En el 2002, el entonces secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, autorizó el uso de “métodos excepcionales de interrogación” para los detenidos en la prisión creada en la bahía de Guantánamo, Cuba, con la intención de encerrar a los líderes del extremismo islámico en el marco de la denominada Guerra del Terror que inició el expresidente George W. Bush contra Al Qaeda y otros grupos terroristas tras los atentados del 11 de setiembre del 2001.
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Estos métodos, según documentos desclasificados en los últimos años, se aplicaron a 14 internos de alto perfil, uno de los cuales era Mohamedou Ould Slahi, originario de la lejana nación africana de Mauritania y quien era acusado de ser parte de Al Qaeda. Su caso, a diferencia de la mayoría de las 779 personas que alguna vez pasaron por Guantánamo, pudo ser llevado a un tribunal en suelo estadounidense. Tras el proceso, en el 2010 un juez federal determinó que su detención era ilegítima pues no se habían encontrado pruebas en su contra; sin embargo, su liberación se produjo recién 6 años más tarde.
“Es la primera vez que hablo con un periodista del Perú”, comenta a El Comercio en una llamada telefónica desde Mauritania, su país natal y en el que reside tras recuperar su libertad.
Esta es su historia.
— ¿Puede describir a la prisión de Guantánamo en una idea?
Es el infierno en la Tierra. Desesperación. Sufrimiento. Es muy difícil vivir en un lugar donde no sabes qué te pasará luego, no sabes si te liberarán o estarás detenido de forma indefinida. Es igual de difícil cada día.
— ¿Cómo se puede mantener la esperanza en un lugar así?
No sé la respuesta. Pero muchos detenidos ya la han perdido completamente, han perdido la cabeza. Necesitas mucha fe, entendimiento y curiosidad para mantenerte ahí. Yo perdí a mi madre, nunca me pude despedir de ella, nunca me pudo visitar. Perdí a mi hermano y no pude asistir a su funeral.
— Usted vivió en Alemania muchos años, estudió becado allá. ¿Cuánto cambió su vida durante esa época?
Era muy joven, no sabía mucho sobre la vida. Estudié, me gradué y busqué un trabajo, era algo difícil a finales de los 90. Pero mi estadía en Alemania también coincidió con la guerra de Afganistán (contra los soviéticos), muchos alemanes e incluso el Gobierno los apoyó, yo también lo hice donando dinero e incluso fui al terreno.
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— Sobre eso, viajó para entrenar en un campo de Al Qaeda, ¿podría contarnos más detalles?
Absolutamente. Fue a inicios de los 90, veía mucho lo que sucedía allá y a toda esa gente sufriendo, así que busqué la forma de ayudarlos. Fui a la embajada de los muyahidines (palabra árabe que hace referencia a los combatientes islámicos) en Alemania para preguntar qué podía hacer, me dijeron que podía donar dinero o ir al terreno. Me entregaron una visa en un papel, era como una carta, y con eso fui a Afganistán, a un campo de entrenamiento. Había estadounidenses y saudíes que apoyaban a Al Qaeda, en ese entonces aliados de los muyahidines. Quiero dejar algo en claro, yo nunca conocí a Bin Laden ni a nadie similar. Durante el entrenamiento me di cuenta que extrañaba mucho a mi familia, no quería estar en la primera línea, especialmente porque descubrí que no me estaban entregando las cartas que mi familia me enviaba. Me enojé por eso y regresé a casa. El siguiente verano (en 1992) volví a Afganistán y quedé impactado por la guerra, escapé de ahí y no volví a pensar en Afganistán. En mi juventud no pude entender muchos temas políticos para ser honesto, no sospechaba que todo esto involucraba a países muy poderosos. Pensaba que era cuestión de un pueblo peleando contra invasores.
— ¿Cómo terminó siendo considerado una amenaza para Estados Unidos?
Todo fue por una llamada telefónica. A finales de 1998 o inicios de 1999 recibí una llamada de un primo lejano (Mahfouz Ould al-Walid) que me pedía ayuda, enviarle dinero para su padre que estaba enfermo en Mauritania. Le dije que sí, que lo ayudaría. El problema fue que utilizó un teléfono que le pertenecía a Osama bin Laden, era su amigo (y consejero espiritual, según la inteligencia estadounidense). Yo no lo sabía. La llamada fue interceptada por Estados Unidos, ellos asumieron que yo estaba asociado a Bin Laden. Luego comenzaron a espiarme y todo lo que decía o hacía era interpretado como una amenaza para su país. Washington le pidió a Alemania que me investigara pero respondieron que no había razón para hacerlo, sin embargo yo me asusté porque nunca había tenido problemas con la policía.
