Miguel Ángel Trinidad se quiebra cuando recuerda que, al terminar la Guerra de las Malvinas, solo unos cuantos militares los recibieron a él y a unos 4 mil soldados argentinos que llegaron el 19 de junio de 1982 a Puerto Madryn, en la Patagonia:
“Yo no derramé una lágrima en Malvinas en los días de combate, pero cuando bajé por las escalerillas del buque británico Canberra empecé a llorar porque vi el muelle vacío. Se le había prohibido a la población el acceso al puerto. Luego nos meten a camiones y cierran las carpas como si fuésemos deportados, para que la gente en la ruta no nos viera. Pero nosotros empezamos a levantar las lonas y, de pronto, la gente en la carretera se nos acerca y nos da comida y cigarrillos. Nos dicen gracias”.
El 2 de abril se cumplen 40 años del inicio de la Guerra de las Malvinas, ese conflicto que enfrentó a la Argentina con el Reino Unido, y que marcó la historia de la nación sudamericana. Fallecieron 649 soldados argentinos, pero los miles que volvieron quedaron marcados. Uno de ellos fue Miguel Ángel Trinidad, excombatiente y además actual representante de la OEA en el Perú.
En esta entrevista, Trinidad -que ha trabajado en misiones de la OEA en varios países latinoamericanos- cuenta el drama de la ‘desmalvinización’, ese proceso instaurado por la dictadura argentina para desterrar al olvido a los que participaron en la guerra.
- Usted tiene una importante trayectoria diplomática. Sin embargo, muchos de los veteranos se suicidaron o cayeron en la indigencia. ¿Por qué muchos excombatientes no pudieron salir adelante? ¿Fue por un abandono del Estado poco después de la guerra?
Cuando nosotros regresamos de la guerra se implementa en la Argentina la ‘desmalvinización’. Cuando terminan las operaciones militares el 14 de junio de 1982, Galtieri es reemplazado por el general Bignone, quien decide borrar el hecho de la memoria colectiva. ¿Por qué hacerlo? Porque es el hecho más importante en la historia del siglo XX de la Argentina, independientemente de las intenciones ilegítimas del régimen que nos gobernaba, porque recoge un hecho muy importante que hace al ser nacional argentino.
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La política exterior argentina no estaba de cara a la reivindicación de las islas Malvinas, además de las islas Georgia del Sur, Sandwich del Sur y el millón de millas de territorio marítimo alrededor de las islas. Las fuerzas armadas no estaban preparadas ni tampoco la diplomacia argentina, y eso trajo una consecuencia.
Empieza la ‘desmalvinización’ porque el régimen trata de ocultarnos, porque un soldado que vuelve de una derrota militar es el espejo de las frustraciones del Estado y de la sociedad. Nos ocultan y ese ocultamiento dura décadas, hasta que progresivamente distintos gobiernos fueron dándonos un espacio.
Una imagen que se instala en el imaginario colectivo desde los sectores interesados en borrar lo que pasó en Malvinas es el de “los pobres chicos de la guerra”. Es decir, por un lado, era victimizarnos y por otro presentarnos como locos o desequilibrados a causa de la guerra. Y ese ocultamiento trajo consecuencias en la vida individual y colectiva de los soldados, porque la gente se avergonzaba de nosotros. Entonces, eso dio lugar después a este conjunto de suicidios, de terminar en la indigencia. Recién desde el 2003, el Estado procede a dar las pensiones de guerra como resarcimiento moral a los veteranos.
- Es difícil entender que, después de la guerra, se les quiera simplemente olvidar. ¿Cómo fueron esos primeros meses luego que termina la guerra? ¿Qué tan dramático fue ese proceso?
Yo soy de Buenos Aires, del barrio de Caballito, que es de clase media. Yo regresé vestido de uniforme y luego nos permiten ir a casa. Entonces me subo a un colectivo, camino por la ciudad, por mi barrio, llego a mi edificio y el conserje ni me saludó. Recién me saluda mi familia, mis amigos. Hay que entender una cosa. Buenos Aires vivió la guerra un poco de espaldas, la vivió por televisión. Porque Buenos Aires vive de espaldas históricamente al resto de la Argentina. Hay que mirar esto desde una perspectiva más amplia, porque Malvinas no es solo el hecho bélico del 82, trasciende a los 74 días de conflicto, forma parte de un problema no resuelto de la Argentina que tiene más de 200 años.
Por ejemplo, el recibimiento de mis camaradas en el interior del país sí fue apabullante, la gente salió a recibirlos, nadie se los impidió. En Buenos Aires, la plutocracia porteña tiene una tradición anglófila, siempre miró mucho más a Gran Bretaña en términos históricos. Nuestras contradicciones como país siempre han estado presente a lo largo de la historia, y Malvinas no es la excepción.
Hay muchos veteranos que son médicos, profesores universitarios, artistas, psicólogos, escritores o diplomáticos, como yo. Nuestro dolor no fue la guerra, sino la posguerra. La guerra fue cumplir con nuestro deber. Y yo estoy orgulloso de haber estado en Malvinas.
- ¿Cómo Malvinas lo marcó en su vida?
En la parte humana, fue complejo, duro. La incertidumbre es la peor compañía que uno puede tener, no saber si al día siguiente uno amanece vivo o no, pero yo tenía la convicción extraña de que iba a volver con vida. El sábado 12 de junio fuimos objetos de un bombardeo muy fuerte, porque el asalto final empieza el viernes en la noche, y nosotros con mucha inocencia, quizá por la edad, creíamos que los ingleses no iban a atacar. Pero de pronto empieza el bombardeo aéreo, de la artillería naval, ataques con misiles, helicópteros, tropas especiales, el avance de la infantería británica y escocesa.
