El campanario del monasterio de San Nicolás, en Kalyazin, es el último vestigio de una construcción del siglo XII que fue anegada. (Foto: BBC Mundo).
El campanario del monasterio de San Nicolás, en Kalyazin, es el último vestigio de una construcción del siglo XII que fue anegada. (Foto: BBC Mundo).
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“Nos dijeron: ‘vamos a construir una hidroeléctrica y necesitamos que abandones tu casa porque esta área será inundada”.

Andriy Mastrienko todavía recuerda el día en que tuvo que abandonar para siempre la casa donde vivió su familia por generaciones, cerca del río Dniéper, en la Ucrania soviética.

“Nos dijeron que nos teníamos que ir y dejar solo las paredes”, contó a la BBC.

Su pueblo, como otros 200 en Ucrania y otros cientos por toda la Unión Soviética fueron inundados por órdenes de Stalin para la construcción de algún megaproyecto socialista, ya fuera una hidroeléctrica, un canal o una presa.

Y es que como parte de los esfuerzos soviéticos para demostrar la superioridad del sistema socialista sobre el capitalismo, la URSS diseñó una ambiciosa agenda para lograr una economía industrial avanzada.

Pero muchos de estos ambiciosos proyectos tuvieron consecuencias catastróficas: desde desplazamientos humanos masivos y muertes hasta daños medioambientales en algunos de los ecosistemas más conservados del este de Europa.

Andriy Mastrienko tuvo que abandonar el pueblo donde su familia vivió por generaciones porque sería inundado. (Foto: BBc Mundo).
Andriy Mastrienko tuvo que abandonar el pueblo donde su familia vivió por generaciones porque sería inundado. (Foto: BBc Mundo).

El recuerdo del reasentamiento forzoso y la destrucción de sus hogares persigue a los sobrevivientes 70 años después.

“Las autoridades no explicaron mucho por qué la gente tenía que ser relocalizada. Hubo solo un mensaje: es necesario para el desarrollo de la economía”, cuenta a la BBC Svietlana Sliusarenkio, que era una niña cuando sus padres tuvieron que abandonar su pueblo.

Gran parte de los que lo vivieron ya han muerto, pero a lo largo de Rusia y en muchas exrepúblicas soviéticas todavía quedan torres de iglesias, muros o construcciones abandonadas que sobresalen como mástiles sobre un lecho de agua.

Son el último vestigio de una época oscura de autoritarismo y represión, los últimos testimonios en piedra de lo que se le ha dado en llamar la “Atlántida soviética” (en referencia a la mítica ciudad sumergida).

La industrialización de Stalin

Desde finales de la década de 1930 el gobierno de Stalin ideó una nueva concepción del “modelo soviético” de comunismo que buscaba demostrar por todas las vías posibles la grandeza del sistema frente a su férreo oponente, el capitalismo.

Dieron paso a lo que algunos historiadores han llamado con el tiempo “gigantomanía”, una obsesión por construir edificaciones colosales que dieran cuenta dentro y fuera de la “gloria de la Unión Soviética” y su “poder sobre la naturaleza”, a veces al costo de la vida de miles de personas.

En 1935, poco después que la colectivización de la Unión Soviética dejara una de las peores hambrunas de la historia, el Comité Estatal de Planificación aprobó la creación de la represa más grande que se había construido en el mundo hasta ese momento.

En abril de 1941, los ríos Volga y Sheksna fueron bloqueados para la creación del embalse de Úglich.

La iglesia de la Natividad de Krokhino fue uno los pocos edificio que quedaron sobre las aguas tras la contrucción de las represas en el Volga. (Foto: NATATURKA.RU, vía BBC Mundo).
La iglesia de la Natividad de Krokhino fue uno los pocos edificio que quedaron sobre las aguas tras la contrucción de las represas en el Volga. (Foto: NATATURKA.RU, vía BBC Mundo).

Se anegaron 5.000 kilómetros cuadrados de tierra y más de 660 aldeas y la ciudad de Mologa, fundada en el siglo XII, quedaron completamente bajo las aguas.

