Los insultos y ataques al periodismo por parte de políticos y figuras de poder no distinguen fronteras o posturas ideológicas. Se trata de un discurso cada vez más extendido que parece ignorar -muchas veces adrede- que sin libertad de prensa no es posible hablar de democracia ni de sociedades justas.
En la región, uno de los casos más agresivos de acoso a periodistas y medios de comunicación se vivió en Ecuador durante el correísmo. “Prensa parcializada”, “prensa vendida”, “prensa corrupta” eran palabras que habitualmente salían de la boca del expresidente Rafael Correa, cuyo relato le permitió montar un sistema de control de contenidos y de la información.
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“Estos regímenes autoritarios buscan un enemigo y el principal enemigo es la prensa, sobre todo la prensa tradicional”, dijo el último jueves Gabriela Vivanco, directora del diario “La Hora” de Ecuador en un conversatorio sobre democracia y libertad de expresión organizado por el Consejo de la Prensa Peruana y la Universidad del Pacífico.
La periodista enfatizó que el sistema empleado por el correísmo para mermar la libertad de prensa no solo afectó a los reporteros y medios de comunicación, sino también a la ciudadanía, pues incluso se llegaron a abrir procesos de oficio contra las personas que empezaron a pronunciarse en Twitter o en otras plataformas en contra del gobierno.
El Comercio conversó con Vivanco sobre la estrategia correísta para intentar dañar la libertad de prensa y sobre las lecciones que podemos aprender para no repetir esa historia.
—La estigmatización a la prensa es un discurso extendido entre políticos de todas las tendencias ideológicas. Donald Trump se atrevió a llamar a los periodistas enemigos del pueblo. ¿Es un fenómeno que ha aumentado en los últimos años?
Yo creo que la violencia en general en la sociedad ha aumentado. Cuando yo era niña ya había gobiernos en Ecuador que eran muy hostiles con la prensa, pero había un nivel de discurso quizá no tan violento. El lenguaje era menos agresivo. Ataques a la prensa siempre ha habido, eso no es nuevo, pero la estigmatización a la prensa en general sí es un fenómeno que ha ido creciendo. No podría decir si es un fenómeno mundial, pero desde la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) definitivamente lo vemos como un fenómeno que sí es regional y que ha ido creciendo de manera contagiosa.
Antes tenías a los políticos de la línea de Hugo Chávez o Nicolás Maduro, aquellos alineados al tema del socialismo del siglo XXI, que empezaban a utilizar este lenguaje de “prensa asesina”, “prensa vendida”. Pero ahora lo ves también en gobiernos con otras tendencias ideológicas, como el de Donald Trump en Estados Unidos o el de Nayib Bukele en El Salvador. Empieza a ser poco usual el mandatario o político de alto rango que no usa ese tipo de lenguaje estigmatizante. Entonces esto se va contagiando y se va permeando en la sociedad. Es la normalización de la violencia en la sociedad.
—Su país vivió esto especialmente con el correísmo, período en el que aumentaron los ataques y presiones hacia la prensa. ¿Cómo reconoció Ecuador que estaba ante un gobierno peligroso para el periodismo y la libertad de prensa? ¿Cuáles fueron las primeras señales?
Fue muy curioso. Cuando Rafael Correa estaba en campaña llegó con un discurso muy moderado, en contra de la corrupción y el ‘establishment’, decía que iba a cambiar las cosas, pero contra la prensa no dijo nada. Una vez en el poder se empezaron a ver actitudes agresivas y violentas. Nuestro diario, “La Hora”, fue el primer blanco de Correa en términos de usar una figura penal contra un medio. El presidente nos denunció a título personal pidiendo cinco millones de dólares porque se sentía agraviado por un editorial. Fue la primera agresión, y resultó muy curioso porque se vio como algo muy aislado, en los otros medios nadie quería sacar la cabeza.
Se utilizó contra nosotros un delito de desacato que estaba en el código penal desde la época de la dictadura en los años 70 y que no se lo había utilizado en años. En ese entonces aún no había una ley de comunicación que regulara los contenidos. Correa empezó a hacer esto poco a poco y, con muchísima habilidad, empleó la técnica de divide y vencerás. Este tipo de gobiernos siempre tienen enemigos, pero casi siempre son uno o dos los blancos de la ira y los ataques. Correa empezó neutralizando a la prensa tradicional…
—¿Qué siguió después? ¿Cuál fue el resto de la estrategia de Correa para rebajar el rol de la prensa?
