Todo parecía indicar que se trataría de una guerra fugaz, una invasión relámpago que terminaría en pocos días con la toma de Kiev, la destitución del presidente de Ucrania y la imposición de un gobierno títere. Pero los planes de Vladimir Putin no salieron como lo esperaba. La resistencia ucraniana obligó a las tropas rusas a replegarse y desde entonces, hace ya dos años, ambos bandos se han enfrascado en una guerra de desgaste que no tiene visos de solución.
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Entramos al tercer año de guerra y tanto Rusia como Ucrania han perdido miles de soldados en el camino, se han arrasado ciudades ucranianas y se han gastado miles de millones de dólares en equipamiento militar, mientras la geopolítica global sigue calibrando sus intereses por encima de la crisis humanitaria.
Expertos en estrategia militar y centros de pensamiento global consideran que este 2024 podría ser otro año de estancamiento, con pocos avances de ambos lados. Sin embargo, hay varios factores que podrían hacer inclinar la balanza, no hacia una resolución del conflicto sino hacia una ventaja que podría hacer la diferencia para que en el 2025 se pueda iniciar algún tipo de negociación. Por lo pronto, algún atisbo de diálogo no parece estar aún en el horizonte.
Estos factores dependen más de Occidente y en la continuidad del apoyo a Ucrania. Primero, aún está pendiente la aprobación por parte del Congreso de EE.UU. del paquete de ayuda por US$60.000 millones, debido al bloqueo del Partido Republicano. Si bien la Unión Europea tiene previsto entregar una nueva ayuda por US$54.000 millones, los recursos norteamericanos siguen siendo claves porque es el proveedor más importante de armamentos y municiones. Son justamente las municiones las que necesita con urgencia el ejército ucraniano para seguir sosteniéndose y que ha hecho posible los últimos avances rusos en el terreno, como la reciente toma de la ciudad de Avdiivka.
Y otro factor clave también depende de Estados Unidos: las elecciones presidenciales de noviembre que podrían traer de regreso a Donald Trump a la Casa Blanca. Y eso para Putin sería una excelente noticia.
La ventaja rusa
A Rusia, por ahora, le conviene esta guerra de desgaste. Tiene más armas y más hombres que Ucrania. Y al Kremlin no le importa mucho si los soldados rusos caen como moscas. Tienen cómo reemplazarlos. Pero, sobre todo, tienen la mentalidad del sacrificio colectivo.
Ucrania, por su parte, es un país más pequeño que Rusia y en las tropas ya se ha hecho evidente la fatiga bélica. De hecho, muchos de los soldados están en el frente desde que empezó el conflicto y aún se está a la espera de una nueva movilización.
“A estas alturas, Rusia está en una mejor posición militar que Ucrania. El país ha pasado a una economía de guerra donde la producción militar tiene prioridad. Rusia tiene un aliento a largo plazo y por eso su interés es desgastar los recursos que Ucrania recibe de Occidente, que no puede entregar armamento al ritmo que se requiere”, comenta a El Comercio la analista política Alexandra Sitenko, especializada en asuntos geopolíticos y política exterior de Rusia.
405 mil soldados rusos han muerto o han resultado heridos desde el inicio de la guerra, según el Ejército Ucraniano.
383 mil soldados ucranianos han muerto o han resultado heridos desde hace dos años, según el Ministerio de Defensa ruso.
18% del territorio ucraniano sigue bajo control de Rusia desde el inicio de la ofensiva.
Mientras que Rusia tiene un régimen totalitario, con Vladimir Putin como el jerarca indiscutible -en el 2023 se quitó de encima al jefe paramilitar del Grupo Wagner por osar amotinarse y hace una semana murió en extrañas circunstancias su opositor más célebre, Alexei Navalny-, Ucrania es una democracia que ya ha comenzado a quebrarse.
“Hace dos años, la esperanza de Occidente era que Putin no iba a sobrevivir políticamente a esta guerra. Pero Rusia ha podido estabilizar su posición militar, y dentro de Rusia la posición política de Putin es indiscutible. Mientras que en el liderazgo político y militar de Ucrania están apareciendo grietas y el que ahora está más debilitado es Zelensky por las disputas internas”, agrega Sitenko.
Efectivamente, el desgaste de la guerra le ha pasado factura a Zelensky, cuya popularidad ha venido disminuyendo en los últimos dos años (62% según últimas encuestas, frente al 84% del 2022) y la oposición política ya viene haciendo cálculos para reemplazarlo. Las desavenencias también llegaron a su propia cúpula militar, por lo que tuvo que reemplazar a su máximo comandante, el general Valery Zaluzhny, considerado un héroe nacional. Para el mandatario, Zaluzhny fue uno de los responsables del fracaso de la contraofensiva ucraniana, una de las principales derrotas militares en la guerra.
Putin, entre tanto, ya se alista para su próxima reelección en marzo. El experto en seguridad internacional y profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Universidad Anahuac. Arturo Ponce Urquiza, intenta desentrañar la imagen del presidente ruso: “Putin trata de buscar componer la herencia del gran imperio ruso y los rusos entienden que el interés nacional es lo que debe prevalecer. No hay que olvidar que los distintos procesos en Rusia son de la concentración del poder total, con el paso del zarismo al poder soviético y a la era que él ahora personifica”.
La fatiga occidental
El cansancio también se siente en la opinión pública occidental, y que es clave para los intereses políticos internos en torno a seguir manteniendo el apoyo económico a Ucrania.
Según la encuestadora Gallup, en octubre del 2023 el 41% de los estadounidenses pensaba que su país está “haciendo demasiado” para ayudar a Ucrania, mientras que en junio la cifra estaba en 29%. En el Viejo Continente, la confianza también ha mermado. Un último estudio del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores muestra que solo el 10% de los europeos cree que los ucranianos tienen chances de ganar la guerra, mientras que el 20% piensa que lo hará Rusia.
La diferencia es que los europeos no pueden darse el lujo de ver el conflicto de lejos, pues el desenlace los afectará directamente. “Ahora va a depender más de Europa que de Estados Unidos. En los primeros dos años fueron los norteamericanos los que gastaron más dinero, pero ahora los europeos tendrán que dedicar más recursos a Ucrania pues saben que si Rusia gana la guerra será fatal para el orden de la seguridad internacional”, apunta Sitenko.
Sobre la deriva de la guerra en este año, Ponce Urquiza prefiere no hacer pronósticos, pero sí señala que el estancamiento continuará. “Hasta hace dos años, cuando se suscitó la guerra se pensaba que esto acabaría rápido. Yo creo que ahora puede haber un estancamiento, sobre todo porque ambos bandos están pensando en la capacidad de fuego que puedan alcanzar hasta antes de la elección de noviembre en Estados Unidos”, expresa.
Sitenko no cree que en el 2024 veamos un fin del conflicto y también piensa que los comicios americanos serán claves. “Sí se podrían sentar las bases para las negociaciones, que podrían empezar en el 2025. Sin embargo, este proceso no se va a iniciar antes de las elecciones en EE.UU. Solo después de saber el ganador, los principales actores involucrados en este conflicto van a tomar decisiones sobre su próxima estrategia”.
Así, dos años después, la paz es solo un lejano anhelo que no depende solo de la estrategia militar sino, como siempre, de la voluntad política para inclinar la balanza. En el camino, miles de personas seguirán muriendo.