En total, unas 130.000 personas tuvieron que ser reubicadas y se destruyeron grandes extensiones de tierras agrícolas y bosques a lo largo del río Volga.

La cadena de embalses que se siguieron construyendo siguieron anegando pueblos y pasaron a formar la que también fue por años la mayor central hidroeléctrica del planeta (que es todavía la mayor de Europa): la Volga GES.

Archivos desclasificados tras el fin del estalinismo muestran que la construcción fue realizada principalmente por prisioneros del campo penitenciario de Volzhsky, donde también fueron enviados los que se negaban a reubicarse.

Las escenas se repitieron a la largo de la Unión Soviética.

Los grandes proyectos del comunismo

El final de la Segunda Guerra Mundial marcó el inicio de la recuperación económica soviética y, también, el comienzo de la Guerra Fría.

Fue entonces cuando Stalin ideó un plan conocido como los “Grandes Proyectos de Construcción del Comunismo”, que englobaban una serie de hidroeléctricas y canales de riesgo a lo largo de la Unión Soviética.

Algunos, como el Canal Principal de Turkmenistán, nunca fueron completados, pero otros todavía siguen en pie.

La construcción de edificios monumentales, como las llamadas "Siete Hermanas" de Moscú, son ejemplos de la "gigantomanía" soviética. (Foto: Getty Images, vía BBC Mundo).
La construcción de edificios monumentales, como las llamadas "Siete Hermanas" de Moscú, son ejemplos de la "gigantomanía" soviética. (Foto: Getty Images, vía BBC Mundo).

La estación eléctrica de Kremenchug, para la que fueron desplazadas las familias de Mastrienko y Sliusarenkio, fue inaugurada en 1960.

Un área de tres veces el tamaño la ciudad de Chicago fue inundada para estos fines y más de 130.000 personas fueron desplazadas.

“Si alguien se negaba, enviaban buldóceres en la fecha fijada para la salida a demoler las viviendas”, recuerda Sliusarenkio.

“No tenían alternativa, nadie podía cuestionar nada. Era una orden y había que cumplirla”.

Las inundaciones

Según cuenta Sliusarenkio, un año antes de la inundación programada, las autoridades comenzaban a visitar los pueblos para decirles que se tenían que ir y tasaban las casas: pagaban un poco más por las más antiguas.

Las casas eran marcadas después con pintura en las fachadas: escribían con grandes letras y números la fecha en la sus habitantes debían abandonarla para siempre.

Las autoridades facilitaban transporte para las familias, pero el ganado debía moverse a pie, muchas veces por distancias de cientos de kilómetros.

“Mi esposa ordeñaba vacas y tuvo que hacer todo ese trayecto a pie con los animales”, dice Mastrienko.

Sliusarenkio, por su parte, recuerda que a los habitantes les daban la oportunidad de sacar los restos de sus muertos de los cementerios de los pueblos que serían inundados y llevarlos consigo a donde se fueran.

“Si no podían o no querían desenterrar a sus muertos, les pedían que quitaran las cruces y pasaban los buldóceres para nivelar las bóvedas con el terreno y que así los restos no salieran a flote cuando las tumbas quedaran bajo agua”, dice.

La historia oficial de Rusia no recoge los nombres de los centenares de personas que se estima murieron ahogadas por negarse a abandonar sus viviendas antes de que fueran inundadas.

El recuerdo de la “Atlántida soviética” y de los centenares de pueblos y aldeas que la formaron también se han difuminado a medida que mueren los últimos testigos de aquellos años y por el escaso interés de las autoridades rusas de ahondar en un pasado que podrían dañar, aún más, la imagen de un líder soviético que Putin admira.

Sin embargo, con el paso de los años, las estaciones y las sequías, los titulares de nuevos restos de poblados sumergidos que salen a flote aparecen esporádicamente en la prensa rusa.

Y nuevas empresas turísticas hacen de las excursiones en yates y cruceros a la “Atlántida” un nuevo destino de la nostalgia.

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