“Yo creo que a Manuel Burga no lo declararon culpable porque el jurado estaba cansado”.
Ken Bensinger tiene 43 años, es estadounidense y llegó tarde al fútbol. Creció en Seattle amando el béisbol y ensayando tacles y empujones en el fútbol americano. Fue cuando se mudó a Ciudad de México y conoció a quien iba a ser su esposa, una argentina, que los Messi y los Maradona se incorporaron a su vocabulario. “Es imposible no amar al fútbol si te casas con una argentina”, señala desde Santa Fe, donde visita a sus suegros aprovechando las vacaciones.
Su estancia le permite ir también a la cancha con sus hijos a ver a Unión, el equipo que alguna vez tuviera entre sus baluartes a un pequeño mediocentro peruano que respondía al nombre de Juan Jayo Legario.
Bensinger es periodista de Buzzfeed, un portal que hace algunos años decidió aprovechar el enorme tráfico que le dejaban los videos de gatitos para organizar una unidad de investigación periodística. Como integrante de ella siguió paso a paso el juicio del FIFAgate y se zambulló en el escándalo de corrupción que puso contra las cuerdas a la FIFA o, como lo llama en su libro “Tarjeta roja”, de reciente aparición en el Perú, “el fraude más grande en la historia del deporte”.
Tarjeta Roja (Editorial Planeta)
Autor: Ken Bensinger
Burga fue uno de los protagonistas del caso que estallara el 27 de mayo del 2015 en Suiza con la detención de siete ejecutivos de la FIFA, y que llevara a decenas de personas, entre directivos y empresarios, al banquillo de los acusados.
El ex presidente de la Federación Peruana de Fútbol fue uno de los pocos que salió indemne. “Creo que tuvo mucha suerte. Por el mismo delito que lo declararon no culpable [asociación ilícita], otros dos ex directivos [el brasileño José María Marín, ex presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, y el paraguayo Juan Ángel Napout, ex titular de la Conmebol] fueron condenados”.
El periodista, quien siguió el proceso desarrollado en la Corte de Brooklyn, supo qué ocurrió durante las deliberaciones del jurado gracias a fuentes cuya identidad no puede revelar. “Cuando llegó el turno de Burga, el jurado estaba muy cansado. El juicio había durado seis semanas, se acercaban las fiestas y no se ponían de acuerdo. Volvieron a reunirse tras la Navidad y dijeron: ‘¡Basta! Soltemos a Burga y que la justicia peruana lo siga investigando’”.
—El tamaño de la avaricia—
“Tarjeta roja” es un apasionante recorrido por las entrañas de la podredumbre. En sus casi 500 páginas, Bensinger desmenuza el intrincado y burdo andamiaje construido durante años por dirigentes deportivos y empresarios que le pusieron precio a su avaricia. Y detalla cómo una investigación iniciada por el FBI permitió darles caza, pese a que los actos de corrupción en el fútbol llevaban años superando la frontera de las sospechas.
Soborno es la palabra clave. A cambio de entregar los derechos de televisión de torneos como las Copas América y Libertadores, o su apoyo para la organización de campeonatos mundiales, los directivos exigían sobornos. Y cada vez más altos.
Los primeros beneficiados fueron los mandamases regionales. Luego empezaron a exigir su parte los presidentes de las asociaciones. Para presionar, amenazaban con presentar a sus seleccionados sin sus mejores figuras. La bola se fue haciendo más grande hasta implicar a una veintena de dirigentes latinoamericanos, entre los que se hallaban los mencionados Napout, Marín y Burga, así como el hondureño Alfredo Hawit, ex vicepresidente de la FIFA; Ricardo Texeira y Marco Polo del Nero, ex presidentes de la Confederación Brasileña de Fútbol; Luis Chiriboga, ex titular de la federación ecuatoriana; y los todopoderosos ex mandatarios de la Conmebol, Nicolás Léoz y Eugenio Figueredo.
Hay un personaje, sin embargo, que Bensinger difícilmente olvidará. Cuando se destapó la corrupción en la Concacaf, un joven directivo nacido en Islas Caimán asumió la presidencia. Su nombre era Jeffrey Webb y prometió acabar con el detritus dejado por sus predecesores Jack Warner y Chuck Blazer.
No había terminado de acomodarse en su cómodo asiento presidencial, cuando Webb empezó a exigir sobornos. Llegó a pedir 10 millones de dólares, uno de los más altos entregados por los empresarios involucrados en el FIFAgate.
“El deporte ha generado una cultura de la corrupción. Hay personas que creen que obtener beneficios personales del deporte es un derecho, y solo están esperando su turno para llegar a la cima y enriquecerse. Webb dijo que iba limpiar las cosas y era un criminal”, explica.
—El oscuro futuro—
Hace tres años, durante un Congreso de la Unión Internacional de Abogados, Gavin Llewellyn, presidente de la Comisión de la Propiedad Intelectual, señaló que la industria del fútbol genera unos 700.000 millones de dólares al año. Una barbaridad de dinero que dista del modelo cuasi artesanal, de raquíticos recursos, con que se gobernaba la FIFA hasta 1974, cuando Joao Havelange asumió su presidencia.
“Es una ironía que quienes hicieron que el fútbol adquiera popularidad y se convirtiera en lo que es haya sido gente como Havelange o los especialistas del márketing deportivo, actualmente implicados en casos criminales”, señala.
El reemplazante de Joseph Blatter, Gianni Infantino, no le da muchas esperanzas de cambio.
“Desde que empezó su mandato hemos visto cosas que no son correctas. En Colombia informan que la ex fiscal que está trabajando en el comité de ética [María Claudia Rojas] es muy cercana con Luis Bedoya [ex presidente de la federación colombiana, quien ha aceptado haber recibido sobornos]. También hay revelaciones de ‘football leaks’ sobre cómo el PSG y el Manchester City habrían sido favorecidos para no quebrar el ‘fair play’ financiero. El fútbol necesita la luz del sol para limpiarse. Infantino parece alérgico a ella”.
Bensinger no sabe si la FIFA puede ser controlada. “En Suiza no están interesados en hacerlo. Hace poco decidieron que no debe pagar un alto nivel de impuestos y que no está obligada a hacer públicos sus libros”.
Para darle forma a “Tarjeta roja”, el periodista entrevistó a más de 250 personas y pasó parte del otoño e invierno estadounidenses añadiendo información y corrigiendo el manuscrito que había entregado a su editor.
¿Tanta corrupción ha disminuido su pasión por el fútbol? “He tenido momentos de disgusto y de gusto. He disfrutado del Mundial pese a mis reparos por cómo obtuvo Rusia la sede. Con el libro tuve menos tiempo, pero hace poco llevé a la cancha de Unión a mi hijo de 9 años a ver su primer partido”.
Prueba que el asco no hace perder la pasión por el fútbol.