Aislarse para sobrevivir es un mecanismo profundamente arraigado en la naturaleza humana. Lo vimos durante la pandemia de COVID-19 y ahora, con la amenaza latente de una guerra nuclear, ese instinto resurge con fuerza. Pero esta vez el distanciamiento social no es suficiente; se requiere algo más tangible, una infraestructura capaz de resistir el impacto de ojivas nucleares: los búnkeres.
Europa está en alerta luego de que en el contexto de la guerra con Ucrania el presidente de Rusia, Vladimir Putin, aprobara esta semana cambios en la doctrina nuclear de su país, que establecen las nuevas circunstancias bajo las que el Kremlin consideraría el uso de su arsenal atómico y que, ciertamente, flexibiliza o relaja sus normas.
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Los nuevos criterios para autorizar el uso de armas nucleares llegan luego de que el mandatario de EE.UU., Joe Biden, autorizara al ejército ucraniano utilizar misiles estadounidenses de largo alcance contra la región fronteriza rusa de Kursk.
De esta manera, y conforme a las nuevas directrices, un ataque contra Rusia con misiles convencionales, drones o aviones podría ser suficiente para que el país responda con armamento nuclear.
“La falta de comunicación entre las potencias es uno de los factores más preocupantes. Ya no existe un mecanismo como el ‘teléfono rojo’ de la Guerra Fría, creado para evitar malos entendidos, lo cual aumenta el riesgo de errores o malas interpretaciones que podrían desencadenar una declaración nuclear”, señala a este Diario Carlos Umaña, líder de la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares, que en el 2017 recibió el Nobel de la Paz por conseguir el respaldo mundial para la adopción del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares.
Los refugios del apocalipsis
Los rumores de una Tercera Guerra Mundial siempre se avivan cuando las tensiones políticas hierven. No es la primera vez que sucede. Desde que comenzó la guerra en el Viejo Continente, el miedo se ha disparado. Aunque no es lo único que lo ha hecho. La demanda de búnkeres también atraviesa un buen momento. Un informe de “The New York Times” señala cómo una empresa italiana, al inicio del conflicto, pasó de haber construido 50 de estas infraestructuras en 22 años a recibir más de 500 consultas en dos semanas.
Lo cierto es que el miedo a una catástrofe nuclear está llevando a cada vez más gente ver en estos refugios una buena inversión de su dinero.
Y si bien la finalidad primordial de un búnker es mantener a sus residentes a salvo de los peligros externos, esto no tiene por qué significar pasar penurias. Empresas como la suiza Oppidium ofrecen diseños de lujo para familias ricas, de tal manera que dentro de cada espacio puede haber una mezcla de viviendas con gimnasios, piscinas, bibliotecas e incluso una galería de arte.
El búnker más asequible de la empresa, de 7,5 millones de euros, es un ‘loft’ de 290 metros cuadrados con dos dormitorios y tres baños, escondido a dos metros bajo tierra.
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Al otro lado de la orilla, en Estados Unidos, también existe una tendencia entre los millonarios a construir guaridas de este tipo. Mark Zuckerberg, por ejemplo, fundador de Meta, construye en su rancho en una isla de Hawái su propio refugio de casi 500 metros cuadrados, valorado en 100 millones de dólares.
Los hombres de mayor fortuna del mundo no siempre buscan estar bajo tierra o encerrados entre paredes de hormigón. Muchos de ellos eligen construir residencias en lugares como Nueva Zelanda.
La belleza escénica del país y su lejanía insular la han convertido en una opción popular para las élites de Silicon Valley que buscan una fortaleza natural para el apocalipsis, un temor creciente dada la escalada de guerras regionales y las secuelas cada vez más visibles del cambio climático.
Figuras prominentes como Jeff Bezos, fundador de Amazon; Sam Altman, CEO de OpenAI (creadora de ChatGPT); Peter Thiel, cofundador de PayPal; Larry Page, cofundador de Google; así como celebridades como Ivanka Trump o el cantante Julio Iglesias cuentan con residencias en el país oceánico o han contemplado establecerse allí como refugio ante un eventual apocalipsis.
¿Son los búnkeres realmente seguros?
