Nunca una revolución se había expandido así. Gracias a las redes sociales y los teléfonos móviles, el espíritu de la Primavera Árabe se extendió por Medio Oriente y contribuyó a derrocar a viejas dictaduras, pero desde entonces, la contraofensiva digital de los Estados autoritarios silenció a muchos militantes.
MIRA: Diez años después, la Primavera Árabe sólo sobrevive en Túnez: ¿qué pasó en Egipto, Libia, Siria, Sudán, Argelia y Yemen?
En aquel momento, ante la falta de control de estas herramientas, los regímenes del norte de África y de Medio Oriente se vieron sorprendidos por la rápida propagación del fervor de estos levantamientos populares en Internet.
Hiperconectadas y en su mayoría sin líderes, estas movilizaciones, que crearon la Primavera Árabe, se propagaron a todos los niveles sin prácticamente ningún control de las autoridades.
“Los blogs y las redes sociales no fueron un desencadenante pero acompañaron a los movimientos”, estima el exactivista tunecino Sami Ben Gharbia, autor de un blog en el exilio y que regresó a su país durante el levantamiento en 2011. “Fueron una poderosa arma de comunicación”, añade.
Desde entonces, los Estados autoritarios hicieron los deberes y se dotaron de un arsenal de cibervigilancia y de censura en internet, así como de ejércitos de “trols”, perfiles creados en las redes para avivar la polémica, criticar o extender rumores.
La esperanza que nació con la Primavera Árabe se fue esfumando, bajo los embistes de nuevos regímenes aún más represivos o de guerras devastadoras en Siria, Libia o en Yemen.
No obstante, los primeros militantes prodemocracia consideran estas revueltas como un gran cambio digital, que fue seguido después en el mundo por “manifestaciones de hashtag” o etiquetas, como Occupy Wall Street y Black Lives Matter en Estados Unidos o el Movimiento de los Paraguas en Hong Kong.
Hoy, según los ciberactivistas árabes, los Estados ya no controlan tanto lo que los ciudadanos pueden ver, saber y decir, como lo demuestran las protestas de 2019 y 2020 en Argelia, Sudán, Irak o Líbano.
Pese a la censura reforzada en numerosos países, el soplo de libertad permitió mejorar la vida cotidiana. En especial en el país donde empezó todo: Túnez.
La chispa tunecina
El 17 de diciembre de 2010, el vendedor ambulante Mohamed Bouazizi, hastiado de la miseria y las humillaciones policiales, se inmola en Sidi Bouzid, en el centro del país. Tiene 26 años.
Su acto desesperado ilustra el sufrimiento de millones de personas, pero gracias al mundo virtual su calvario enciende la mecha de un movimiento de protesta que se extiende como un reguero de pólvora.
Los smartphones, con los que se pueden tomar fotos y grabar videos, se han convertido en armas ciudadanas de información que permiten ser testigo y avivar la movilización.
En Facebook se publican “stories” (“historias”, videos cortos y efímeros), fuera del alcance de las autoridades represivas, que desde hace décadas han bloqueado a los medios tradicionales.
“El papel de Facebook fue determinante”, recuerda Hamadi Kaloutcha, que volvió a Túnez después de estudiar en Bélgica y que en 2018 lanzó el foro “I have a dream (tengo un sueño): un Túnez democrático”.
“Podíamos publicar las informaciones ante las narices del régimen”, cuenta. “La censura estaba bloqueada: o censuraban todo lo que circulaba o no censuraban nada”, precisa.
Hasta entonces, la protesta sólo era un murmullo. Los temores y la apatía comienzan a desaparecer entre los internautas, que ven cómo sus allegados se expresan libremente en la red.
Las plataformas en internet sirven igualmente de puente a los medios tradicionales, avivando aún más la revuelta.
“Los medios internacionales como Al-Jazeera cubrieron el levantamiento directamente desde Facebook”, subraya Kaloutcha. “No teníamos otra plataforma de difusión de videos”, indica.
El régimen policial de Zine El Abidine Ben Ali es derrotado a una velocidad fulminante. En menos de un mes, el presidente tunecino abandona el poder tras 23 años al frente de Túnez.
El grafiti “Gracias Facebook” inunda las paredes del país. Todo ello, años antes de que el gigante de las redes sociales sea cuestionado por su papel en la difusión de información falsa.
“La cámara es un arma”
Esta sacudida en Túnez provoca un terremoto político en el país más poblado de la región: Egipto.
La campaña en Facebook “Todos somos Khaled Said” o “WAAKS” (acrónimo en inglés) sirve de catalizador. Este bloguero de 28 años fue torturado hasta la muerte por policías en 2010.
Fotos de su rostro tumefacto y deformado recorren las redes, mientras que las autoridades afirman, sin convencer, que se ahogó tras haber ingerido una bolsa de droga durante su detención.
Alertadas por las redes, cientos de personas asisten a su funeral y, después, a manifestaciones silenciosas. A principios de 2011, el movimiento se desboca y se transforma en un movimiento de protesta contra el gobierno.
