Yasuaki Yamashita pasó 20 años manteniendo en secreto que era un ‘hibakusha’, como se llama a los sobrevivientes de la bomba atómica. Había dejado atrás su vida en Japón con el objetivo máximo de olvidarlo todo. La explosión, el horror, el hambre, la enfermedad, el estigma. Si Nagasaki era igual a sufrimiento, cualquier otro lugar del mundo era igual a tranquilidad.
“Solo quería estar donde nadie me conociera”. Yasuaki habla en un perfecto español con acento mexicano, resultado de más de cinco décadas en tierras aztecas. Desde su casa en San Miguel de Allende, en Guanajuato, el apacible japonés de 82 años cuenta por qué quedarse en silencio ya no es una opción. “Nuestra casa estaba a 2,5 km del epicentro”, dice y empieza a narrar.
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Recuerda con detalle todo lo que pasó en Nagasaki la mañana del 9 de agosto de 1945, día en que cayó la segunda bomba atómica tras el ataque a Hiroshima. Pero dice que más dolor le causó lo que vino después.
—¿Qué es lo que piensa cuando se acerca el aniversario de los bombardeos?
Cada vez que se acerca la fecha comienzo a sufrir. Todo vuelve a mi cabeza. El momento de la explosión, el caminar cerca del centro y ver toda esa destrucción y horror. Era más que una pesadilla, más que un infierno, todo quemado. No existía más que el negro absoluto. La gente que sobrevivió caminaba como fantasma, como sin alma, sin emoción.
—¿Perdió muchos seres queridos?
Sí. Recuerdo mucho que tenía un amiguito. Yo tenía 6 años en ese entonces. Cuando no había ataques aéreos, nosotros solíamos ir a la montaña cercana a cazar cigarras y libélulas, porque no teníamos juguetes. Pero ese día yo no fui con los otros niños. Uno de ellos recibió la explosión directamente. Su espalda quedó completamente destrozada y murió. Mi padre cayó en coma durante 10 años y falleció.
—¿Cómo recuerda su vida después de los ataques?
Realmente cambió por completo. A decir verdad, yo en ese entonces era un niño, no sabía qué era la bomba atómica, ni pensaba en las consecuencias. Lo que recuerdo es la miseria; era difícil conseguir alimentos.
Me acuerdo muy bien de que teníamos que viajar en un tren abarrotado de gente para llegar al campo a pedir alimentos. Solo podíamos conseguir papas o camotes, arroz era imposible. Y para conseguir esos alimentos teníamos que llevar joyas o preciosos kimonos, algo valioso. Entonces como éramos muy pobres era muy difícil para nosotros.
—Usted se acuerda de todo pese a que era muy pequeño…
Es imposible de olvidar. Estábamos muertos de hambre. En abril del año siguiente mis hermanos y yo comenzamos la educación primaria y la miseria y el hambre seguían. Desde antes de la guerra ya había escasez de alimentos, pero por lo menos el gobierno de la ciudad de Nagasaki proveía un poco de comida para mantener a la gente. Después de la explosión ya no había absolutamente nada.
—Tuvo problemas de salud como resultado de ayudar a sacar los cadáveres y limpiar los escombros radiactivos. ¿Cuándo empezaron sus dolencias?
Cuando salí de la secundaria. En ese momento no sabía de los efectos de la radiactividad. Los médicos no encontraban la razón por la que yo vomitaba y evacuaba sangre. Eso duró dos años. Luego mejoré y empecé a trabajar en el hospital de la bomba atómica en Nagasaki. Hasta entonces, yo nunca había pensado que era sobreviviente, pero ahí descubrí que lo era. La gente se moría todos los días. Había un joven que tenía mi edad, como 20 años, y sufría leucemia. Su caso me afectó mucho.
—¿Qué pasó con él?
La leucemia era muy normal para los sobrevivientes. Yo tenía el mismo tipo de sangre que ese joven y el día que él necesitaba transfusión de emergencia los médicos me pedían que le domara sangre, yo lo hacía cuando podía. Un día él amaneció con el cuerpo cubierto de manchas negras y murió. En ese momento pensé que yo iba a morir, solo que no sabía cuándo. Para mí era difícil estar trabajando en el hospital, porque al mismo tiempo yo estaba sufriendo de maltratos y ‘bullying’ de otras personas.
—¿Por ser sobreviviente?
Sí. Decían que todos los sobrevivientes estaban llevando alguna enfermedad contagiosa y que nunca podrían casarse o tener familia. El día de la explosión muchísima gente fue al centro de la ciudad en busca de familiares, hijos, hermanos y los alcanzó la radioactividad. Nadie sabía que había radioactividad en ese lugar.