En el caso de Ecuador se empezó con la prensa tradicional, apelando al discurso de prensa corrupta, del empresario que se hace rico explotando a los periodistas, es un ataque que se vuelve muy popular en el imaginario social. También se atacó a la élite financiera de ese entonces. Nosotros la peleamos, pero conforme pasa el tiempo esto merma tu capacidad de responder desde un punto de vista legal y también financiero, entonces empieza a haber muchísima autocensura en los medios independientes, nadie quiere irse preso, empiezan a haber demandas por millones de dólares contra el medio y contra los periodistas hasta que baja el tono de la publicación de información incómoda para el poder.
Una vez que neutraliza un poco a la prensa, se pasa al ataque a la sociedad. La sociedad se ve aplastada en un gobierno autoritario, y eventualmente la gente se da cuenta cuando sufre ciertos ataques y el gobierno empieza, por ejemplo, a usar la fuerza excesiva contra los ciudadanos que protestan. Entonces se empiezan a usar delitos de terrorismo, de violencia contra el estado, de incitación a la violencia y ese tipo de figuras contra la población. Ya no necesariamente se usan contra la prensa, ya son temas contra la libertad de expresión, contra el derecho a la protesta. Ya para esto se va montando un sistema legal que permite esto. En Ecuador coparon toda la justicia.
—¿Cómo lo hicieron?
La Constitución de Correa creó un nuevo poder que se llama el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social. Es un cuarto poder del Estado que es el encargado de nombrar a las cabezas de todos los organismos de control, entre ellos a quienes administran la justicia. Cuando no tienes un sistema de contrapesos la ciudadanía queda en absoluta indefensión. El gobierno iba validando todo con elecciones, pero con la manipulación de las comunicaciones es mucho más fácil ganar comicios. Si no tienes prensa independiente que te dice lo que está pasando o si el electorado no tiene información diversa, el control de las elecciones en nuestros países es mucho más fácil.
—Decía en la conferencia del jueves que el ataque a la prensa también atenta contra los ciudadanos. ¿Cuáles son las consecuencias para la población?
En el caso de Ecuador se fue conformando un sistema legal donde constitucionalmente se incluye a la comunicación como un servicio público, entonces eso le da la potestad al Estado de regularla y de crear una superintendencia de comunicación que se convierte en el órgano de control de contenidos. Con eso se tuvo la facultad de abrir procesos de oficio contra periodistas y contra medios de comunicación, incluso contra los ciudadanos que se empiezan a pronunciar en Twitter y en otras instancias.
Por ejemplo, los módulos de comentarios dentro de las páginas web de los medios de comunicación se cerraron y con eso se le quitó un espacio al lector para participar. Incluso quien publica en un medio una carta que le es incómoda al poder recibe una sanción, y no solo quien firmó la carta, sino que se crea una figura de corresponsabilidad del medio de comunicación. Sucede con cartas de lectores, columnas de opinión, anuncios publicitarios. Es más que solo un ataque a la prensa, es una forma de ir controlando el relato de la información.
—También se ve que cada vez más que políticos o figuras de poder se hacen de algunos medios para tratar de difundir su discurso y desprestigiar al resto de la prensa…
En ciertas ciudades de Ecuador siempre ha habido ese tema de que un periódico era el arma de un partido político local, pero esto viene acompañado de una estrategia sistematizada de acoso y de aplastar a los otros medios independientes. Entonces tienes por un lado el auge de estos medios que directa o indirectamente empujan el relato oficial y, por otro lado, un sistema que aplasta a los demás, lo que en época electoral les resulta muy funcional.
—¿Cómo afectó finalmente el correísmo a la prensa en Ecuador?
Nosotros teníamos una revista de investigación, que era la única revista semanal de ese rubro en el país, y tuvimos que cerrarla porque dos veces nos cayó la autoridad con policías, con militares. Se llevaron preso al abogado, se robaron nuestros equipos con dos excusas distintas, una por un artículo de cosas oscuras en el código laboral y otra por un tema de un contrato de alquiler, que fue totalmente inventado. La segunda vez ya no pudimos volver a abrir la revista. También cerró el diario quiteño “Hoy”, que en ese entonces tenía más de 30 años. Cerró por acoso financiero, porque Correa entendió que la estrategia contra la prensa en Ecuador no podía ser como la de Venezuela, donde van y te cierran el medio. En Ecuador te ahogaban financieramente, con una serie de mecanismos y eventualmente no tenías cómo opinar.