¿Pero qué tan seguros son estos sistemas en caso de un conflicto nuclear a gran escala? Umaña cuestiona la efectividad de estas estructuras: “Según el escenario planteado por la periodista Annie Jacobsen, una guerra nuclear a gran escala podría concluir en 72 minutos. En ese tiempo, las personas ni siquiera sabrían que la guerra ha comenzado. Los búnkeres solo serían útiles para protegerse del caos posterior, pero no de la detonación inicial, a menos que ya estuvieran dentro”, comenta a El Comercio.
“Los millonarios que construyen refugios en Nueva Zelanda o la Patagonia están apostando a zonas consideradas más seguras frente a un invierno nuclear. Sin embargo, si no están cerca de estos refugios cuando ocurra el ataque, no podrán llegar a ellos porque el colapso de las comunicaciones y del transporte global lo haría imposible”, advierte Umaña.
No obstante, no son los millonarios los únicos preocupados por su seguridad. Los gobiernos también tienen como prioridad estas estructuras. Finlandia tiene la capacidad para guarecer a aproximadamente 4 millones de personas en unos 50.000 refugios.
Suiza, por su lado, cuenta con más de 350.000 búnkeres comunitarios con los cuales podría proteger prácticamente a toda su población. Naciones como Francia o Gran Bretaña cuentan en sus territorios con varios búnkeres que son vestigios de la Guerra Fría, pero que en la actualidad están fuera de servicio. Alguna de esas reliquias incluso ha sido puesta a subasta.
Claro que no solo los gobiernos y los ricos están interesados en proteger su vida en caso de un apocalipsis atómico. Cada vez más personas comunes preguntan por algún tipo de escondite en el cual guarecerse.
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Mathieu Séranne, fundador de la compañía francesa Artemis Protection, dijo a NYT que, aunque inicialmente su empresa estaba orientada a un público pudiente (sus búnkeres costaban desde medio millón de dólares para adelante), ha tenido que cambiar su estrategia de venta a raíz de que cada vez más personas comunes se interesan.
Séranne mencionó aquella vez haber recibido unas 300 consultas y estar vendiendo refugios desarmables, que son más pequeños y mucho más baratos -cuestan alrededor de 152.000 dólares- “para adaptarse a esta nueva demanda”.
Por otro lado, de acuerdo a encuestas realizadas por ‘Finder’, alrededor de un tercio de los estadounidenses se preparan para una nueva pandemia, una crisis nuclear o las consecuencias del calentamiento global. Los ciudadanos comunes gastaron la asombrosa cantidad de 11 mil millones de dólares en artículos de supervivencia solo entre abril del 2022 y abril del 2023. Los adultos más jóvenes son quienes protagonizan este comportamiento, destacándose la generación nacida después de 1997.
El destino de Latinoamérica
A pesar de que Latinoamérica no sería un blanco probable de un ataque nuclear, los efectos climáticos de un intercambio a gran escala serían devastadores para la región. Umaña explica: “Incluso un intercambio limitado de unas 100 bombas de Hiroshima podría reducir las temperaturas globales en 1-1.5 °C, lo que afectaría los ciclos de cultivo de granos básicos como el trigo y el maíz, desencadenando hambrunas masivas. Si el intercambio fuera mayor, estaríamos hablando de un invierno nuclear con descensos de hasta 25 °C, colapsando ecosistemas y cadenas alimenticias. Sería, probablemente, el fin de nuestra especie”.
Mientras algunos gobiernos y millonarios invierten en búnkeres, Umaña subraya que la prioridad debería ser evitar el conflicto: “El verdadero problema no es construir búnkeres; es prevenir que lleguemos a necesitarlos. Esto requiere comunicación, diplomacia y un rechazo global a las armas nucleares. Es urgente que todos los países se unan al Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares y estigmaticen su uso como una amenaza para toda la humanidad”.
El activista declara que debemos escuchar las historias de los sobrevivientes de catástrofes nucleares para entender la verdadera devastación que provocan esas armas. “No podemos seguir viéndolas como piezas de ajedrez en un tablero geopolítico. Es necesario eliminarlas de una vez por todas, y para eso hace falta un rechazo global que despoje a las armas nucleares de su aura de privilegio”.