El verano no ha tenido piedad con Europa. Las olas de calor extremo no solo rompieron récords de temperatura una y otra vez en el Viejo Continente, sino que avivaron los incendios forestales que han destruido más de 660.000 hectáreas de bosques desde enero. Es un máximo histórico en el siglo XXI para esta temporada del año y no se rompía desde el 2017.
La cifra, divulgada por el sistema europeo de información sobre incendios forestales (Effis) que recopila esos datos desde el 2006, equivale a una quinta parte de Bélgica y representa 1,4 veces la región Tumbes y 2,3 veces Lima Metropolitana.
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“Este verano ha sido el más caluroso que he vivido, al menos en el Reino Unido. Salir a la calle con las temperaturas máximas de 40 grados ha sido insoportable, son unos 15 grados más que un día normal de verano. Vivo en el sur de Inglaterra, cerca de Londres, y hace meses que apenas llueve”, dice a El Comercio Piers Scholfield, periodista experto en clima de Sky News en el Reino Unido.
Los científicos apuntan al cambio climático. En gran parte de Europa –especialmente la zona occidental y central–, el calor extremo, con temperaturas récord de más de 40 grados en julio y agosto, ha agravado una sequía crítica. Es una combinación devastadora que alimenta los incendios forestales que aún están en curso.
Mientras la alarma por una tragedia anunciada crece y millones rezan para que empiece a llover, la emergencia no cede. Un incendio forestal arde sin control en la provincia española de Valencia y es uno de los mayores en el país este año, mientras que en la vecina Portugal el gobierno anunció el viernes un estado de alerta nacional de tres días por la crítica situación. Portugal –que tuvo su julio más caluroso en casi un siglo - está sufriendo devastadores incencios y una sequía sin precedentes.
Una prueba más
De la emergencia del clima debe hablarse en tiempo presente. Miguel Pajares, académico español y experto en migraciones climáticas, afirma que la sucesión de episodios extremos en esta magnitud está plenamente relacionado con el calentamiento global.
“Es una evidencia más del cambio climático. Hay quienes dicen que nos encaminamos a tener incendios que no podremos apagar y que solo se apagarán cuando llueva. Si no detenemos el calentamiento global con las medidas que aún no se están adoptando nos encaminamos a situaciones mucho más graves”, señala a El Comercio.
España ha sufrido más que cualquier otro país europeo por los incendios este año. El fuego ha quemado 284.764 hectáreas, cuatro veces más tierras que lo que hizo en la última década.
Víctor Resco de Dios, científico español y catedrático de Ingeniería Forestal en la Universidad de Lérida, enfatiza que este problema se ha ido cociendo a fuego lento por muchos años.
“El calor ha desecado mucho y muy rápido el combustible. A ello se une el estado de abandono de los bosques, donde hay mucha acumulación de biomasa, y por eso hemos tenido estos grandes incendios. El mensaje es que el cambio climático ya está aquí. Estamos padeciendo los resultados de aumentar 1ºC la temperatura y, por tanto, estamos apenas viendo el previo de lo que está por llegar a medida que se intensifique el cambio climático si no tomamos medidas”, afirma.
Pajares explica que el primer efecto de los incendios es que se están perdiendo extensiones muy grandes de bosques, lo que tiene consecuencias globales porque una pérdida de bosques es a su vez una pérdida de capacidad de absorción de dióxido de carbono. “Estamos emitiendo cantidades excesivas de dióxido de carbono y además se está reduciendo la mejor máquina, por decirlo de algún modo, para captar este dióxido de carbono, que es el árbol”, añade.
El golpe asfixia a todos, pero son los pequeños agricultores que vivían en zonas afectadas o quienes se dedican al turismo en esos lugares los que lo sienten especialmente.
Pasar a la acción
Los expertos coinciden en que la crisis aumentará. “En Europa ya fallecen más personas a causa de los incendios que de los ataques terroristas”, advierte Resco de Dios. En España y Portugal los muertos por las olas de calor de este año superan los 2.000.
Pese a que el panorama está cargado de pesimismo, aún se puede actuar. Si hablamos de los bosques, la lucha contra los incendios debe librarse todo el año, no solo en verano. “Hay que preparar los bosques para reducir los riesgos de incendio y eso quiere decir limpiar los bosques de la vegetación arbustiva que crece y que es alimento para el fuego, quiere decir hacer una labor de limpieza y de conservación de los bosques que hasta ahora no se hace”, dice Pajares.
“El cambio climático nos golpea ahora, no está en el horizonte. No solo tenemos que mitigarlo mediante una rápida y profunda reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, sino que tenemos que adaptarnos”, recalca Scholfield.
Sobre prepararnos para las nuevos retos, el experto considera que los gobiernos tienen que pensar seriamente en planes de acción contra el calor. Además, las infraestructuras nacionales necesitan una gran inversión para hacer frente a las crecientes sequías y también a las inundaciones repentinas, otro impacto del cambio climático que es cada vez más frecuente.
“Los ciudadanos somos más conscientes que nunca de los desafíos, pero los gobiernos no están realmente a la altura”, remata.
Nicolò Wojewoda
Director general para Europa de la ONG 350.org
Las olas de calor y los incendios forestales nos dicen que al clima no le importa la legislación con nombres impresionantes, los compromisos políticos o las medidas económicas a medias. El clima funciona con la física, no con la retórica.
Cuanto más quemamos carbón, petróleo y gas, más desestabilizamos las condiciones que han permitido a nuestra especie vivir en este planeta y más consecuencias pagamos por ello. Lo único que se necesita es un esfuerzo global y rápido para dejar de quemar combustibles fósiles para tener una oportunidad de que estos impactos no se sigan saliendo de control.
A menos que los gobiernos intervengan, estos impactos climáticos en Europa seguirán golpeando con mayor dureza a los más vulnerables: los ancianos, las personas con problemas de salud subyacentes, los pequeños agricultores cuyo sustento depende totalmente de la tierra, los que se ven obligados a trabajar en condiciones inseguras y a menudo mal pagadas, los que ya tienen dificultades.
Los ciudadanos llevan ya mucho tiempo dando la voz de alarma. Lo que podría haberse abordado con mucha más facilidad hace décadas, cuando surgió el problema, ha sido en cambio una ardua batalla contra las fuerzas económicas y políticas que quieren mantener el statu quo. La prioridad es cambiar eso para que podamos trabajar más eficazmente en la construcción del tipo de economía y sociedad que nos cuidará y protegerá cuando ocurran las catástrofes, y no alimentará el fuego del desastre en primer lugar.
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