En un momento, cuando nos replegamos hacia el mar, mi capitán me pide que regrese por los mapas. Al hacerlo, de repente siento la artillería sobre mí, fue la vez más cercana que estuve de la muerte, porque me cae a metros. Ahí le hice una promesa a Dios de que si volvía con vida tenía que hacer algo por mis compañeros. Fue así que formé, con otros excombatientes, la primera organización de veteranos de guerra.
El segundo hecho que me marcó fue el de Julio Cao, el soldado más icónico de la guerra, que fue compañero mío y entramos juntos al servicio militar. Él era un maestro de escuela primaria, pero se va de baja porque estaba casado, según determinaba la ley argentina de entonces. Pero cuando estalla la guerra, él regresa como voluntario y me dice: “Yo no voy a poder mirar a mis alumnos y hablarles de historia, si cuando la patria tuvo un peligro yo no acudí a cumplir con mi deber”, que fue también lo que escribió en una célebre carta a sus alumnos. Pero Cao cayó en combate. Yo le había tomado una foto y él, antes del bombardeo, me pide que le dé esa foto a su madre. Tardé 30 años en cumplir mi promesa, pero él marcó mi existencia, porque luego entendí que mis hijas son el mejor ejemplo de que viví una vida digna, que construí mi futuro, que continué para adelante y que honré el volver con vida.
- Cuando usted regresa y forma esta asociación de excombatientes, ¿qué tan difícil fue hacerlo en medio de este proceso de ‘desmalvinización’?
No fui el único, fuimos un puñado de exsoldados que formamos el Centro de Exsoldados Combatientes en Malvinas. Y nos impulsó el ninguneo, la ausencia del Estado. Nosotros no pedíamos dinero, pedíamos atención médica gratuita, evaluaciones psicológicas, becas de estudio y bolsa de trabajo, cosas elementales. Nosotros cumplimos con nuestro deber.
Y también nos impulsó la dictadura. Nuestros primeros enemigos fueron la policía y el gobierno, porque no nos permitían ningún acto público. Nos corría la policía, el ejército, fuimos perseguidos por el Estado, nuestros teléfonos estaban intervenidos, los servicios de inteligencia ponían vehículos frente a nuestras casas para amedrentarnos. Mi madre me decía que me iban a desaparecer. Pero después de la guerra, estos tipos no me iban a meter miedo. Fue muy difícil, pero construimos una dinámica de solidaridad y de activismo con las recientes organizaciones políticas juveniles que luchaban contra la dictadura. Y estoy muy orgulloso de eso, porque los veteranos de guerra somos tan plurales en nuestros pensamientos políticos. Pero también fuimos incomprendidos inicialmente por los movimientos de derechos humanos, porque no podían asimilar el hecho de que estuviéramos orgullosos de nuestra condición. Tuvieron que pasar tres décadas para que Hebe de Bonafini [cofundadora de la asociación Madres de Plaza de Mayo], comprendiera la causa de Malvinas y que usar el uniforme no era ser belicista ni reivindicar la dictadura.
Recuerdo que en un acto que hicimos en Plaza de Mayo en 1984, ya en democracia, un periodista español me pregunta por qué usábamos nuestros uniformes si estaban vinculados al régimen de terror de los militares. Pero yo le respondí: ‘Nosotros usamos nuestro uniforme en nuestros actos porque con este uniforme no secuestramos, no desaparecimos argentinos, no intervenimos el Estado. Con este uniforme que nos legara el general San Martín, honramos como pudimos nuestro juramento de defender la Patria hasta perder la vida. Este uniforme no es de la dictadura’”. Porque yo no fui a pelear por Galtieri, sino por la Argentina.
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- ¿Cómo ha cambiado la actitud de la sociedad argentina hacia ustedes en los últimos años? ¿Estos estereotipos continúan?
No comparado como era antes, y acá el Estado tiene un rol importante que cumplir, pues si el Estado da malas señales, la sociedad inevitablemente se refleja en esas malas señales.
Por ejemplo, en los partidos de fútbol, las barras siempre tienen banderas con algún símbolo de Malvinas. En los barrios hay murales alusivos a la guerra, a las islas, a un soldado desconocido. La causa Malvinas difiere de la cuestión Malvinas, que es la responsabilidad del Estado en las relaciones internacionales y la diplomacia de sostener los derechos soberanos de la Argentina, y que está presenta en nuestra Constitución. La causa Malvinas es la que nace en el seno de la población, estas expresiones artísticas, musicales, deportivas, y la ‘desmalvininización’ no pudo con esto. Malvinas nos une a los argentinos, está por encima de nuestras diferencias ideológicas.
- Usted ejerce sus funciones en el Perú, y nuestro país tuvo un rol clave en la guerra…
El Perú no solo jugó un rol diplomático fundamental con la propuesta de paz de Belaunde Terry, que pudo haber salvado la guerra. Perú manda la escuadrilla de aviones Mirage con pilotos dispuestos a combatir, y para nosotros eso tiene un valor fundamental, porque para nosotros los pilotos peruanos son camaradas nuestros, son los únicos que merecen ser considerados veteranos de guerra como nosotros, aunque no hayan entrado en combate. Nosotros estamos en deuda con el Perú y no lo vamos a olvidar.