La tautología a la que apeló la primera ministra británica, Theresa May, para explicar las implicaciones del voto en el referéndum para abandonar la Unión Europea ("Brexit significa Brexit"), era cuando menos equívoca. La razón es que existían tres escenarios probables como consecuencia del mismo.
El primero era el modelo noruego (ser parte del mercado común europeo respetando sus regulaciones y autoridades judiciales, el libre tránsito de personas y aportando al presupuesto europeo, pero sin participar de las decisiones).
El segundo modelo era el canadiense (la suscripción de un tratado de libre comercio). Por último, existía la posibilidad de abandonar la Unión Europea (UE) sin un acuerdo, con lo cual el comercio entre el Reino Unido y la UE sería regulado por las normas de la Organización Mundial de Comercio (entidad que, entre otros, corre el riesgo de perder el quórum necesario para tomar decisiones en su instancia de apelación de controversias, por la negativa de la administración Trump de renovar a sus integrantes).
El acuerdo finalmente suscrito entre el Reino Unido y la UE (aún no ratificado por el Parlamento) se parece más al modelo noruego pero es un acuerdo provisional. Es decir, sus términos aún podrían cambiar.
El problema que ello representa para el sector del Partido Conservador partidario del Brexit (al cual no pertenecía originalmente Theresa May) es que, salvo en el tema migratorio, no cumple con los logros que aquellos prometían. A saber, recuperar para el Reino Unido la prerrogativa soberana de establecer sus propias normas y regulaciones, recuperar la jurisdicción de sus cortes nacionales y la capacidad de negociar como Estado sus propios acuerdos comerciales.
El carácter provisional del acuerdo no lo hace más tolerable porque los partidarios del Brexit creen que, dada la posición negociadora de la UE, en realidad ya prefigura los términos de lo que sería un acuerdo definitivo: no en vano temas como la permanencia de Irlanda del Norte dentro del mercado único y del resto del Reino Unido dentro de la unión aduanera no tienen fecha de caducidad.
El acuerdo tampoco satisface a quienes deseaban permanecer en la UE por razones ahora evidentes: los economistas críticos del Brexit tenían razón. Como preveían, durante el período de negociaciones el desempeño económico del Reino Unido ha empeorado, aunque no en forma dramática. Ahora prevén (incluyendo, por cierto, a los economistas del propio gobierno y del Banco de Inglaterra) que en todos los escenarios pos-Brexit el desempeño de esa economía sería inferior al que tendría en caso de permanecer dentro de la UE, y que mientras más se alejen los términos del acuerdo del escenario noruego hacia el escenario de una salida sin acuerdo alguno, ese desempeño será peor.
Por lo demás, el que, en términos de performance económica, sería el menos malo de los escenarios fuera de la UE (el noruego) tiene como agravante que el Reino Unido perdería la capacidad de influir sobre decisiones que se le seguirán aplicando.
No es casual, por ende, que la estrategia a la que apela Theresa May para conseguir los votos de los disidentes dentro de su propio partido en el Parlamento sea advertirles que la alternativa a su acuerdo sería aun peor para ellos, sea esta una salida de la UE sin acuerdo alguno o un nuevo referéndum (cuando no nuevas elecciones generales).