Las autoridades en China han limitado la construcción de edificios muy altos, tildándolos de “proyectos vanidosos”. La medida se adoptó en un momento en el que las oficinas en todo el mundo están llenas de escritorios vacíos y algunos empleados tienen miedo de compartir espacios herméticamente sellados.
La autora Judith Dupré se pregunta, ¿cuál es le futuro de los rascacielos?
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Hace 90 años, después de que el mundo superara una pandemia global y estuviera al borde de un derrumbe económico devastador, empezó la era dorada del rascacielos.
Los más emblemáticos -los edificios Chrysler y el Empire State en Nueva York- fueron las estructuras más altas jamás construidas y cautivaron la imaginación del público.
El pináculo del Chrysler, ensamblado en secreto dentro del edificio en un golpe de astucia, le mereció a la torre el prestigioso título de “la más alta del mundo” en 1930. Un año después, el Empire State le arrebató el título, pero el enorme edificio tuvo problemas arrendando espacios, hasta el punto que le pusieron el sobrenombre de “Empty State” (que quiere decir “estado vacío”).
Las cosas cambiaron cuando se estrenó el clásico filme “King Kong” en 1933, sobre el gigantesco gorila que se enamora de una humana y escala el rascacielos con ella en sus manos. La película promovió el arriendo de oficinas y se llenaron los pisos del rascacielos.
La segunda época dorada de los rascacielos se ha dado en los últimos 20 años, aunque la construcción de estos edificios se ha desacelerado o pausado en todas partes. En 2020 hubo una caída de 20% en la cifra de edificios altos que se completaron, comparado al año anterior, según el Consejo de Edificios Altos y Hábitat Urbano (CTBUH, por sus siglas en inglés).
¿Qué pasará en un mundo post covid? ¿Se seguirán construyendo rascacielos?
Después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, se pronosticó la muerte de las torres altas, una predicción extremadamente prematura. Se han construido más rascacielos en los últimos 20 años que en todo el siglo pasado, y son más seguros, resistentes y ecológicos que nunca, gracias a los rigurosos estándares de construcción que se adoptaron globalmente después de los ataques contra las Torres Gemelas.
La fortuna de una nación puede estar vinculada al título del “edificio más alto del mundo”. Así fue como las Torres Petronas pusieron a Kuala Lumpur en el mapa y el Burj Khalifa, la estructura más alta del mundo, convirtió a Dubái en un destino global.
Dichas torres también estimulan nuevas construcciones. “Alrededor del Burj Khalifa se creó una parcela de 121 hectáreas con muchos edificios y funcionó”, comenta Adrian Smith, de la firma arquitectónica Adrian Smith + Gordon Gill Architecture, cuyos proyectos de alta gama incluyen el Burj Khalifa y la Torre Jeddah, en Arabia Saudita, que se convertirá en el edificio más alto del mundo cuando se complete.
Aun así, los arquitectos se están cuestionando la fórmula clásica detrás de los rascacielos: alta densidad de población + alto precio del terreno = edificios altos.
Tiene que haber una buena razón para construir un edificio de 500 metros, comenta Kamran Moazami, director ejecutivo de la constructora británcia WSP, entre cuyos proyectos están el edificio más alto de Londres (The Shard), el más alto de EE.UU. (One World Trade Center) y el más alto de Asia (la Torre de Shanghái).
“Tienes que preguntarte cuál es la mejor y más económica manera posible de construir. Una altura extrema puede crear un destino de viaje, como en Dubái, pero eso no se necesita en ciudades como Shanghái o Manhattan. Hoy en día, una torre icónica no sólo se juzga por su apariencia sino por su uso de carbono”.
Pero, así se trate de un ícono o no, no todo el mundo es fanático de los rascacielos, especialmente de los nuevos con fachadas de vidrio.
Y es que producen “contaminación estética”, según el crítico de arquitectura David Brussat. “De alguna manera, a medida que la arquitectura creció en altitud, se volvió más pequeña. La gente se deprime teniendo que caminar al trabajo por entre los aburridos despeñaderos urbanos”. Los rascacielos de antaño, indica, fueron diseñados a nivel público para deleitar al transeúnte, e invitaban a una “reciprocidad cívica que era importante en las interacciones cotidianas”
El coronavirus cambió drásticamente todo lo que hace deseable la vida urbana: los lugares públicos vibrantes, la conectividad del transporte masivo y el fácil acceso a restaurantes, museos y clubes. Sin embargo, las ciudades están recuperándose, algunas más rápido que otras, y la gente que construye rascacielos vaticina que también estarán de vuelta, aunque no como antes.
