Casi la mitad de todos los niños que viven en Ucrania se han visto obligados a desplazarse de sus casas desde que empezó la invasión rusa en su país. Según datos de Unicef, la cifra concreta es de 4,3 millones de menores en esta situación. Dentro de ese grupo se incluyen los más de 1,8 millones que han abandonado el país acompañados por sus madres, o incluso solos. Además, según la fiscalía ucraniana, 143 niños ya han perecido y 216 han resultado heridos en medio de la guerra.
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Esta noticia, de por sí dolorosa, resulta aún más chocante si una persona se da cuenta de que muchos de estos niños han fallecido o escapado de una ciudad donde hace pocos años adoptó y a los suyos.
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Tal es el caso de Marielle Mellet, una peruana que hace 13 años viajaba junto a su esposo entre Mariúpol y Donetsk, actualmente destruidos producto de los bombardeos rusos, para conocer a sus tres hijos.
“De nuestros cinco hijos, las dos mayores son peruanas y los tres menores son ucranianos. Por eso sentimos esta guerra en carne propia”, cuenta a El Comercio. “Con la situación actual sentía una impotencia terrible, lo único que hacía era rezar pero quería ayudar”.
El dolor, en este caso, la llevó a organizarse junto a otros padres peruanos de niños ucranianos para recaudar fondos con los que pueden ayudar a algunos de los más de 6 mil niños, huérfanos o no, que se encuentran en peligro por la guerra.
—La situación de estos niños debe ser particularmente dolorosa en su familia...
Lo es. Nosotros teníamos dos hijas biológicas, pero queríamos seguir teniendo todos los hijos que nos diera Dios. Por una incompatibilidad biológica con mi esposo no podíamos seguir teniendo más niños, incluso perdimos a una hija entre las dos que tenemos. No convenía seguir teniendo hijos de forma biológica. Pero para nosotros es tan válida una forma como la otra, así que pensamos que si Dios nos quería mandar más hijos lo haría a través de la adopción. En ese momento vivíamos en Guatemala por el trabajo de mi esposo. Nosotros habíamos hecho un estudio del hogar en Perú y estuvimos a punto de adoptar, pero salí embarazada de mi segunda hija de forma increíble por lo que suspendimos el proceso. Cuando mis hijas tenían 8 y 12 años decidimos adoptar nuevamente, pero al vivir en el extranjero teníamos que regresar, pasar dos años y volver a ser evaluados.
—¿Qué hicieron?
Intentamos adoptar en Guatemala que era el paraíso de las adopciones, pero justo se había descubierto una mafia, por lo que habían suspendido las adopciones por tres años. Tocamos la puerta en Chile, porque mi esposo nació allá. Ni siquiera nos contestaron. Comencé a escribir a cuanta organización encontré, nuestro hijo iba a llegar de donde Dios quisiera que llegue. A una de mis cartas contestó Cristina Gutiérrez, una señora argentina que tenía una agencia que ayudaba a latinoamericanos, porque ella fue la primera latina en adoptar a tres niñas de Europa del Este. Conocía todo el camino burocrático. Ella hizo posible esta adopción con su organización Milagros del Corazón.
—¿Y la idea original era adoptar a tres niños?
Inicialmente habíamos pensado en un niño, pero cuando nos informamos aconsejaban que en nuestro caso era mejor adoptar a dos hermanos para que se acompañaran. Entonces decidimos realizar el estudio del hogar pensando en adoptar a uno o dos niños. Nos contaron sobre Nicolás y Santiago, uno de ellos tiene una discapacidad física, pero para nosotros no había ningún tipo de prejuicios. Es como cuando das a luz, uno no elige cómo nace su hijo, estaba en manos de Dios. Cuando comenzamos la gestión descubrimos que tenían un hermano mayor que había sido enviado a otro orfanato por su edad. El mayor estaba en Mariúpol y los menores estaban en Donetsk. En la práctica los tres estaban separados. Cuando nos dijeron que había un tercer hermano nos alegramos aún más, ¡íbamos a tener tres hijos!
—¿Cómo fue ese primer encuentro con sus hijos?
Fue increíble. Lo registramos todo en un blog, era el año 2009 y queríamos que nuestra familia conociera lo que estábamos viviendo. Sin querer, algo familiar se terminó convirtiendo en algo más grande que llegó a muchas personas. Nosotros sabíamos que eran nuestros hijos, habían sido elegidos para nosotros. Esos meses que duró el proceso fue como un embarazo triple para mí. Creemos que todo estaba predestinado. Ellos sufrieron mucho, pasaron por situaciones muy complicadas, no te voy a negar que ha sido duro. Pero al final la satisfacción de ver el triunfo en nuestra familia es grande, tan grande.
—Los problemas se enfrentan mejor en familia...
Por supuesto. En nuestro caso, nuestras dos hijas mayores fueron las que nos dijeron que no nos diéramos por vencidos. Reclamaban a su hermano [risas]. Ahora somos padres de Maria Alejandra, de 26 años; de Micaela, de 24; y de Fernando, Nicolás y Santiago, que tienen 18, 17 y 16, respectivamente.
—¿Cómo recibieron en casa la noticia sobre el inicio de esta guerra?
Para nosotros fue terrible. Espantoso. Ya en el 2014 habíamos tenido un primer impacto, mis niños son de Donetsk, que había sido tomada por los rebeldes prorrusos. En la adopción de mis hijos alguien fundamental fue Masha Sugorova, la representante de Milagros del Corazón en Ucrania. En el 2014 conversaba con Masha para actualizar unos documentos de mis hijos y tuvimos que hacerlo en otra ciudad porque Donetsk estaba bajo control ruso. Ella me contaba que las cosas se estaban poniendo terribles y un día me contó que había escapado de Kiev con su hijo de 15 años y su esposo. Su hija, que estaba embarazada, se había quedado en otro lugar, no había podido salir. Llegaron a la frontera con Hungría pero su esposo no pudo salir por la ley marcial, todos los hombres de entre 18 y 60 años no podían abandonar el país. Ahí decidimos actuar.