Otra consecuencia muy explícita fue la redistribución de las frecuencias de radio y televisión que en un año electoral favoreció a personas amigables y allegados al poder. Hoy en día tienes al alcalde de Quito que tiene más de una decena de frecuencias en la ciudad.
—En esta campaña electoral en el Perú hemos visto a políticos que insultan a periodistas y medios de comunicación y hasta lanzan amenazas. ¿Le recuerda esto a lo que se ha vivido en Ecuador?
Correa tenía una cadena televisiva y radial todos los sábados, donde hablaba durante un par de horas y al final tenía un segmento solo para insultar a la prensa y a los periodistas con nombre, apellido, fotos de la familia. Sucedía que a periodistas que caminaban por la calle la gente la agredía. Hubo muchísimo ataque directo, totalmente personal con ciertas figuras. Y eso se iba permeando también en el discurso de los funcionarios.
Eso hace que la gente también empiece a verse con licencia de atacar a la prensa y no solo verbalmente. Ricardo Trotti, director ejecutivo de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), lo ha dicho bien: “Jamás se asesina a un periodista sin una amenaza previa”. Todos estos ataques son peldaños en un ambiente de creciente hostilidad.
—¿Ve elementos comunes entre lo que pasa en el Perú y los ataques a la prensa en Ecuador? ¿Algo le resulta especialmente preocupante?
La tendencia creciente y regional del Grupo de Puebla, de los seguidores del socialismo del siglo XXI que viene con un discurso muy marcado en ese sentido, no solo es preocupante para la prensa, también lo es para la sociedad. Nosotros en Ecuador nos despertamos de 14 años de un esquema de corrupción totalmente normalizado en todas las esferas del Estado, donde no había una prensa que pudiera denunciarlo, ni siquiera acceder a la información. Todos los mecanismos de control estaban copados, la justicia estaba en silencio y no pasaba nada. Y realmente cuando se ve que esto ya es un fenómeno regional nos preocupa muchísimo porque esto además genera problemas como migración, pobreza y una inestabilidad que también afecta a los países vecinos. Todos somos fichas en un tablero muy grande y este es un problema regional.
—¿Cómo debe reaccionar la prensa ante estos ataques sistemáticos?
Yo creo que es importante, y es algo que no pasó mucho en Ecuador, pero sí lo veo en Perú y Colombia, que las empresas logren hacer una articulación y un poco defenderse en conjunto. Esta cohesión de defendernos entre todos es clave porque hay que entender que hoy te pueden sacar la cabeza a ti, pero cuando lo logren vendrán por mí. Eso fue algo que no se logró entender en Ecuador. Vinieron por la prensa y todo el resto de la sociedad, los empresarios, las élites se quedaron callados, pero luego vinieron por los banqueros, luego por ciertos industriales, luego por el gremio de maestros y luego por los indígenas. La sociedad poco a poco se fue desarticulando y no logró entender que tenía que defenderse en su conjunto. Yo creo que esa es la lección más grande que hemos aprendido en Ecuador.
—¿Cuál es el rol de la ciudadanía? ¿Cómo deberían tomar los ciudadanos los ataques a la prensa?
Creo que es importante hacer lo posible por comunicar que esto no es un ataque a la prensa, esto es un ataque a las libertades y en eso sí es útil ver lo que ha pasado en otros países como Venezuela. Como prensa es importante hablar con lideres de opinión, congresistas, jueces y entender cómo podemos dar voz a alguien más que también refuerce este discurso de que esta no es una lucha por la prensa, no estamos defendiendo el derecho a hacer negocios y ser millonarios. Hay que contrastar el discurso estigmatizante dando voz también a otros actores y que no solo sea el gremio de los dueños de prensa los que se defiendan.
—¿Cómo puede el periodismo recuperar la confianza ciudadana en medio de esta realidad?
No creo tener la respuesta, pero sí considero que nuestro trabajo tiene que demostrar mucha transparencia. Los periodistas tienen que dejarse ver y empezar a hablar de su oficio, ser transparentes en cómo se realiza el periodismo. Y seguir haciendo nuestro trabajo siendo lo más incisivos posible. Eventualmente esa es la única arma que tenemos. Desinformación va a haber, ataques siempre va a haber, pero al final del día hay que entender que nuestro trabajo es muy cercano a la comunidad. Hay que trabajar para que los ciudadanos se den cuenta de que estamos aquí para defender no a nuestros intereses empresariales o a las élites, sino a la ciudadanía en sí.
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