Que a Donald Trump le gusta el fútbol es una sentencia ciertamente discutible. Incluso se puede dudar de que vaya a ver algún partido del Mundial Rusia 2018, más todavía si Estados Unidos no alcanzó tarjeta de invitación para la fiesta.
Pero de lo que no dudamos es de que un día antes de que Rusia y Arabia Saudí inauguren la Copa del Mundo, Trump tendrá los ojos y oídos puestos en Moscú. El 13 de junio, se desarrollará allí el congreso de la FIFA que decidirá dónde se jugará el Mundial del 2026: en EE.UU., México y Canadá –que han presentado una candidatura conjunta– o en Marruecos.
Ya hay quien avizora la furia tuitera que se desatará si el máximo ente del balompié se decanta por el país africano. A inicios de mayo, el mandatario estadounidense lanzó una advertencia colindante con el chantaje.
“Sería una pena que los países a los que siempre apoyamos fueran en contra de la propuesta de Estados Unidos. ¿Por qué deberíamos apoyar a estos países cuando ellos no lo hacen, incluso en la ONU?”, tuiteó.
Por si no hubiese quedado claro, dos días más tarde –tras recibir al presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari– volvió a la carga en conferencia de prensa: “Espero que todos los países africanos y del resto del mundo apoyen nuestra candidatura con Canadá y México. Estaremos mirando muy de cerca y cualquier ayuda que nos den será apreciada”.
Para Octavio Pescador, politólogo y docente de la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA), estamos ante la enésima muestra de gobernar de Trump.
“Lo que está haciendo como hombre de negocios que es, en su clásico estilo, es robustecer la postura de EE.UU., en esta ocasión en comunión con México y Canadá por una cuestión coyuntural, pero eso es lo de menos para él. Lo que lo mueve es que puede ser muy beneficioso para su país, recordemos que él siempre ha estado involucrado en la industria del entretenimiento y ha sido exitoso”, dice Pescador a El Comercio.
–La ventaja norteamericana–
Hay dos rocas sólidas sobre las que se asienta la candidatura tripartita de estos países. La primera es que la infraestructura deportiva y hotelera ya está lista como para albergar el torneo incluso mañana mismo.
La segunda remite al Mundial de 1994, realizado íntegramente en suelo estadounidense. En aquel campeonato, se instituyó un récord de asistencia a los estadios en mundiales, imbatido hasta hoy, y los réditos económicos fueron muy jugosos.
Tanto Enrique Peña Nieto como Justin Trudeau se han adherido con entusiasmo a los mensajes de Trump.
“Podemos tener diferencias, pero el fútbol nos une. Juntos apoyamos la candidatura tripartita como sede de la Copa Mundial”, tuiteó hace unos días el presidente mexicano.
“Canadá respalda totalmente la apuesta de América del Norte [...] Estamos listos para darle la bienvenida al mundo a un torneo increíble”, escribió el primer ministro canadiense.
¿Las notorias asperezas entre México y EE.UU. podrán ser limadas por el fútbol? “La relación bilateral actual es de rispidez y mal entendimiento en la negociación del TLC, esperaría entonces que con una eventual organización conjunta se abra otra ventana que, simbólica y efectivamente, marque una pauta para redireccionar el discurso”, se esperanza Pescador.
El investigador también destaca que para México el Mundial puede suponer una plataforma que revierta la percepción tan negativa que tiene en términos de seguridad.
–Las sumas y las restas–
Lo que, a juicio de Pescador, sí puede comprometer esta postulación son justamente las mencionadas declaraciones de Trump: “A muchos países no les cae bien lo que ha dicho y la misma FIFA puede tomar alguna acción, ya que puede considerar esos tuits como una presión y cabildeo ilegales”.
Si hasta hoy las sedes mundialistas eran escogidas por los 24 miembros del comité ejecutivo de la FIFA, esta vez las 211 federaciones nacionales afiliadas tendrán derecho a voto.
Se ponen entonces a funcionar las simpatías y antipatías políticas, las promesas e intereses económicos y, cómo no, los rencores guardados. En este punto, algunos expertos ven con expectación –en tiempos de vetos, restricciones y endurecimientos de políticas migratorias por parte de Washington– a dónde irán a parar los votos de las naciones de África (53), Asia (46) y Sudamérica (10).
En marzo del año pasado, Gianni Infantino –titular de la FIFA– se pronunció sin dar nombres propios: “Todos los equipos que clasifican a un Mundial, incluyendo sus aficionados, deben poder acceder al país sede; si no, no hay Mundial”.
La concesión de las sedes mundialistas a Rusia y Qatar dejó seriamente mellada la credibilidad de la todopoderosa FIFA. En pocos días pasará una nueva prueba de fuego.
Marruecos por quinta vez
- Marruecos postuló, sin éxito, para organizar las copas del mundo de 1994, 1998, 2006 y 2010.
- Esta vez prevé usar 12 estadios (cinco ya construidos). Hay en proyecto tres recintos ultramodernos.
- Para diferenciarse de Estados Unidos, apuesta a tres cosas: su pasión por el fútbol, su proximidad con Europa y su clima benigno.
- En marzo, el titular de la federación marroquí protestó ante la FIFA por los últimos cambios en el proceso de examen de las candidaturas.
Sudamérica sueña con el centenario
Ya pasaron dos años desde que los presidentes de Argentina y Uruguay, Mauricio Macri y Tabaré Vázquez, notificaron la postulación de ambos países para organizar el Mundial 2030, cuando se cumplen 100 años de la primera Copa del Mundo, jugada justamente en suelo uruguayo.
Aquel anuncio ya tomó cuerpo institucional y, en el camino, se ha sumado Paraguay al proyecto.
“El Mundial del 2030 va a ser nuestro por la fortaleza que significa cumplir un siglo de fútbol en el planeta y eso lo debe respetar el resto de países”, se pronunció hace menos de dos meses Fernando Marín, coordinador general del comité organizador.
Así como EE.UU. sostiene el estandarte en la candidatura tripartita para el 2026 (16 ciudades sede serían estadounidenses, 3 mexicanas y 3 canadienses), Argentina lleva la voz cantante para el 2030: ocho sedes se ubicarán allí, dos en Uruguay y un par más en Paraguay.
Los medios y expertos argentinos ya han empezado a inquirir por la viabilidad del magno evento. Los menos entusiastas citan la sentencia de Stefan Szymanski, coautor del libro “Soccernomics”: “La mayoría de las evidencias sugiere que los beneficios económicos para el país organizador son insignificantes”.
Los más fervorosos partidarios recalcan, en tanto, que el turismo es una de las industrias que más podrían fortalecerse. Mencionan que tanto en Sudáfrica como en Brasil –organizadores de las últimas copas– el número de visitantes extranjeros se incrementó de modo exponencial.
La palabra clave que mencionan unos y otros es transparencia: esa que, por ejemplo, faltó en Brasil con tanta construcción de infraestructura signada por la corrupción.