Poco a poco la gente empezó a morir, gente que aparentemente no tenían ninguna lesión, ninguna enfermedad. Por eso muchos decían que no se debía tener contacto con las personas afectadas por el bombardeo. Decían “hay que separarlos”. Muchas mujeres salieron de Nagasaki, algunas se casaron y tuvieron hijos, pero cuando descubrieron que eran sobrevivientes empezaron los divorcios, muchas mujeres no lo pudieron soportar y se suicidaron, los hombres también lo hicieron.
—¿Por eso salió de Japón? ¿Cuándo llegó la oportunidad de migrar a México?
Para mí vivir en Nagasaki era muy difícil, sufría mucho y quería irme a algún lugar en el que nadie me conociera, donde nadie supiera que era sobreviviente. En 1968 se me presentó la oportunidad de ir a México para trabajar informando sobre los Juegos Olímpicos. Ahí vi la oportunidad de salir de Japón. México me dio una segunda vida, todos me trataron con amor y cariño y empecé a sentir alivio. Si no hubiera pasado eso tal vez yo ya no estaría vivo.
—¿Cuándo decidió que quería contar su historia?
Yo no quería hablar, como sufrí tanto estando en Nagasaki quería tener en secreto que yo era sobreviviente. Pero en 1995 un estudiante universitario me invitó a dar una charla, insistió mucho y fui. Empecé sufriendo, pero cuando terminé comencé a sentir que mi sufrimiento estaba disminuyendo. Entonces, me dije: “Tengo que hablar. Esto es una terapia”. Desde entonces sigo hablando cuando hay oportunidad; si nosotros nos quedamos callados esta tragedia puede suceder de nuevo en cualquier momento y en cualquier lugar del mundo.
—¿Qué opina de que las armas nucleares aún sean un problema para el mundo?
Este mundo está completamente loco. Están produciendo armas nucleares, como si no importara lo que sucedió con Hiroshima y Nagasaki. La gente se olvida de lo que pasó. Se empieza a hablar de estos sucesos en agosto, cuando se acerca un aniversario de los bombardeos en Hiroshima y Nagasaki, por eso nosotros tenemos que hablar cuando haya oportunidad para que eso no vuelva a ocurrir.
Las armas nucleares son una amenaza terrible, en cualquier momento, aunque sea por equivocación, alguna puede ser lanzada. Eso sería una tragedia humana, se acabaría el mundo. Tenemos que trabajar para eliminar cualquier arma nuclear.
—¿Qué lección encuentra en todo lo que vivió?
La lección es que el mundo tiene que vivir en paz. Yo pienso que los seres humanos tenemos una capacidad enorme de poder entender y de amar. Yo siempre he pensado que, aunque sufrí una tragedia, no puedo odiar a nadie. Trato de transmitir mi amor, mi tranquilidad, para que otra persona también sienta el amor y la tranquilidad. Eso es vivir en paz.
PUNTO DE VISTA
“El riesgo de una guerra nuclear es más alto que nunca”
Carlos Umaña
Miembro del grupo directivo internacional de la Campaña para Abolir las Armas Nucleares
Si uno escucha hablar a un ‘hibakusha’, la conclusión más importante es que las armas nucleares no deberían existir. No tenemos ninguna herramienta para tratar una guerra nuclear, solo la prevención. El riesgo de que una guerra nuclear estalle es más alto que nunca, incluso más alto que en los años 60. La amenaza no es solo para los nueve países nucleares, sino para todo el mundo.
Hay avances y hay retrocesos en la lucha contra las armas nucleares. Un nuevo avance es el tratado sobre la prohibición de las armas nucleares, que es un signo de cómo están cambiando las cosas. Toda Latinoamérica ya firmó el tratado, excepto Argentina. Lo que sigue a la firma es la ratificación, que significa que el país cambie sus leyes para pertenecer al tratado. Eso aún está pendiente por parte de algunos países. Perú es uno de los países latinoamericanos que ya firmó el tratado, pero aún no lo ha terminado de ratificar.
En cuanto a los retrocesos está el aumento de las tensiones entre China, Estados Unidos y Rusia. Corea del Norte va y viene en esa tensión. Por ejemplo, la cantidad de ojivas nucleares en el mundo va disminuyendo, pero aumenta la cantidad de ojivas nucleares que están en alerta máxima.
Es importante resaltar que lo que ha permitido que los países se pongan de acuerdo sobre la prohibición de las armas nucleares es ponerle una cara humana al problema, que el ser humano esté en el centro de las discusiones. Los que fueron testigos de la historia son las voces que hay que escuchar para que esa historia no se repita.
PARA LEER Y VER
“Hiroshima”
El libro de John Hersey, primero publicado en la revista “The New Yorker” un año después del ataque, narra la historia de seis sobrevivientes de Hiroshima.
“Rapsodia en agosto”
Esta película de Akira Kurosawa se centra en la relación que tienen distintas generaciones de japoneses y estadounidenses ante el recuerdo del bombardeo de Nagasaki.
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