—¿De qué forma?
Los padres de hijos ucranianos en el Perú nos unimos para ayudar a Masha, le enviamos dinero, le conseguimos lugares de alojamiento en Budapest para ella y su hijo, hasta que un miembro del grupo consiguió a un peruano que la hospedó en su casa. Hay peruanos en todos lados. Luego, la hija de Masha consiguió salir del país y su marido también pudo hacerlo por su trabajo en la organización de adopciones, contaba con un permiso para eso. Con la guerra, todas las organizaciones que podían sacar a los niños para ser acogidos en otros países también podían coordinar las evacuaciones. Ahí Cristina abrió un nuevo grupo con todos los padres de Latinoamérica. Había iniciado una operación de rescate para 86 niños y 15 cuidadores que estaban en Lviv. Su organización había conseguido dónde llevarlos. Masha volvió a la frontera, su esposo también y ahora son los encargados de acompañar a los niños hasta su destino.
—¿Cómo funcionan las evacuaciones de los niños?
Milagros del Corazón y Masha coordinan con el gobierno ucraniano para evacuar a los niños. Ellos reciben solicitudes de los orfanatos en otros países. Ahora hay más de 6 mil niños dentro de Ucrania, escondidos en búnkeres, esperando ser trasladados a un orfanato. Este grupo de 86 niños es de Donetsk, ellos fueron trasladados a Lviv y faltaba conseguir un lugar para acogerlos. Para esto, el gobierno exige que todo el grupo y sus cuidadores se muevan juntos, además se debe garantizar que los albergarán y eso se hace con un compromiso de una entidad gubernamental en el país de acogida. En este caso, nuestro primer grupo está yendo al convento del Carmen, en Pastrana (España). Por cosas del destino, esa organización llamada Coprodeli fue fundada por un padre que vino a trabajar al Perú. Al ver la pobreza que había en el país fundó albergues y luego abrió uno en España, en esta situación al ver que tenía espacio se comprometió a alojar al grupo y consiguió la firma de su diócesis para acreditar el viaje.
—Estas historias, además, entrelazan situaciones adversas con episodios de esperanza...
Claro, hay muchos retos. En el primer grupo necesitábamos los permisos para los cuidadores pero todos los portales del gobierno ucraniano han sido hackeados. Uno de ellos tuvo que ir presencialmente a buscar el papel necesario. Por otro lado, los niños iban a viajar el último martes en el tren pero amanecimos con la noticia del bombardeo a la estación de Lviv. Pospusimos el rescate y gracias a Dios se sumó la organización Madrina que pudo proveer unos buses que tenían en Polonia y con autorización para entrar. Los niños ya pudieron felizmente cruzar la frontera, algo que ha tomado hasta 30 horas en la situación actual. Ahora el plan es que lleguen hasta Varsovia, se queden en un hospedaje temporal hasta que su vuelo salga a Madrid y luego sean transportados a Pastrana, que está como a una hora. Ahí los recibirá el padre Miguel, de Coprodeli. Hemos recaudado donaciones para que el lugar tenga todo lo necesarios para acoger a los niños y a sus cuidadores, además estamos costeando el 25% de los gastos alimenticios del grupo. Para la logística contamos con la organización Amiga, nosotros nos encargamos de recaudar las donaciones y ellos se encargan de coordinar todo.
—Tantas trabas en el camino debe ser mentalmente agotador, ¿cómo lo afronta usted?
Para quienes hemos pasado por la experiencia de traer niños del otro lado del mundo, ya estamos acostumbrados a que antes de una bendición muy grande siempre hay obstáculos. La única manera de superar eso es con una fe y una convicción a prueba de todo. Acá no hay tiempo para dudar. El que duda pierde. Acá uno salta primero y después ve dónde va a caer, tenemos que llegar. Así funciona esto. Mira, nuestra misión inicial era salvar a estos 86 niños, pero ahora hemos conseguido lo necesario para auxiliar a 300 niños y estamos contactando a distintos orfanatos para que los reciban.
—¿Dónde se encuentran esos orfanatos?
Tenemos contactos hechos en Italia, en Praga (República Checa) y en Viena (Austria). Pero aún estamos tramitando la parte documentaria.
—Recaudar las donaciones debe ser un reto enorme también.
Lo es, pero trabajo junto a Gisella Ocampo, quien también es mamá de una niña ucraniana. Ella me ayuda muchísimo con la parte administrativa y, además, ambas nos encargamos de recaudar las donaciones. Nosotros estamos constantemente tras la meta de que las recaudaciones no paren, así si consiguen un lugar a dónde enviar a más niños el problema no será que no hay dinero para transportarlos o para alimentarlos. Tengo que destacar también el apoyo y la coordinación que hay en los grupos que creó Cristina.
—¿Hay más peruanos ahí?
En nuestro grupo, que adoptó mediante la organización de Cristina, hay como una docena. Pero hay otro grupo que también adoptó y te diría que en total seremos al menos 20 familias peruanas con hijos ucranianos.
—¿Cómo se puede aportar a su campaña?
Hemos creado una página en Instagram llamada Juntos por Ucrania. También pueden buscarme por Facebook, la he puesto pública para quien desee contactarme. En ambas redes aparecen todas las maneras de donar, tanto en el Perú como en el extranjero.
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