Imagen referencial. Un oficial de policía impide que los manifestantes ingresen a un hotel que acaba de ser saqueado durante una protesta contra el primer ministro haitiano Ariel Henry que pide su renuncia, en Puerto Príncipe, Haití, el 10 de octubre de 2022. (Foto de Richard Pierrin / AFP)
Imagen referencial. Un oficial de policía impide que los manifestantes ingresen a un hotel que acaba de ser saqueado durante una protesta contra el primer ministro haitiano Ariel Henry que pide su renuncia, en Puerto Príncipe, Haití, el 10 de octubre de 2022. (Foto de Richard Pierrin / AFP)
/ RICHARD PIERRIN
Javier Valdivia Olaechea

En un año convulso y de profundas divisiones en era imposible imaginar que en este país hubiera algo de consenso. Pero la voz de toda la nación se unió por primera vez en mucho tiempo, aunque sólo fuera alrededor de la trágica e inesperada muerte de uno de sus más queridos ídolos.

Sucedió el mes pasado en París, en el Accor Arena, el principal escenario musical de la capital francesa: Michael Benjamin, más conocido como Mikaben, se desplomó ante 20 mil espectadores fulminado por un ataque cardiaco. Tan pronto se supo la noticia, todos en Puerto Príncipe desbordaron Twitter para lamentar el deceso.

Pero la muerte de Mika, como también lo llamaban, no será suficiente.

Años de fracasos y de inercia han dejado a Haití otra vez al borde del colapso. Ahora, a un clima de ingobernabilidad causado por al accionar de bandas armadas se suman la polarización de fuerzas que aplaza el retorno al orden democrático, y la amenaza de una intervención militar extranjera que la mayoría de haitianos rechaza, tanto por dignidad como por el triste recuerdo de las ocupaciones que empezaron en 1915.

La última intervención

El 29 de febrero de 2004, el teléfono sonó alrededor de las 3:00 am en la residencia del embajador dominicano en Haití, Roberto Despradel. Del otro lado de la línea, alguien le comunicó lo que parecía inevitable: el presidente Jean Bertrand Aristide había renunciado —o fue obligado a hacerlo—, y en ese mismo momento iba camino al aeropuerto.

Las calles llenas de barricadas y de gente armada testimoniaban el estado al que había llegado el país, entonces en manos de un exoficial de policía alzado en armas, de unos opositores cerrados a negociar, y de un mandatario que había perdido el poco respaldo que le quedaba en el exterior.

Dos décadas después el escenario de crisis se repite, salvo porque la presencia de fuerzas extranjeras solicitada por el gobierno haitiano ha hallado reticencia en el Consejo de Seguridad de la ONU, que dieciocho años atrás legitimó la ocupación creando la Minustah.

Pero la insistencia del primer ministro Ariel Henry de mantenerse en el poder parece ser la misma que impulsó a Aristide, y la figura de Guy Phillippe, que acorraló a Aristide en 2004, sólo ha sido reemplazada por la de Jimmy “Barbecue” Chérizier, jefe del G-9 An Fanmi e An Alye, la inédita federación de bandas que hace lo mismo con el actual jefe de gobierno.

Crisis cíclicas

En meses recientes la hostilidad entre pandillas y los secuestros aumentaron al igual que las protestas contra el gobierno. Pero la situación empeoró el 12 de septiembre cuando Henry eliminó los subsidios a los combustibles, duplicando sus precios y empeorando las ya pésimas condiciones de vida de los haitianos.

Viéndolo desde una perspectiva más amplia, parece que las crisis políticas, sin importar su origen, son cíclicas en Haití y paradójicamente se repiten cada más o menos veinte años.

Dos décadas pasaron desde el fin del mandato de Aristide hasta la situación que enfrenta hoy Henry. Y dos décadas más separan la caída de Jean Claude “Baby Doc” Duvalier, ocurrida en 1986, hasta lo que sucedió en 2004. Incluso yendo más atrás, un levantamiento en 1967 contra François Duvalier ensombreció sus últimos dos años en el poder, y 17 años antes, un golpe depuso al presidente Dumarsais Estimé.

Las crisis cíclicas son un término acuñado por la doctrina marxista al campo de la economía y su extrapolación a la política podría ser un poco aventurero. No hay como tal ciclos de bonanza o de ruina democrática, sino la perdurabilidad o la erosión del Estado de derecho.

En el caso de Haití quizá cabría aplicar mejor la teoría del politólogo polaco Adam Przeworski, para quien ganar las elecciones y abusar del poder para mantenerse en el gobierno es una señal de que algo anda mal con la democracia, igual que las cosas sigan igual a pesar de los resultados electorales.

Y agregar lo que el embajador canadiense en Haití, Sébastien Carrière, dijo el mes pasado: los más grandes males de este país son la impunidad y la corrupción.

Estado frágil

Indefenso ante la inseguridad, la impunidad y la corrupción; agobiado por la pobreza, la falta de trabajo y de oportunidades, el pueblo haitiano se lanzó a las calles a protestar.

La idiosincrasia es también un factor a tomar en cuenta en Haití, donde se discute porfiadamente hasta qué mantequilla es la que debe servirse en el desayuno. Y mientras una propuesta de diálogo surge de la clase política e intelectual y se entierra conforme aparece otra, los hilos oscuros del poder urden su próxima jugada aun a costa de millones de haitianos.

En octubre, la exembajadora estadounidense en Haití, Pamela White, dijo en el Congreso de EEUU que en Haití no hay un gobierno legítimo, ni poder judicial, ni parlamento o fuerza policial capaz de detener a las pandillas. Mucho menos la posibilidad de planear elecciones bajo la actual crisis de seguridad.

White usó el término “Estado fallido” (controversial en estos tiempos) para referirse a Haití, que según afirmó necesita “botas sobre el terreno para resolver sus desafíos”.

¿Qué pasará dentro de veinte años más?

El mes pasado, Jean Anderson Bellony fue asesinado por miembros de una de las dos bandas que operan en Croix-des-Bouquets (este). Bellony era houngan (sacerdote vudú) y escultor afincado en la villa de Noailles, famosa por ser cuna de la orfebrería desde antes de la independencia haitiana en 1804.

Cuando lo acribillaron, la víctima era una de las figuras principales del lugar, un artista en realidad, mucho menos conocido y popular que Mikaben —a quien lloró todo Haití—, pero un artista de todos modos.

Para él hubo pocas palabras.

(*) El autor es vicepresidente regional por Haití de la Comisión de Libertad de Prensa e Información de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP)

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