La Segunda Guerra Mundial comenzó el 1 de septiembre de 1939. El Tercer Reich alemán inició la invasión de Polonia sin ser provocado y sin realizar ningún anuncio. Uno de los primeros actos de la guerra fue el bombardeo del depósito de municiones polaco en la península de Westerplatte. Se abrió fuego en dirección a los soldados polacos desde el acorazado “Schleswig-Holstein”, que había llegado antes a Gdańsk en una visita supuestamente pacífica.
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Recuerdo estos hechos básicos 83 años después del estallido de la Segunda Guerra Mundial, porque esta distancia en el tiempo hace que las sociedades europeas sean cada vez menos conscientes de los orígenes de los acontecimientos que decidieron la conformación de la Europa moderna. Cuantos menos testigos directos de aquellos acontecimientos queden entre nosotros, más frágil será la memoria de los tiempos de guerra y mayor será la responsabilidad sobre nuestros hombros de cuidar la verdad. Y lo que está en juego en este caso es más importante hoy que en cualquier otro momento de la historia de la posguerra.
La Europa de antes de la guerra cayó en la trampa de la Segunda Guerra Mundial porque durante años no comprendió ni evaluó adecuadamente la amenaza que suponían las dos ideologías totalitarias. El comunismo soviético y el nazismo alemán eran fenómenos completamente incomprensibles para las élites políticas de la época. El nazismo, en particular, y la masiva fascinación de los alemanes por Hitler superaban los límites de la imaginación europea. Al fin y al cabo, Alemania había sido durante años un modelo de cultura altamente desarrollada, no propensa a la locura colectiva.
Desde el principio de su gobierno en Alemania, Hitler no ocultó sus ambiciones imperiales. Y paso a paso las fue haciendo realidad. En primer lugar llevando a cabo el Anschluss de Austria, después ocupando Checoslovaquia. Cada uno de estos pasos se encontró con una actitud pasiva por parte de Europa, que se engañaba pensando que la guerra podría evitarse si se satisfacían los apetitos alemanes. El precio de la paz iba a ser la esclavización de los pueblos y estados que Alemania reconocía como su esfera de influencia, su propio Lebensraum.
Polonia, en este sentido, fue una excepción. Hitler tentó repetidamente a los polacos con ofertas de cooperación a cambio de un estatus de estado subordinado, pero ninguna de estas ofertas fue aceptada. Por lo tanto, la decisión de Alemania solo podía ser una: la invasión. Al mismo tiempo, Hitler tenía dos preocupaciones. La primera se refería a la respuesta de Occidente ante el ataque al aliado polaco. La segunda, la reacción de la Unión Soviética, que era oficialmente hostil al Tercer Reich.
Los dos totalitarismos, a pesar de sus muchas diferencias, estaban unidos por el deseo de destruir el estado polaco. El 23 de agosto de 1939, el Tercer Reich y la URSS firmaron un pacto de no agresión y, en un protocolo adicional secreto, acordaron repartirse los territorios de Polonia, Lituania, Letonia, Estonia, Finlandia y Rumanía. El Pacto Ribbentrop-Mólotov selló el destino de Europa Central y Oriental. El 1 de septiembre, Alemania atacó Polonia; el 17 de septiembre, el Ejército Rojo atacó desde el otro lado. Polonia se convirtió en la primera víctima sangrienta de la guerra, y Hitler y Stalin sintieron que habían obtenido una doble victoria. No solo aprovecharon su abrumadora superioridad militar para obtener un triunfo inmediato, sino que además no se enfrentaron a ninguna respuesta tangible de los países occidentales.
La Europa moderna se construye sobre el recuerdo de la victoria sobre el nazismo y, al mismo tiempo, la vergonzosa negación de la verdad sobre la pasividad en la primera fase de la guerra. Cuando Polonia se desangraba al ser la primera en enfrentarse a este régimen criminal, todavía muchos en París o incluso en Londres creían que Hitler se detendría en Varsovia. Estaban a punto de descubrir lo equivocados que estaban.
Lo que sucedió en Polonia durante la ocupación alemana es una historia de degeneración total. Fue en territorio polaco donde los alemanes cometieron sus crímenes más crueles. Fue en territorio polaco donde construyeron la mayor parte de la infraestructura que se utilizó para uno de los crímenes más horrendos de la historia: el Holocausto. En muchos países occidentales, la ocupación fue una experiencia dolorosa, pero capaz de ser superada. Mientras tanto, en Polonia, millones de polacos y judíos luchaban cada día por sobrevivir siendo tratados de forma inhumana. El pueblo judío fue desde el principio condenado por la nación de los “amos” al exterminio. La nación polaca fue catalogada como una nación de esclavos, de los cuales una parte importante también debía ser asesinada.
La conciencia de que Alemania había convertido Polonia en un infierno en la tierra llegó a Occidente con extrema lentitud. Resulta simbólica la historia de Jan Karski, que fue uno de los primeros en entregar un informe sobre los crímenes alemanes, el exterminio de los judíos, a Estados Unidos. E incluso entonces, a pesar de que la guerra ya duraba muchos meses, Occidente no estaba preparado para aceptar toda la verdad.
La capacidad de afrontar la verdad sobre la Segunda Guerra Mundial es nuestro deber, nuestra responsabilidad no solo con el pasado, sino también con el futuro. El hecho de que la Alemania de la posguerra se reintegrara tan rápidamente en la comunidad internacional sin necesidad de rendir cuentas de los criminales de guerra abrió las puertas a la relativización del mal. En política no suele haber lugar para las lecciones de moral, pero a la hora de valorar los totalitarismos no podemos tener ninguna duda: fueron males absolutos y sus autores se autoexcluyeron definitivamente de la comunidad humana. Mientras tanto, cada vez oímos y leemos más sobre la incriminación culpable de las víctimas. A partir de ahí, solo hay un paso para dar la vuelta a la historia por completo y ponerla patas arriba. En relación con Polonia, este paso lo dio nada menos que Vladimir Putin. Durante años, la propaganda rusa ha intentado hacer creer al mundo que Polonia fue responsable del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Y una mentira tan descarada como absurda es una de las características básicas de la propaganda totalitaria.
Las comparaciones históricas son engañosas, pero hoy es difícil escapar de ellas. Si tuviéramos que reescribir la génesis de la Segunda Guerra Mundial según las condiciones contemporáneas, el punto culminante sería la invasión rusa de Ucrania. El hecho de que esto haya ocurrido significa que muchos países no han hecho sus deberes o han olvidado las lecciones del siglo XX. Nos enfrentamos a un imperio resurgente con tendencias totalitarias. Hace 83 años, Polonia fue la primera en negarse a ceder. Ella eligió la fidelidad a la libertad, la fidelidad a los valores fundadores de la civilización occidental. Y fue traicionada por sus aliados. Si volvemos a esta historia, no es solo para recordarla, sino para evitar cometer los mismos errores que entonces.
*Por: Mateusz Morawiecki, primer ministro de la República de Polonia. Texto publicado simultáneamente con la revista mensual de opinión Wszystko Co Najważniejsze [Lo Más Importante] en el marco del proyecto realizado con el Instituto de Memoria Nacional y la Fundación Nacional Polaca.
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