Robert Maudsley tenía 21 años cuando perpetró su primer asesinato, allá por 1974. El hombre, nacido en Liverpool, Inglaterra, se convirtió con el tiempo en un criminal temible, pero no solo para la población sino para los demás reclusos que compartían pabellón con él. Su fama -y su violencia- lo llevaron a Wakefield, una cárcel de máxima seguridad, donde fue considerado uno de los reclusos más peligrosos del sistema del Reino Unido.
Maudsley era catalogado como “demasiado peligroso” para sus compañeros de prisión y fue apodado “Hannibal Lecter” o “El caníbal”, por sus afirmaciones sobre su presunta práctica de canibalismo mientras perpetraba sus crímenes. El asesino ya pasó más de 40 años encerrado en una cápsula de vidrio subterránea de máxima seguridad, donde permanecerá por el resto de su vida.
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De acuerdo con Lad Bible, todo empezó en 1974. Maudsley había empezado como trabajador sexual a sus 16 años. A sus 21 años tenía un cliente llamado John Farrell, a quien mató después de que este le mostrara fotografías de niños de los que había abusado sexualmente. Tras este asesinato fue declarado no apto para ser juzgado y fue enviado al Hospital Psiquiátrico Broadmoor. Tres años después, él y su compañero David Cheeseman se atrincheraron en una habitación con un abusador de menores, David Francis, a quien Maudsley mató al clavarle una cuchara en la oreja.
Luego de ser trasladado a Wakefield, en Yorkshire, en 1978 asesinó a otros dos reclusos: Salney Darwood, un hombre de 46 años que fue encarcelado por matar a su esposa, y Bill Roberts, de 56 años, quien había abusado sexualmente de una niña de siete años. Después de cometer estos crímenes, “Hannibal Lecter” fue considerado como “altamente peligroso”, por lo que las autoridades decidieron separarlo del resto de sus compañeros.
Así fue como las autoridades penitenciarias idearon una “caja de vidrio” para él solo. La celda de Maudsley estaba habilitada en 1983 y medía solo 5,5 metros por 4,5 metros, lo suficiente para que el hombre pudiera desplazarse dentro del lugar.
De acuerdo con los informes, el recluso pasa 23 horas dentro de la caja y puede salir una hora al día para hacer tareas recreativas. Además, no se le permite tener contacto con otros reclusos. “Las autoridades penitenciarias me ven como un problema, y su solución ha sido ponerme en confinamiento solitario y enterrarme vivo en un ataúd de hormigón”, escribió en 2003 el hombre.
“No les importa si estoy loco o estoy mal. No saben la respuesta y no les importa, mientras me mantengan fuera de la vista y de la mente de los demás. Me queda estancarme, vegetar y retroceder. Me dejan en solitario para enfrentarme con personas que tienen ojos pero no ven, que tienen oídos pero no oyen, que tienen boca pero no hablan”, agregó. Por último relató que “la vida que lleva en soledad” es un largo período de “depresión ininterrumpida”.
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