Warner Robins, Georgia. [AP]. En hogares de ancianos en Estados Unidos, la vida sigue tan congelada como cuando comenzó el encierro por el coronavirus hace cuatro meses. Hoy, cuando algunos estados se acercan cautelosamente a permitir de nuevo visitas a los centros, la mayoría siguen aislados.
Así sucede en lugares como Southern Pines en el centro de Georgia, adonde el coronavirus llegó en la primavera, pero los residentes no se encuentran ahora en medio de la batalla, pero tampoco la han superado.
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”Vamos a tener que operar de forma diferente por un largo tiempo”, dijo Donna Stefano, administradora de Southern Pines. “De lo contrario va a regresar y la próxima vez podríamos no tener la misma suerte”.
Los juegos de bingo han cambiado de grandes congregaciones en la sala de recreación, a interacciones socialmente distanciadas desde las entradas de las habitaciones de los residentes.
La mayoría de las otras actividades grupales han sido suspendidas, y el personal trata de alegrar los días con helados, carritos de meriendas y otras golosinas que pueden provocar una sonrisa al tiempo que mantienen a los residentes a una distancia segura. las comidas transcurren mayormente a solas, lejos del comedor.
Y, sobre todo, los que viven en Southern Pines aún tienen que conformarse con ver a sus seres queridos a través de ventanas y paneles, lo que les priva del contacto.
”Algunos días siento que pudiera gritar”, dijo Kay Gee, de 80 años, que extraña las visitas de sus cuatro hijos y tres nietos, además de los dos perros que quedaron al cuidado de la familia.
Los hogares de ancianos en todo el país siguieron las directrices federales del 13 de marzo de suspender todas las visitas, una decisión que encontró una reacción negativa en Southern Pines, pero que parece previsora luego de brotes fatales en otras partes y el lugar se pasó seis semanas sin ninguna infección.
Cuando se acabó esa buena racha, los días nerviosos de inicios de la pandemia dieron paso a una lucha de semanas para contenerla, con más de una cuarta parte de los residentes infectados. La mayoría presentaron pocos síntomas y al final, todos sobrevivieron.
Butch McAllister, de 72 años, vidriero jubilado, es uno de ellos. Cuando su prueba dio positivo, se vio forzado a aislarse, pero se lo tomó con calma. Había oído todo tipo de historias horrorosas sobre el COVID-19, pero dice que tornó su atención a Dios y no se preocupó mucho.
McAllister ya superó el coronavirus, pero los efectos persisten. Su esposa está en otro hogar de ancianos y no se han visto en meses. Su hija y su nieto lo visitan por la ventana, pero el desearía poder tocarlos.
Admite que a veces se siente solo y no ve la hora de que regresen las visitas en persona, al igual que se le hace agua la boca cuando piensa en salir a una cena en un restaurante griego o una churrasquería. Pero eso no va a ser ahora.
”Nadie puede entrar y nadie puede salir”, dice. “Estoy listo para que suceda”.
Al menos 55.000 residentes y empleados en hogares de ancianos y otras instalaciones de cuidados a largo plazo en Estados Unidos han muerto de COVID-19, una cifra sumamente desproporcionada que representa 40% de todas las muertes por el virus en el país.
El personal en Southern Pines sabe que no han rebasado esta pandemia y teme el regreso del virus. Se siguen tomando las temperaturas tres veces al día y se monitorea la salud de los empleados.
En unos pocos estados, se ha permitido la reanudación controlada de las visitas a los hogares, pero la mayoría han mitigado cautelosamente las restricciones, con reglas como en Indiana, donde los familiares deben tener una prueba negativa del virus para poder sentarse, con mascarillas y a distancia de sus seres queridos, fuera de las instalaciones.
En Southern Pines, una orden de emergencia del estado que prohibió las visitas a los hogares de ancianos fue extendida por otro mes, hasta del 12 de agosto. Con un aumento de los casos en Georgia, los residentes y el personal saben que otra extensión es posible y que el aislamiento va a continuar.
”Realmente no es normal”, dijo Christen Washington, una enfermera que lidia con servicios sociales y admisiones en Southern Pines. “Ya no sé qué es qué”.
Angie Shepard, la directora del hogar, dice que sus empleados han hecho todo lo posible para ayudar a los residentes y confortar a quienes se sienten más afectados por el encierro.
”La razón por la que estoy aquí es para cuidar a estas personas”, dice. “Es lo que siempre quise hacer”.
Judy Morey, una anciana de 71 años que preside el consejo de residentes, disfrutaba antes de la pandemia jugar barajas y juntarse con sus amigos para armar un rompecabezas. Su hermano la visitaba varias veces a la semana.
Ahora todo eso se acabó y Morey se pregunta si las cosas van a cambiar para cuando llegue su cumpleaños el mes próximo. Por ahora, dice que se las arregla lo mejor que puede, pese a que los días parecen más largos que nunca.
”Todo lo que hago es tomarme siestas todo el día, por aburrimiento”, puntualizó.
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