octubre, esas reglas se han relajado. Ahora siguen siendo obligatorias en los comercios y el transporte público, pero en los espacios abiertos solo cuando haya mucha gente.
En cambio, después de meses resistiéndose, sus vecinos de los Países Bajos comenzaron a endurecer sus reglas, recomendando el uso de mascarillas en tiendas y autobuses.
Anders Tegnell, el virólogo jefe en Suecia, recibió críticas por quienes reclaman a las autoridades coherencia y sostenibilidad en las medidas a aplicar.
Su consejo de permitir abrir a bares y restaurantes y no obligar al uso de la mascarilla fue cuestionado por muchos en la primera fase de la pandemia, pero parece cada vez más respaldada por las evidencias disponibles en la segunda.
Por supuesto, es un mito que el gobierno sueco “no hizo nada” en respuesta a la crisis. Ha tomado medidas para ralentizar al virus, incluidas las de distancia social y fomento de la higiene de manos. Tegnell destaca la importancia de “darle mucha influencia a la población” en el diseño de esas medidas.
El sosegado sentido comunitario de la cultura política sueca puede hacer un poco más fácil el trabajo del virólogo y plantea una interesante cuestión sobre hasta qué punto el desenlace de los acontecimientos viene determinado no solo por las medidas gubernamentales sino por la reacción a las mismas una vez han sido anunciadas.
Si puede confiarse en que los suecos y los alemanes aceptarán las órdenes y consejos de sus gobiernos, ¿qué pasa en las sociedades en las que los gobiernos son vistos con más escepticismo, donde los partidos de oposición, sindicatos, diarios sensacionalistas y responsables locales enojados en las áreas más afectadas rechazan las decisiones del poder central?
“Es demasiado pronto”
En Francia, por ejemplo el ministro de Salud, Olivier Veran, anunció nuevas restricciones para la populosa zona costera que rodea a la ciudad de Marsella sin consultar con las autoridades locales. El cierre parcial incluye bares y restaurantes.
El presidente del gobierno regional, el médico Renaud Muselier, describió la decisión como “inadecuada, unilateral y brutal”, advirtiendo de que provocaría un sentimiento de “revolución y revuelta” entre la población.
Por supuesto, este no es solo un debate académico sobre epidemiología. Marsella se ve a sí misma como rival de la lejana París y nunca costará encontrar allí una sensación de resentimiento hacia el poder central parisino.
Pero será interesante ver qué efecto tiene, si es que tiene alguno, la hostil reacción local a la decisión del gobierno.
En definitiva, a estas alturas de la pandemia, se encuentran todo tipo de dificultades para hacer comparaciones internacionales.
Incluso algo tan básico como la distancia social es complejo. Francia, Alemania y Reino Unido, por ejemplo, tienen distintas medidas en vigor sobre esto (un metro, metro y medio, y dos metros respectivamente). Pero dilucidar cuál de ellas es la correcta y cómo encontrar el balance entre minimizar el riesgo y las molestias llevará meses, o tal vez, años de estudios.
Los problemas de hacer ese tipo de comparaciones me sorprendieron en una ocasión en la que me encontraba en el Parlamento de Bélgica con uno de los más destacados políticos del país. Aquel día, científicos y políticos británicos habían elogiado algunos aspectos de la respuesta belga a la segunda ola.
Estaba sorprendido: “Honestamente, cada noche puedes ver en televisión un experto en Estocolmo, Londres o París decir algo ligeramente diferente. Pero, claro, todos son expertos. Es demasiado pronto para las comparaciones. Quizá eso sea posible el año que viene, quizá haya que que esperar a 2022, pero ahora no”, me dijo.
Quizá eso nos deje la única conclusión que podemos afirmar con seguridad: el desenlace para nuestra salud de esta crisis no dependerá solamente de lo que nuestro gobierno nos diga que tenemos que hacer y no hacer; dependerá tanto, si no más, de las decisiones que tomemos sobre lo que se nos ha dicho.
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