Esta conversación sucede mientras la periodista argentina Elisabetta Piqué, corresponsal de guerra del diario “La Nación”, se dirige a Bucarest, la capital de Rumanía. Ha viajado 18 horas en auto y le faltan unas ocho más para llegar a su destino. “Tuve que irme, pero me hubiera gustado quedarme”, sostiene la también madre de dos hijos que, hasta hace poco, estuvo informando desde Kiev. Desde la capital de Ucrania y por varios días, ella compartió detalles de la invasión rusa y, en paralelo, se volvió viral en las redes sociales por haber sido una supuesta víctima del ‘mansplaining’. El contacto con Piqué (quien cubrió Afganistán, Irak, Libia, Egipto y otros conflictos) duró un poco más de diez minutos por el escaso acceso a internet.
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“Por suerte estoy bien, aunque dejé el corazón en Kiev. Lo que se vive allí es una situación muy complicada, ojalá que no sea como el sitio de Sarajevo. No tenía internet ni generador de luz y desde hace días, mientras la ciudad es bombardeada y está militarizada, se dice que ya se viene el asalto ruso. Kiev es ahora una ciudad fantasma. Ver salir a las personas, verlas dejar sus casas, me hizo sentir en una película de la Segunda Guerra Mundial”.
—¿Se arrepiente de haber dejado la capital ucraniana?
Es reconfortante saber que tomé la decisión correcta. Me acabo de comunicar por WhatsApp con una colega italiana que me dijo que su medio también le pidió que se fuera. Cualquier medio responsable no pondría a los periodistas como carne de cañón. Obviamente sabemos que en una guerra nunca van a darse las condiciones de seguridad, pero sinceramente nadie imaginaba que lo que está sucediendo ahora se iba a dar con semejante brutalidad. Y nadie parece poder detenerlo. El ataque a la central nuclear [de Zaporiyia] parece salido de una película de ciencia ficción, pero es la realidad.
—¿Quiénes se han quedado en Kiev?
Los hombres de 19 a 60 años no pueden salir del país. Por una ley marcial tienen que luchar para defenderlo, así que esto vas más allá del espíritu de resistencia de gran parte de los ucranianos. Aunque yo pude palpar esos sentimientos. No soy una experta en Ucrania, pero vi la voluntad que existe para resistir a un enemigo que es mucho más grande. He visto lo mismo en este viaje increíble para salir del país, cuando pasé por las estepas nevadas y por los pueblos pequeños y observé sus barricadas. Todos quieren pelear, defenderse. Ellos son los que quedan. Sin embargo, también están los que no pueden irse. Conozco a personas con padres mayores que no quieren dejar sus casas y se entiende, han vivido allí toda su vida y de repente les dicen que tienen que irse. Quedan personas ancianas y los que no tienen los medios para movilizarse. Yo he reportado sobre estas columnas de carros, pero son, finalmente, personas con autos buenos para viajar. Incluso, para conseguir un boleto de tren había que batallar. Quedan, como siempre, los que tiene menos dinero, los que tienen menos posibilidades de concretar una estrategia de huida.
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—¿Cómo viven esos que se quedan?
En estos nueve días de guerra he pasado por tres hoteles. En uno de ellos sonaban las alarmas y casi que te obligaban a ir a un refugio. Allí había muchas familias, parientes del administrador o de las mucamas. Yo estaba con una colega chilena y ellos nos miraban como si estuviéramos locas, como que qué hacíamos allí. No entendían por qué, cuando todo el mundo se quería ir, nosotras habíamos llegado para cubrir la guerra. Eso no se puede explicar de otro modo: es la vocación periodística, eso de que cuando todos se van, uno llega.
—Ha dado cuenta de esa conciencia cívica de los ucranianos, que toman armas para defender su país. ¿Pero qué tan cierto es lo que vemos en las redes sociales? ¿Deberíamos desconfiar y pensar que es propaganda?
Hay propaganda desde los dos lados. Recuerdo una frase que para estos tiempos ya es muy trillada: en una guerra, lo primero que se muere, la primera víctima, es la verdad. Nosotros los periodistas estamos en un chat en el que el gobierno ucraniano nos bombardea con información de todo tipo, obviamente, proucraniana y antirrusa. Sucede exactamente lo mismo desde la acera del frente.
En esta guerra, el “malo” es Vladimir Putin y los ucranianos son los “buenos”, pero nada es blanco y negro. Hay que revisar la historia de los conflictos, algo que no siempre es tomado en cuenta. No soy experta, pero los analistas dicen que, cuando se disolvió la Unión Soviética en 1991, la OTAN prometió no expandirse. Allí estaría el origen remoto de este caos, en la traición de la OTAN. Pero eso es solo una pequeña parte del conflicto, porque aquí no hay solo ucranianos y rusos, muchos de ellos bilingües, sino que todo está mezclado: están ellos, los tártaros, los kazajos, los uzbekos. Reitero, nada es blanco y negro, no hay buenos ni malos.
—Esa actitud de defensa del territorio que parecen mostrar los ucranianos, ¿la vio en los otros conflictos que cubrió?
Todos los conflictos en los que estuve son completamente distintos a este. Últimamente estuve en el Medio Oriente, en Afganistán, y es totalmente distinto, incluso en cuestiones de seguridad. Acá estamos en Europa. Por supuesto, cuando se desencadena un conflicto, aparecen muestras de patriotismo y el que pude percibir los pocos días que estuve, no se suele ver. Hay escenas de soldados rusos muy jóvenes capturados en Járkov, llorando y diciendo que no querían disparar ni arrasar la ciudad, así que, por lo menos de un lado, se ve que existe el espíritu de resistencia.
La conversación se interrumpe. Al costado de Piqué aparece una columna de blindados militares que va en dirección a Ucrania. “Es el armamento que está enviando la OTAN. No es que no se vayan a involucrar en la guerra: no mandan personas sino armas, lo que me parece espantoso. No creo que eso ayude mucho; deberían hacer presión para que las partes se sienten en la mesa y se detenga esta sangría”.
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—Se hizo viral un despacho suyo en el que, desde el estudio, le decían qué hacer para refugiarse. Hubo polémica porque, por su trayectoria, seguramente sabe mejor que ellos qué hacer en esas situaciones. También se le escuchó llamarlos pelotudos, mientras que las redes sociales denunciaban ‘mansplaining’. ¿Coincide con esa óptica?
Me parece muy exagerado todo lo que pasó, toda esa gran avalancha en las redes sociales. Se habló de eso por días, mientras había una guerra. La verdad, lo lamento, no fue mi intención [llamarlos pelotudos]. Era un momento de tensión, me habían desalojado del hotel y pensé que ya había cortado. Pero darle entidad a esto no le sirve a nadie. Me enteré del ángulo feminista, pero me parece muy desproporcionado.
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