Luego viajé a Canadá (en noviembre de 1999) en busca de trabajo, mayor estabilidad y lo hice también con la idea de un nuevo comienzo, pero fue muy estúpido porque está junto a EE.UU. y suelen colaborar con ellos. Una o dos semanas después de mi llegada, un hombre llamado Ahmed Ressam fue detenido cruzando hacia Estados Unidos con explosivos y dijeron que como vivía en la misma ciudad que yo, pues que estábamos relacionados. Yo nunca lo conocí, pero igual me investigaron y no encontraron evidencia. Creían que yo era muy inteligente y que la única forma de que confesase sería torturándome, pero necesitaban hacerlo en un país donde se lo permitieran así que llamaron a Mauritania e hicieron que la inteligencia de mi país le dijera a mi madre que me llamase porque estaba en problemas, ella me llamó y me dijo que estaba enferma, que debía ir.
Sin embargo, fui detenido en Dakar (capital de Senegal) e investigado por unos cinco días. Otra vez dijeron que no había ninguna prueba en mi contra. Los estadounidenses me pusieron en un avión y me enviaron a Mauritania, eso ya fue en el año 2000. En mi país nuevamente les dijeron que no había evidencia en mi contra, pero me quitaron mi pasaporte a pedido de los estadounidenses. Luego, nuevamente sin pruebas, tras los trágicos eventos del 11 de setiembre del 2001, (en noviembre) fui puesto en un avión y comenzaron mis 16 años de tortura.
— Entre noviembre del 2001 y agosto del 2002 estuvo recluido en bases en Jordania y Afganistán antes de llegar a Guantánamo, ¿qué recuerda de su llegada a la prisión en Cuba?
Yo estaba feliz de ser trasladado a Guantánamo porque estaba controlado por Estados Unidos y es un país que se rige bajo las leyes. Yo no le tengo miedo a la ley, le tengo miedo a las dictaduras. Pensé que me interrogarían, se darían cuenta que soy inocente y me enviarían a casa. De joven veía en la TV “Matrimonio con Hijos” y “La Ley y el Orden”, con la primera serie supe que los estadounidenses eran personas divertidas y con la segunda que seguían la ley, que todos tenían la oportunidad de ir a una corte y probar su inocencia. Recuerdo haber estado muy adolorido porque fue un viaje de más de 30 horas, luego estuvimos bajo el sol todo el día, pero mantenía la esperanza. Mi cuerpo estaba colapsado por el dolor, pero dentro de todo estaba tranquilo. Luego me terminaría sorprendiendo por las torturas que se sufren en Guantánamo.
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— Sobre las torturas, lo que se ha conocido sobre su caso es escalofriante. ¿Cómo se puede resistir algo así?
Cuando alguien te tortura te conviertes en una persona diferente. Lo que te hacía feliz ya no lo hace, lo que te molestaba tampoco. Llevarás las cicatrices por el resto de tu vida. Los estadounidenses son muy eficientes en ese sentido. Este programa de torturas fue diseñado por doctores, psiquiatras e interrogadores, estaba hecho para herirme y llevarme a confesar algo que no había hecho. Comenzaron con la privación de sueño por 70 días, me interrogaban 3 o 4 veces al día, una tras otra; luego comenzaron con el abuso sexual, me llevaron al océano donde comenzaron a ahogarme, me golpearon, me rompieron las costillas. Todo eso está en mi registro médico. Pero cuando me dijeron que secuestrarían y torturarían a mi madre me di por vencido, les dije que firmaría lo que quisieran. Escribieron una confesión, yo la firmé y se las entregué. Sabían que era inocente y me querían matar, eso es maldad pura.
— Tras varios años, su caso fue tomado por Nancy Hollander, abogada de la ACLU, que fue a visitarlo a Guantánamo. Con todo lo que había vivido, confiar en otra persona debe ser una de las cosas más difíciles de conseguir, ¿por qué lo hizo?
Tienes toda la razón, aún tengo problemas de confianza. Pero no tenía nada que perder, ya había sido obligado a firmar una confesión cuatro años antes de conocerla. Yo sentía que no podía ayudarme, que la suerte estaba echada.
— ¿Perdió la esperanza de ser libre?
Muchas veces, por supuesto. Pensé que pasaría el resto de mi vida en esa isla, aislado y que solo regresaría a mi país dentro de un ataúd.
CARTAS, UN LIBRO Y UNA PELÍCULA
Las medidas de extrema seguridad que rigen sobre los detenidos en Guantánamo impedían que Slahi y Hollander sostuvieran conversaciones con la libertad deseada. Por ello, la abogada le pidió a su cliente que comenzara a escribir todo lo que había pasado en los años que llevaba preso ahí.
