Más que nunca, hoy los reflectores del mundo apuntan al Asia central. Allí, mientras termina el Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales en Kazajistán -en el que el papa Francisco criticó la “locura de la guerra” entre Rusia y Ucrania-, en Uzbekistán se reunieron los presidentes de Rusia y China, Vladimir Putin y Xi Jinping, para afianzar sus buenas relaciones.
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La cita se dio durante la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), evento fundado por China en el 2001 que, en esta edición, reunió a ocho naciones (entre ellas India, Pakistán e Irán). Fue la primera vez que Putin y Xi se veían personalmente desde febrero, luego del encuentro previo a los Juegos Olímpicos de Beijing (que fue boicoteado por varios países occidentales) y poco antes del inicio de la agresión a Ucrania.
“Nos adherimos al principio de una sola China. Condenamos la provocación de Estados Unidos y sus satélites en el estrecho de Taiwán”, declaró Putin.
En respuesta, Xi -quien viajó al extranjero por primera vez desde que se inició la pandemia del coronavirus COVID-19- sostuvo que China quería “trabajar con Rusia para apoyar con fuerza [...] los intereses fundamentales mutuos y profundizar la cooperación comercial, agrícola y en otros ámbitos”.
“China está dispuesta a hacer esfuerzos con Rusia para asumir su responsabilidad de grandes potencias, y tomar el papel de guía para inyectar estabilidad y energía positiva en un mundo caótico”, agregó el mandatario.
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El verdadero interés
Este acercamiento, sin embargo, se sucede cuando Moscú empieza a perder territorio en Ucrania, una invasión que parece habérseles salido de las manos. ¿Qué tanto afectan los vínculos entre esas potencias los problemas en la guerra?
Según CNN, Beijing estaría nerviosa al ver cómo uno de sus aliados se convierte en “un activo menos útil y confiable”. Los malos resultados vuelven al Kremlin, ante los ojos chinos, en una “distracción menor para EE.UU., lo que permitiría a Washington centrarse más directamente” en ellos.
Para el internacionalista Carlos Novoa es claro que, si “bien es un aliado importante y de alguna u otra manera ha ‘apoyado’ su ofensiva”, tampoco es que ambos estén “dentro del mismo saco”. Es decir, la derrota será únicamente rusa.
“En todo caso, China está aprovechando los bloqueos para hacer negocios con Moscú, un país con un gran mercado, y tomar el lugar de Occidente en sus importaciones. Es verdad que ya eran socios, pero ahora Rusia los necesita como bastón para sostenerse, por lo que el comercio entre ambos se disparó a cifras récord”.
Vale destacar, tal como lo anota el “The New York Times”, que Xi no habló sobre la guerra. Por lo menos no en público.
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Novoa explica el mutis: China “trabaja meticulosamente los temas a largo plazo”, por lo que no ve el conflicto como un evento al que le deban prestar atención a diario sino como un instrumento para sus objetivos. “Recuerda que China busca ser la primera potencia mundial, sea que ello pase ahora o en cien años. Por eso es que puede mantener buenas relaciones con Rusia y Estados Unidos al mismo tiempo”.
“Es parte de su estrategia geopolítica de copamiento de espacios en el mundo”, agrega Novoa.
Finalmente, lo que el especialista propone es que esta reunión no tiene mayor trascendencia en lo concreto. “Es una más. No habrán acuerdos ni vamos a escuchar que China va a respaldar militarmente a Rusia”.
Y concluye: “De hecho, si el Kremlin pierde la guerra no significará que dejará de ser su aliado. Por eso mismo, Occidente debe estar atento a cuáles serán los siguientes movimientos de Putin y Xi y, a partir de eso, decidir cómo actuar”.