El exbanquero Guillermo Lasso derrotó por primera vez a la izquierda socialista en Ecuador en 14 años. Su ascenso es un castigo al expresidente Rafael Correa más que una “carta en blanco” para que la derecha gobierne un país en crisis por la pandemia, según analistas.
Lasso, de 65 años, se proclamó presidente electo tras el balotaje del domingo con Andrés Arauz, el delfín del correísmo, 29 años menor que él, y quien reconoció su derrota antes de que concluyera el escrutinio. El primero logra una ventaja de casi cinco puntos porcentuales (52,48% contra 47,52%) cuando resta por contar un 6% de la votación.
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Aquí algunas claves y desafíos del triunfo del líder del movimiento Creando Oportunidades (CREO) luego de sus derrotas en 2013 y 2017.
El anticorreísmo
Lasso venía de perder en la primera vuelta de 2021 con una diferencia de casi 13 puntos porcentuales frente a Arauz, hasta entonces un exconsejero económico desconocido para la mayoría.
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Casi que se metió al balotaje por la ventana gracias a su mínima ventaja sobre el líder indígena y ambientalista Yaku Pérez, quien alegó el supuesto robo de sus votos.
Pese al desgaste que le dejó esa pugna, logró aglutinar al anticorreísmo bajo las banderas de una derecha que estaba de capa caída incluso antes de la aparición del llamado socialismo del siglo XXI liderado por Correa.
“Ganó la candidatura que logró conectar con ese votante desencantado del correísmo y desencantado en general de la política”, señala Wendy Reyes, consultora política y catedrática de la Universidad de Washington.
El futuro presidente no contó con el apoyo unánime de los indígenas, que se dividieron entre el voto nulo y el respaldo al exmandatario izquierdista.
“Me parece que el voto más allá de Lasso es de hartazgo, es un voto de rechazo a lo que ha significado Correa (...) y esa dinámica de exacerbación de odio”, afirma Pablo Romero, analista de la Universidad Salesiana de Quito.
Durante los diez años que ejerció el poder (2007-2017), Correa modernizó Ecuador con los recursos de la bonanza petrolera pero a costa, según sus críticos, de un estilo autoritario que no dio tregua ni a los partidos tradicionales, ni a los ambientalistas que tildaba de infantiles, como tampoco a la prensa. Solía referirse a sus adversarios como corruptos.
“El discurso de confrontación y de venganza creo que motivó a votar por alguien que llamaba al diálogo y al consenso”, como Lasso, opina Romero.
Apoyo condicionado y voto nulo
Lasso llega a gobernar a un país dividido y seriamente lastimado por la crisis sanitaria y económica que desencadenó la pandemia, que dejó más de 17.000 muertos en poco más de un año.
El exbanquero sucederá al impopular Lenín Moreno, quien se trenzó en una feroz disputa con Correa apenas alcanzó el poder con su apoyo en 2017.
Moreno derrotó a Lasso por estrecho margen en lo que parecía un triunfo que daba continuidad a la izquierda socialista. Pero ya en el gobierno, se alineó con otras fuerzas e incluso contó con el respaldo de Lasso para hundir mediante referendo la reelección presidencial indefinida que había promovido Correa.
En Ecuador “hay una crisis de gobernanza que se profundizó en el gobierno de Moreno; hay una crisis económica y hay una crisis sanitaria y esto implica retos muy grandes”, afirma Reyes.
Lasso, coinciden analistas, no recibe precisamente una carta en blanco para los próximos cuatro años.
De entrada no gozará de mayoría en el Congreso y tendrá que negociar con Pachakutik, el partido indígena que quedó segundo en las legislativas celebradas en febrero por detrás de Unión por la Esperanza (Unes), el movimiento de Arauz. CREO, la fuerza de Lasso, tendrá una representación mínima.
El voto nulo, que promovió Yaku Pérez, también cobró protagonismo. Esta opción pasó de representar el 9,55% en la primera vuelta a un 16% en el segundo turno.
“Lasso tiene que asumir bien esta alerta para hacer un gobierno que sea absolutamente inclusivo, que sea una negociación con varios sectores sociales y políticos, porque de lo contrario va a tener desde la Asamblea y en las calles un enemigo que va a estar rondándole”, dice Santiago Basabe, politólogo de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), una organización educativa internacional.
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