Tras una batalla legal que le permitiera a Hollander leer lo que su cliente le escribía, debido a que muchas partes eran censuradas por las autoridades al considerarlas información clasificada, los testimonios de Slahi fueron una de las primeras alarmas sobre los métodos empleados en Guantánamo.
En el 2005, cuando aún estaba preso, Slahi convirtió todas estas cartas en un libro al que llamó “Diario de Guantánamo”. Las 466 hojas pasaron por una revisión de seis años por parte de las autoridades estadounidenses que censuraron páginas enteras. En el 2015 finalmente, y tras 7 años de disputas legales, el libro fue publicado.
En febrero de este año, la historia de Slahi fue llevada al cine bajo la dirección de Kevin Macdonald en una película llamada “The Mauritanian” (en el Perú está disponible a través de Amazon Prime Video), la misma que contó con estrellas como Benedict Cumberbatch (como el teniente coronel Stuart Couch, encargado de preparar las acusaciones de Estados Unidos contra Slahi pero quien terminó descubriendo las torturas a las que fue sometido) y Jodie Foster (como Nancy Hollander) en su elenco.
— En la película, el personaje de Cumberbatch dice que: “Debemos juzgar a alguien, pero no a cualquiera”.
Absolutamente. Alguien debía pagar por el horror que vivió Estados Unidos. Ellos buscaban a cualquiera que pague. Pero yo acudí cuando me citaron (los estadounidenses en Mauritania, en el 2001), yo nunca me escondí porque no había hecho nada, pero ellos querían mostrarle al pueblo como si me hubieran encontrado. Llevaron a cientos de personas a Guantánamo, pero ninguno ha sido llevado a un juicio formal. Las torturas solo son propias de naciones fallidas, donde la democracia no tiene lugar.
— Pese a estar en un escenario como Guantánamo logró forjar una amistad con algunos guardias de la prisión como Steve Wood, ¿cómo es ello posible en un lugar así?
El hombre quiere tener amigos, quiere tener gente cerca. No piensas en que son tus captores sino que son las únicas personas que tienes cerca. Recuerdo que (Steve) se acercó a mi celda y yo no podía hablar con nadie, pero él me ofrecía café. Yo no bebo café pero aceptaba porque no quería hacerlo enojar, luego comenzó a hacerme preguntas sobre la vida, me permitió ver sus películas. Nos volvimos amigos pero no podíamos decirlo porque los detenidos son seres malvados. Años después, cuando volvió a Estados Unidos me ayudó a conseguir un abogado, me escribió una carta diciéndome que quería ayudarme a recuperar mi libertad. Tras mi liberación me ha visitado un par de veces y aún somos amigos, nos queremos, es algo muy bueno. En una oportunidad me pidió disculpas y le dije que por supuesto, que yo creía en la reconciliación no en la venganza.
— Hace un momento me habló de las cicatrices dejadas por las torturas, ¿qué hay de las mentales, cómo se puede vivir recordando eso?
Es muy difícil. Cuando me siento amenazado, cuando veo algo que me recuerda a esos momentos tan intensos me quedo paralizado. Pero he acudido a terapia, todos hemos tenido problemas, este fue el mío, intento lidiar con él y aceptarlo.
— ¿Cómo fueron esos 6 últimos años, desde que un juez ordena su liberación hasta que esta finalmente se concreta?
En el 2005 todas las agencias estadounidenses ya sabían que yo era inocente, decían que no tenían evidencia en mi contra, pero me mantuvieron ahí. Tras el proceso en el 2010, donde se concluyó que no había pruebas, también me mantuvieron preso. Honestamente esto debe parar, tratar a la gente de África y el Medio Oriente como animales, tenemos los mismos derechos. Nadie merece ser tratado al margen de la ley.
— En las últimas semanas el presidente Joe Biden ha recibido cartas de líderes latinoamericanos y del Senado de Estados Unidos pidiendo el cierre de Guantánamo. ¿Cree posible que se concrete?
Estoy muy feliz de escuchar sobre esta carta de los líderes latinoamericanos. En este momento, con mi libro y el de otros detenidos publicados, creo que es un buen momento porque se conoce más al respecto. Yo también le he enviado una carta a Biden (en enero, a través de la revista New York Review of Books, junto a otros 6 expresos de Guantánamo), creo que es un buen tipo, perdió a su primera esposa cuando era joven y hace poco a su hijo, conoce de cerca el dolor. Creo que sabrá qué es lo correcto. Guantánamo es ilegal, secuestran gente para ponerlos en una prisión y torturarlos. Debe detenerse y América Latina debe ayudar a que esto suceda porque está pasando en su territorio.
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