La página Facebook WAAKS, que denuncia la violencia policial y la corrupción generalizada, alienta el periodismo ciudadano, con, especialmente, un video tutorial: “La cámara es mi arma”.
A lo largo de la revuelta egipcia, las imágenes memorables se multiplican, como la de un hombre que se planta ante un cañón de agua de un vehículo blindado, recordando al manifestante chino que desafió una columna de tanques en la plaza Tiananmén en Beijing en 1989.
El grupo de piratas informáticos Anonymous da consejos sobre cómo atravesar los cortafuegos y crear páginas web espejo para engañar a la censura.
Voluntarios traducen para los medios extranjeros los tuits en árabe, mientras que los medios del Estado acusan a los “criminales” y a los “enemigos extranjeros” de iniciar las manifestaciones.
Antes del “Viernes de la ira”, el 28 de enero de 2011, el gobierno ordena el bloqueo de internet y de las redes de telefonía móvil. Demasiado tarde: la multitud es inmensa, los jóvenes se despegaron de sus pantallas y salieron a la calle.
El bloguero Khaled Saïd se convierte en un icono de la revuelta y Hosni Mubarak dimite en febrero de 2011, tras casi tres décadas en el poder.
Contraofensiva digital
La expresión “Primavera Árabe” recuerda la esperanza de libertad de la Primavera de Praga de 1968 y el movimiento se terminó casi tan irremediablemente como la breve protesta aplastada por los tanques soviéticos.
Los países de la región se apresuraron en reforzar y perfeccionar su ciberarsenal, dirigiendo una despiadada contraofensiva contra los militantes activos en internet.
“Las autoridades reaccionaron rápidamente para controlar este espacio estratégico”, recuerda el exmilitante marroquí Nizar Bennamate, uno de los líderes del “Movimiento del 20 de febrero”, versión marroquí de la Primavera Árabe.
Según él, manifestantes fueron “víctimas de difamación y de amenazas en las redes sociales y algunos medios en internet”.
Y esto parece no haber terminado: Amnistía Internacional afirmaba en junio que las autoridades marroquíes espiaban desde enero de 2019 al periodista militante Omar Radi a través de un sofisticado programa de pirateo implantado en su teléfono móvil.
En Egipto, el gobierno de Abdel Fatah al Sisi amordazó casi toda la protesta, bloqueó cientos de páginas web y encarceló a internautas, entre ellos varias jóvenes influyentes de la red social TikTok el pasado julio.
El control ejercido por los allegados al régimen en las publicaciones y cadenas de televisión “causó la muerte del pluralismo en el paisaje mediático” egipcio, lamenta Sabrina Bennoui, de Reporteros Sin Fronteras (RSF). “Hemos llamado a esta evolución la ‘Sisificación’ de los medios”.
Según Amnistía, varios países del Golfo utilizan “el pretexto (de la epidemia de covid-19) para continuar con su objetivo de suprimir el derecho de la libertad de expresión”.
Batalla de “bots”
Los conflictos entre Estados se libran también cada vez más en el ciberespacio.
La disputa diplomática entre varios países del Golfo, liderados por Arabia Saudita y Catar desde 2014, generó múltiples ataques cruzados de ejércitos de “bots” (programas informáticos automatizados).
En Libia, los mediadores de la ONU exhortaron recientemente a las partes en conflicto a abandonar sus armas en el mundo real, así como sus “incitaciones a la violencia” en el virtual.
“Las herramientas que desencadenaron la Primavera Árabe [...] son tan buenas o tan malévolas como lo pueden ser sus usuarios”, señaló la revista especializada Wired. “Y resulta que la gente mala también es muy habilidosa en las redes sociales”.
El grupo yihadista Estado Islámico (EI), en especial, utilizó mucho estas plataformas como espacio de propaganda y de reclutamiento.
Actualmente, mientras la mayoría de los países árabes ocupan los últimos puestos de la clasificación mundial de la libertad de prensa de RSF, una tímida esperanza emana de nuevo en Túnez.
Nawaat, antes uno de los blogs de protesta más importantes sometido a la censura del Estado, es ahora un medio en toda regla, en internet y con una revista impresa.
Sami Ben Gharbia, que administraba este blog desde Holanda, adonde huyó del régimen de Ben Ali, está orgulloso de ser un actor reconocido en el paisaje mediático de su país. Entre sus logros: una entrevista con un primer ministro en ejercicio.
“La caída de Ben Ali fue seguida de un gran debate”, subraya. “Habíamos alcanzado nuestro objetivo: ¿Había que continuar? ¿Y bajo qué forma?”.
“Tras una transición, en 2013, decidimos profesionalizar la redacción, para hacer información independiente de calidad, algo que hace aún falta hoy en día”, explica.
“Tener unas oficinas y un equipo de periodistas trabajando libremente (...) era un sueño hace diez años”, confiesa. “Y ese sueño se ha ha hecho realidad”.
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