“Le vamos a ofrecer a todos los estadounidenses la oportunidad de ser inoculados”. Frente a las cámaras y secundado por sus asesores, el presidente anuncia que hará posible que la vacuna llegue a todo el país lo más pronto posible. Solo falta que los Estados se preparen para empezar a distribuirla. Se trata de una jugada riesgosa, pero a su parecer necesaria: un virus amenaza a la población y los fantasmas de pandemias pasadas acechan la estabilidad de su gobierno. Además, no falta mucho para los comicios y él quiere seguir en el cargo.
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No es el 2020, sino 1976. No es Donald Trump, sino Gerald Ford, quien ve peligrar su continuidad en la Casa Blanca. El demócrata Jimmy Carter está ganando terreno en la contienda y no le queda más remedio que demostrar que es un gestor eficiente y que, gracias a su rápido accionar, el país no sufrirá daño alguno. Tiene que hacerlo: es el primer presidente no electo en la historia de Estados Unidos –luego de que Richard Nixón renunciara por el escándalo de Watergate y él, como su segundo al mando, tomara el timón–, y aunque ha tratado de recuperar la confianza de los estadounidenses, su mandato se ha vuelto impopular tras indultar a su exjefe. Su último recurso antes de las elecciones es vacunar antes que empiece la pandemia.
“Este virus fue la causa de la pandemia en 1918 y 1919, que terminó con la muerte de más de medio millón de personas en Estados Unidos y millones en el mundo”, agrega Ford, mientras firma un documento para que el Congreso le dé dinero para su campaña sanitaria.
EL VIRUS
Las alarmas saltaron en febrero de 1976. En una base militar en Estados Unidos, cientos de soldados empezaron a mostrar síntomas de un resfriado que hacía recordar al virus H1N1 que mató a millones de personas durante la primera parte del siglo XIX. El miedo de vivir una pandemia llegó a los oídos del presidente Ford, quien llamó a sus asesores para planear qué hacer para evitar el desastre.
En un artículo para “The New York Times”, Rick Perlestein, autor del libro “Reaganland: America’s Right Turn, 1976-1980”, escribió que al presidente le recomendaron tomar el toro por las astas. “Al señor Ford le dijeron que, sino él no lo hacía, el Congreso sí tomaría cartas en el asunto –lo que significaría que ellos se quedarían con el crédito de una decisión heroica– y que el gobierno puede ‘tolerar gastos sanitarios innecesarios en vez de muertes innecesarias’. También le recordaron que el Congreso, la prensa y los estadounidenses le exigirían que tomara acción”.
El 24 de marzo, Ford anunció su plan. “No podemos darnos el lujo de jugar con la salud de la nación”, dijo a las cámaras.
Y así comenzó la vacunación masiva
MUERTE Y ENFERMEDADES
El libro “La epidemia que nunca pasó. Las políticas y el susto de la gripe porcina” puede dar luces sobre los resultados del programa de Ford. Allí, su autor Harvey V. Fineberg –quien fuera presidente del Instituto Nacional de Medicina de los Estados Unidos de América y rector de Harvard– analizó la polémica medida que alcanzó a más 40 millones de personas, causó severos problemas de salud a cientos, y muerte.
“Lo que observamos en 1976 fue que los líderes políticos querían hacer lo correcto, pero carecían de los conocimientos técnicos necesarios –dijo Fineberg en una entrevista a la Organización Mundial de la Salud–, mientras que los salubristas reconocían la incertidumbre de la amenaza, pero querían transmitir la gravedad del riesgo de una manera que superase la inercia política”.
Además, agregó que la medida se dio sin tomar, necesariamente, las medidas recomendadas para evitar problemas mayores. Es decir, no se siguieron los procesos establecidos.
“La falla estratégica fundamental a la hora de tomar decisiones [en 1976] fue que todos los aspectos de la respuesta se combinaron en una sola decisión de tipo todo o nada –agregó–. La decisión de caracterizar el virus para obtener una vacuna, producirla, ponerla a prueba y aplicársela a todo hombre, mujer y niño en los Estados Unidos se tomó de un tirón en marzo de 1976. Los formuladores de políticas han aprendido la lección: mientras no se cuente con la información pertinente, como preparación para las decisiones futuras lo que debe hacerse tiene que separarse de las conclusiones y su divulgación”.
TODO POR LA REELECCIÓN
Es imposible no hacer paralelismos entre lo sucedido en 1976 con Gerald Ford, con la actual gestión de Donald Trump, quien acaba de anunciar que la vacuna contra el coronavirus estará lista para repartirse en Estados Unidos desde el 1 de noviembre. Podría ser su as bajo la manga: acabar con los padecimientos causados por la pandemia, ganarle a Rusia y a China en la carrera por salvar al mundo y demostrar que siempre tuvo el problema sanitario bajo control. La jugada podría hacerle volver a ganar las elecciones presidenciales, que se llevarán a cabo dos días después de la inoculación masiva.
El temor de que se repita lo sucedido en 1976, sin embargo, sigue presente. Perlestein recuerda las consecuencias: “450 personas desarrollaron el síndrome de Guillain-Barre, y de esos, 30 fallecieron. La Academia Nacional de Medicina, a partir de esos datos, concluyó que las personas que recibieron la vacuna incrementaron el riesgo de desarrollar dicho síndrome, por lo que la inoculación masiva fue suspendida”.
Pero, eso recién se supo en diciembre del 76. En las elecciones de ese año, llevadas a cabo los primeros días de noviembre, Ford perdió por una mínima diferencia ante Jimmy Carter. Tras conocerse los resultados, él contó a sus amigos que la derrota era parte de su plan, que ya había decidido retirarse de la política y que su llegada a la Casa Blanca había sido una “bonificación inesperada”.
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