“La pandemia demostró que los vecindarios con una mezcla diversa de edificios residenciales y de oficinas resistieron mejor los prolongados confinamientos”, dice Scott Rechler, presidente y director ejecutivo de RXR, uno de los mayores dueños, administradores y desarrolladores de bienes raíces en la región de Nueva York.
“Impulsó cambios estructurales en el mercado de oficinas, con más compañías buscando edificios más nuevos, a lo que la industria se refiere como un “viaje a la calidad”, y volviendo completamente obsoletos los edificios de oficinas más viejos”. Los edificios más viejos están siendo reconvertidos para nuevos usos, añade, como torres residenciales, volviendo más diversos los distritos comerciales.
“De ninguna manera ha muerto el mercado de inmuebles comerciales”, dice Rechler. “El talento ha regresado a la ciudad de Nueva York. Quieren vivir y trabajar aquí. La demanda de espacios de oficina del siglo XXI y con muchos servicios es más alta que nunca”.
La agresiva acción de la ciudad de Nueva York en cuestión de salud pública, que ha logrado una tasa de vacunación general de 87%, ha ayudado a responder a esa demanda, afirma. Y los espacios dentro de los edificios de oficinas también están cambiando de acuerdo a las necesidades que planteó la pandemia: más aire fresco, luz solar y espacios abiertos.
Se están diseñando más en términos de la colaboración, en lugar de para colocar filas de escritorios, explica Moazami. “La demanda no disminuirá, pero la manera en que una oficina es ocupada será diferente. Ya no puedes suponer que los empleados trabajan de lunes a viernes de 9 a 5. Podrías necesitar más espacio para menos personas”.
En las ciudades también se ha disparado la demanda de espacios al aire libre.
Los rascacielos suelen estar en las grandes ciudades y su futuro depende del regreso de los empleados a las oficinas.
Pero no todos quieren regresar. Trabajar en casa en pantalones de yoga tiene sus ventajas, aunque el regreso para algunos parece inevitable.
Somos una especie social. Estudios realizados antes de la pandemia demostraron que el aislamiento emocional -la soledad- puede ser tan malo para la salud como fumar. Más que eso, hay una magia que sucede cuando los seres humanos, especialmente los creativos, trabajan cerca los unos de los otros. “Ahora sabemos que el trabajo remoto es productivo, pero la gente tiene que reunirse para colaborar”, dice Moazami. “Te mueves, absorbes, aprendes”.
Hay otros costos de trabajar remotamente, particularmente en las industrias que son altamente visuales y espaciales. “La comunicación por computador puede ser un desafío en términos de dar directrices y controlar un producto. Los clientes tienen dificultades entendiendo la maqueta de un edificio cuando la ven en una pantalla”, dice Smith.
Históricamente, las crisis han provocado la innovación. Para los edificios altos, la era de la postpandemia podría ser diferente, si China, el líder en la construcción de rascacielos, es una referencia. Para poner en contexto su crecimiento explosivo de las últimas dos décadas, consideremos esto: en todos el mundo hay 115 edificios “superaltos” de más de 300 metros. China ha construido 85 de ellos.
China está protegiéndose, aplicando estrategias para llenar sus rascacielos vacíos, mejorar su economía y apuntalar su identidad nacional lastimada por la covid.
En 2020, el gobierno chino anunció amplias restricciones de altura y diseño para los nuevos rascacielos. Además, prohibieron las copias de edificios y las réplicas de monumentos occidentales como la Torre Eiffel, el Kremlin y otros que se encuentran por toda China.
En julio, las restricciones se ajustaron aún más, con miras a limitar la altura: se prohibieron que los nuevos edificios tengan más de 500 metros y se limitó el número de los de 250 metros. Más recientemente, China vetó los edificios de más de 150 metros en las ciudades con menos de tres millones de habitantes. Esto ha tenido repercusiones financieras, particularmente para las firmas arquitectónicas de Occidente, que han construido muchas de las torres superaltas de China.
“China se ha excedido en la construcción en todas las esferas, con muchos proyectos que no tenían que haber sido construidos, pero lo hicieron para mantener a la población trabajando y aumentar la productividad”, comenta Smith, cuya firma ha diseñado los cinco principales rascacielos de China.
El gobierno reconoció que “sería mejor empezar a construir torres con sentido económico que pudieran ser arrendadas. En otras palabras, empezaron a pensar como constructores estadounidenses”. Los rascacielos no pueden construirse para hacer crecer una economía, si no para satisfacer una necesidad existente.
En cualquier caso, 8 de los 10 edificios más altos que se están construyendo actualmente están en China.
Los rascacielos expresan poder, fuerza económica y capacidad técnica, atributos que son irresistibles para los forjadores de naciones.
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