Agencia AFP

Oleg solloza en su casa, reducida a escombros por un bombardeo ruso que mató a su mujer Katia en Jytomyr, a 150 km al oeste de Kiev. Espera dos cosas: que Katia esté “en el paraíso” y ver muy pronto a “muerto” y “para siempre en el infierno”.

La vida de Oleg Rubak cambió brutalmente la noche del martes, cuando jugaba con su hija de año y medio en el salón de su pequeña casa de madera y ladrillos, cerca del centro de Jytomyr.

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Como muchas ciudades ucranianas estratégicas, esta localidad que alberga una guarnición, padeció los bombardeos rusos, breves, pero intensos y mortíferos.

Un primer misil explotó a un costado de la casa de Oleg, donde se hallaba su mujer.

“Se llamaba Katia, tenía 29 años. Un instante la vi ir hacia nuestra habitación, y el instante de después, nada, nada más”, relata este ingeniero de 32 años, de semblante juvenil.

Oleg Rubak, de 32 años, perdió a su esposa Katia, de 29 años, en el bombardeo de su casa en Zhytomyr. (Emmanuel DUPARCQ / AFP).
Oleg Rubak, de 32 años, perdió a su esposa Katia, de 29 años, en el bombardeo de su casa en Zhytomyr. (Emmanuel DUPARCQ / AFP).

Oleg llora, se disculpa, aturdido por la pena y por una noche en vela, o casi.

“Espero que en este momento, ella esté en el paraíso, que todo sea perfecto para ella”, susurra.

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Entre los escombros de su hogar, Oleg se pone de pie. “Quiero que el mundo entero escuche mi historia” dice. “Yo me hallaba en esta habitación, con nuestra hija de un año y medio. Pero ahora usted lo ve, esto ya no es una casa, esto es....” Duda. “Quizá sea el infierno”.

La segunda bomba golpeó segundos después de la primera, del otro lado de la casa. Ahí dejó un enorme cráter de 5 metros de profundidad, al fondo del cual está estancada un agua mezclada con barro, entre un amasijo de restos de muros, estructuras y muebles.

“Debo ser fuerte”

Tras la explosión, Oleg, busca a tientas su teléfono móvil, enciende su luz, y halla a su hija. “No se movía, y ahí todo se derrumbó para mí. Pero luego le tomé una mano, y ella empezó a llorar. Es el mas bello sonido que he escuchado en mi vida”.

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En cambio, su mujer yace bajo ladrillos y restos de vigas. Oleg escarba con sus manos, con la energía de la desesperación. “Me arranqué los dedos” dice, mostrando sus falanges desolladas y al rojo vivo. Como temía, lo que halla al final es el cadáver de Katia: la primera explosión no le dejó la menor posibilidad de sobrevivir.

Oleg vuelve a llorar. Su padre, presente, intenta consolarlo. El joven viudo vuelve a levantarse: “¡Debo ser fuerte! Quiero solamente que todo el mundo sepa lo que me ha ocurrido”, vuelve a repetir.

Oleg Rubak se lastimó los dedos escarbando entre los escombros para rescatar a su esposa. (Emmanuel DUPARCQ / AFP).
Oleg Rubak se lastimó los dedos escarbando entre los escombros para rescatar a su esposa. (Emmanuel DUPARCQ / AFP).

Y añade: que Vladimir Putin pague el precio por haber lanzado esta guerra: “Le deseo la muerte, y quiero que se pudra en el infierno, para siempre”.

“Queremos salvar nuestra tierra”

Según las autoridades locales, los bombardeos del martes por la noche en Jytomyr causaron la muerte de al menos a tres habitantes y dejaron heridos a una veintena de personas, entre ellas varios niños.

En el centro de esta localidad, decenas de personas limpiaban el miércoles los restos de un pequeño mercado totalmente devastado por los ataques, justo frente a la gran academia militar de la ciudad.

Bajo las bombas en Ucrania, Oleg llora a su mujer y desea el "infierno" para Putin
Oleg solloza en su casa, reducida a escombros por un bombardeo ruso que mató a su mujer Katia en Yitomir, a 150 km al oeste de Kiev. Espera dos cosas: que Katia esté "en el paraíso" y ver muy pronto a Vladimir Putin "muerto" y "para siempre en el infierno".

Una de los habitantes, Katarina Chernova, de 28 años, no esconde que a partir de ahora tiene “miedo”. Pero la tranquiliza la solidaridad local. “Estamos todos juntos, nos ayudamos unos a otros” dice, “pues esta es nuestra tierra y queremos salvarla”. Por ello, “no nos rendimos”.

Oleg, por su lado, es más pesimista ante los progresos militares rusos: en Jytomyr, asegura, “mucha gente quisiera marcharse, pero hoy nadie sabe adonde ir”.

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